A punto de desembarcar en la próxima Bienal de Sevilla con su nuevo espectáculo, Cucharón y paso atrás, Joaquín Grilo (Jerez de la Frontera, 1968) contempla desde la madurez una carrera llena de éxitos. Ha bailado para las voces más grandes, pero tal vez sea su paso por el grupo de Paco de Lucía en los últimos años 90 el hecho por el que se le conoce en todo el mundo. Para muchos se trata, de hecho, del bailaor por excelencia del genio de Algeciras, el que puso compás y pellizco en una época dorada para el sexteto. En su Jerez, con una copa de oloroso, se dispone a compartir los recuerdos de aquel tiempo, y vuelve a demostrar que habla siempre sin tapujos.
–Ha sido usted el gran ausente en los homenajes que se han venido tributando a Paco de Lucía este año. ¿A qué se debe?
–Habría que preguntárselo a otro. La verdad es que no fueron pocos años los que vivimos juntos, casi siete años, desde el 94 al 2000. Además, cuando estaba el gran sexteto, que llevaba un rodaje importante y transformó todo lo que hoy en día es el flamenco. No han contado conmigo, estuve solo en lo que se hizo en el Teatro Real, con una pincelada en María de la O. Pero lo que de verdad me duele no es que no me llamen, sino la forma en que están haciendo los homenajes a Paco. Él es el gran maestro, nuestro referente, y no se están haciendo las cosas bien.
–¿Qué cree que se está haciendo mal?
–De la manera que se hace, no creo que sea la adecuada ni la oportuna para un personaje como Paco: el mago, la fuente de la que todos hemos bebido, todas sus obras son maestras y todas sus obras tienen una percepción distinta de lo que es el flamenco. Y eso es muy difícil, no autoplagiarse uno es muy difícil. Creo que ningún músico ha tenido esa capacidad, ni dentro ni fuera del flamenco.
–Es complicado estar a la altura del homenajeado, ¿no?
–Por eso mismo hay que pensarlo muy bien. Las cosas hay que decirlas: se iba a hacer, y se va a hacer, un día dedicado a Paco de Lucía en la Bienal, y estaba todo organizado para que lo hiciera Isidro Muñoz. De la noche a la mañana, han quitado de en medio a Isidro y han contado con otra gente. Cuando creo que Isidro iba a hacer una cosa muy interesante, contando con mucha gente y haciendo las cosas bien. No nos podemos juntar un rato antes para homenajear a Paco de Lucía, porque su música está a un nivel increíble. Y luego está la forma de organizarlo, he visto cosas en Nueva York con una luz blanca, ahora sales tú, ahora salgo yo… ¿Esto de qué va? ¿Vamos a ganar dinero, o vamos realmente a hacer un homenaje a una persona que queremos y amamos porque nos ha dejado ese caudal tan inmenso? Y el homenaje del Real fue un desastre. Eso hay que planearlo, y tienes que saber lo que estás haciendo. No puede estar Farruquito bailando y detrás todos los técnicos con las linternas quitando y poniendo cosas, y haciendo ruido. Habría que haber hecho un gran homenaje a nivel mundial, pero con gente de peso a nivel mundial en la organización. A mí me duele el maestro.
–Usted empieza a bailar muy niño, triunfa en la tele con Gente joven, luego estuvo con Luisillo, Rafael Aguilar… ¿En qué momento se tropieza con Paco?
–Pues fue en un sitio en el que se encuentran todos los flamencos, en Japón. Estaba con un grupo en El Flamenco, lo que hoy es el Garlochí, con Alfredo Lagos, Sara Baras, mucha gente. Allí como sabes son seis meses y medio, cuando vas mucho te dan visado para un mes más, así que estuvimos para siete meses y medio, y todas las mañanas íbamos a dar clase. Un día, de regreso con uno de los guitarristas que venían, ese día había comprado yo un balón de fútbol para echar un rato detrás de los apartamentos. Pues bien, yendo por la avenida, oigo al guitarrista decir “¡Paco, Paco!” y lo veo esconder la guitarra. Y yo creía que se refería a mi hermano Paco, que era cocinero y yo había logrado traérmelo conmigo. ¿Paco, mi hermano? “No, no, ¡Paco, Paco!”. Y vemos venir a Paco con Cañizares y José Mari Banderas, que estaban haciendo el trío. Lo vimos venir y era como una película a cámara lenta, el pelo, todo, ¡buah! Y yo con el balón como un tonto. Pues viene Paco y nos da dos besos. “Qué pasa, tú eres Joaquín, ¿no? Que estás ahí en El Flamenco, lo he visto ahí, nosotros estamos en el hotel un poco más para abajo… ¡Te gusta el fútbol! A mí me encanta, te juego una comida, nosotros contra ustedes. Y yo, “claro, Paco, cuando quieras”.
«No han contado conmigo, estuve solo en lo que se hizo en el Teatro Real. Pero lo que de verdad me duele no es que no me llamen, sino la forma en que están haciendo los homenajes a Paco. Él es el gran maestro, nuestro referente, y no se están haciendo las cosas bien»
–¿Lo admiraba mucho ya?
–Era mi ídolo, me sabía todas las falsetas de él, todas las cosas de él, era lo que yo escuchaba día y noche. Y me dijo: “Mañana voy al tablao y quedamos, que vamos a estar aquí una semanita”. Y nosotros pegamos una carrera increíble para los apartamentos, eufóricos, imagínate, yo tenía 19 años… ¡Paco! Aporreamos todas las puertas, y todo el mundo, “¿qué pasa, qué pasa?”. “¡Que hemos visto a Paco y va a venir a vernos mañana!”. “¿Qué dices?”. Mira, el Alfredo se levantó a por la guitarra, el otro bailando por otro lado, aquel ensayando… Nos fuimos superilusionados para el tablao. Le dijimos a Orihara, el maître: “Tú me avisas si viene, para que estemos al loro”… Pero no vino. Ni al otro día. Ni al otro. Pero cuando menos lo esperábamos, salió Orihara: “Está Paco de Lucía ahí”. ¡Qué me dices! Ahí estaba con Cañi y José Mari. Y nosotros, “Paco, ¿cómo nos has hecho esto?”, y él diciendo que le habíamos gustado mucho, “¡déjate de rollos!”, pero nos llevó a una discoteca, estuvimos toda la noche con él. Quedamos al otro día, jugamos al fútbol, nos llevó a comer ¡huevos fritos con papas!
–¿Cuándo volvieron a verse?
–Ya luego empezamos a vernos en Madrid, íbamos todos los viernes a jugar al fútbol, y con la Banda del Tío Pringue íbamos a comer a La Latina, a un bar que le gustaba. Entonces yo empecé a hacer una colaboración con Vicente Amigo para su primer disco, De mi corazón al aire. Y una de las veces que vengo a Jerez a ver a la familia, y a mi novia que es mi mujer ahora, casualmente me dice mi padre que escuche cantar a mi hermana Carmen, que tenía siete años. Y la escucho cantar por soleá de una manera que yo no me lo creía. Así que cogemos toda la familia y nos vamos a una viña a disfrutar de ella. Regresé con unas copitas de mosto, y al llegar a casa me dice mi novia: “Ha dejado un mensaje en el contestador Vicente, que quiere hablar contigo”. Lo escucho y dice: “Joaquín, tengo el mejor trabajo de tu vida”. Lo llamo inmediatamente, “Vicente, ¿cuál es el mejor trabajo de mi vida, si yo ya estoy contigo?”. “Escucha esto”, y me pone él en el teléfono el mensaje de Paco: “Vicente, búscame al Grilo, que quiero que se venga para Quito”. Estaban ellos en Costa Rica, y Manolito Soler había sufrido una historia de corazón y decía que se venía. “Por favor, búscamelo y que haga las maletas mañana mismo para Madrid, que Caturla [su promotor] le va a dar los billetes y el dinero para Quito”. Cuando escuché eso, me tiré en el suelo como una cucaracha, mi novia preguntándome qué me pasaba y yo “¡que me voy con Paco, que me voy!”.
–Y se fue, claro.
–Imagínate Quito, 3.000 metros de altitud, llegar con esa presión… Yo iba con seguridad de que me sabía cómo era ese espectáculo, porque lo había visto, lo había mamado, pero claro, era el miedo de enfrentarte cara a cara al maestro.
–¿Pero no habían ensayado?
–Nada, nada, pero además llego allí y me pego tres días en Quito esperando a Paco. Y la presión era increíble, me recuerdo en la habitación mirándome al espejo tocando las palmas por La Barrosa, y preguntándome, ¿yo sé tocar las palmas, o no sé tocar las palmas, me cago en todo? Fueron tres días interminables para mí, yo llamaba a la oficina, “¿cuándo viene?”. Tú no te preocupes, chico, tú come allí, estate tranquilo, ya te avisamos… Hasta que me llamaron: “Dentro de una hora llega Paco”.
–¡Por fin!
– Yo me bajé para abajo dos horas antes a esperarlo. Y ya vino con toda la troupe, llegó él con su chándal rojo y su gorra, y yo, “Paco de mi alma y de mi corazón, tú no sabes lo que es esto para mí”. “Vamos a tomarnos una cervecita, ven”. Me pregunta si sé lo que tengo que hacer. “Perfectamente: las bulerías, las alegrías después…” “Pues nos vemos mañana allí sin ningún problema. Lo único: ¿tú sabes tocar el cajón?”. “Mira, Paco, yo lo que toco en mi casa son unos bongós que toco en las fiestas, pero yo te toco a ti las maracas si hace falta”. Y se tiró al suelo de la risa, antes de decirle a Berry: “Búscale un cajón”. Y me regaló un cajón peruano, pequeñito. Me pusieron el micro, él empezó a tocar, y yo me sabía ¡to-do! Porque lo tenía, no lo hice a propósito, es que lo escuchaba siempre, sabía perfectamente dónde estaba todo. Empezó la prueba, hizo un tema, y le digo, “¿qué hago, Paco, adónde salgo?”. “Adonde tú quieras”. “¡Pues entonces en todo! Yo quiero estar con ustedes en el escenario”. “Es que la gente que viene luego dice que se le quedan las piernas dormidas…” “Yo soy muy joven para que se me duerman las piernas”. “¿Crees que vas a necesitar oxígeno?”. Pero yo no necesitaba nada. Así empezamos, y así seguimos durante siete años.
«Yo conocí a un Paco con 50 años que se comía el mundo. Estrené en el Villamarta, hice una pincelada en su memoria, pero no pude ir adonde iba a ir todo el mundo a falsear: al entierro a pelearse por coger la caja, o a que me vean… Él sabe perfectamente lo que hemos vivido. Las cosas me las guardo para mí»
–Cuando ya se vio en el escenario, ¿se sintió cómodo, o le costó adaptarse al grupo?
–No, porque yo me quité de mi cabeza el chip de bailaor-bailarín, y quería ser una esponja, quería vivir eso, aprender eso. No pretendía otra cosa. Quería hacer lo que hace una persona cuando entra en un equipo de primera división: aprender, acoplarte a ellos. Y eso me ha enseñado mucho, me ha llenado la mochila de cosas bonitas.
–Usted venía de bailarle ya a grandísimos guitarristas. ¿Era diferente en algún sentido hacerlo para Paco?
–Paco, aparte de un gran concertista y un gran compositor, tenía una energía sobre el escenario… Imagínate que entras en el Real Madrid, o en el Barcelona. Tú has jugado con gente muy buena, pero ahí está la élite, y tú tienes que estar a ese nivel. Y es muy difícil. Además, yo entro cuando está todavía Pepe de Lucía, pero una de las giras posteriores que hacemos en Europa, el primer día en Alemania se pelea con Pepe. Casualmente estábamos haciendo Samaruco con Cañizares y Duquende, y Paco lo sabía. Y me pregunta, “¿tú tienes el número de Duquende? ¿Tú crees que vendrá?”. ¡Eso a las tres de la mañana en su habitación, tomándonos un whisky! “¿Tú eres capaz de llamarlo?”. Y así lo hice, llamé a Duquende, no se lo creía, y yo: “Espera, que te lo pongo”. “¿Te vienes?” “¿No me voy a ir, Paco? Ahora mismo”. “Ea, pues vente para Alemania”. La verdad es que era un personaje en el escenario y fuera de él: bromista, te daba consejos… Nunca lo he visto hablar por hablar, como con la guitarra: no tocaba por tocar. Esa es la diferencia con los demás. Todos los caminos son importantes, pero él tenía el verdadero. En las giras decía “vamos a arreglar la bulería”, y pedía opinión a todo el mundo. Imagínate, Jorge, Ramón, Cañi, todos aportaban, todos esos bicharracos… Pero él al final decía, “¿y qué os parece esta?”, hacía un arreglo con dos golpes y todo el mundo se miraba diciendo, ¿qué es esto? Por eso, sacaba un tema nuevo y lo reconocías como la banda sonora de tu vida, siendo nueva. Es como cuando lees un libro y te dice algo que sabes, pero que no habrías podido escribir tú.
–Con Pepe, ¿tuvo buena relación?
–Muy buena, lo que pasa es que Pepe en el fondo es un gran niño. He tenido con él muchas disputas, con él y con Cañizares. Yo cuando llegué era el más joven, el niño de la compañía, tenía mucha energía y una alegría inmensa de estar ahí, y Paco me cogía un poco para hacer cosas, trastadas… A Paco le gustaba mucho ser la vecina del barrio. Metía mucha cizaña. Me hacía decirle a Cañizares, por ejemplo: “No muevas más el piececito, ya”. Porque el Cañi imitaba a Paco, el movimiento del pie, la manera en que él marcaba. Pero Cañi no tiene el peso… Para Paco, el tiempo siempre se estaba cayendo, así que me decía “el pie, dile algo”… Y yo se lo decía. “¿Tú tocas flamenco?”, y para qué, se ponía… “Te voy a meter así…” Y Cañi le decía a Paco, “que me voy, que me voy del grupo”. Y Paco me decía: “Ve a la habitación y pídele perdón. Y yo iba, “Te lo juro, Cañi, perdona, un abrazo”.
–Le gustaba bajarle los humos a todo el mundo, ¿no?
–Sí, pero fíjate, lo hemos hablado los del grupo cuando hemos tenido el día libre y nos hemos reunido en una habitación, y es que tú te ibas de gira un mes y medio, te ibas a casa una semana, y cuando volvías otra vez lo veías como Paco de Lucia, con el aura arriba, con esa historia que no te acostumbrabas… A ver, yo lo he visto llorar a él, hemos estado en multitud de ocasiones que no puedo contar. Eso se queda para mí. Pero hemos estado en sitios increíbles, pasándonos cosas increíbles, eso es para toda la vida.
–¿Cree que Pepe estuvo aplastado por la sombra de Paco?
–Totalmente, eso fue lo que a él lo hundió. Era el niño prodigio, no era Paco. Lo que pasa es que Paco pasó por lo alto de él, y él no tuvo la capacidad de aprender de eso. Esa familia tiene una energía increíble, Pepe también, y Paco sabe controlarla, pero a Pepe se le va. Energía, toda la del mundo, y es un creador importante. Pero eso que estamos hablando le pudo.
«A ver, yo lo he visto llorar, hemos estado en multitud de ocasiones que no puedo contar. Eso se queda para mí. Pero hemos estado en sitios increíbles, pasándonos cosas increíbles, eso es para toda la vida»
–¿Y Ramón?
–Era el que llevaba el cotarro, era el padre de todos. Era el que llevaba la guía de ese grupo. Si no, no habría durado tanto. Era el que cobraba y el que daba, el que decía, el que tenía… Cuando nosotros queríamos hacer algo “anormal”, teníamos que esperar a que Ramón se acostara, a las diez y media o las once. Entonces era el momento nuestro; si no, no se podía hacer nada. Pero era fundamental, porque en cada sitio al que llegábamos había tres fiestas entre las que elegir. Muchos días, después del concierto, decíamos “hoy no vamos a ningún lado”. Pero claro, acababas con la euforia, y pensabas, ¿ahora me voy a acostar? Era increíble. Y uno tenía la edad para poder hacerlo.
–¿Y Paco se apuntaba?
–Sí, pero era mucho más mesurado. Él tenía que dar la cara, algún día le apetecía y si al día siguiente no tenía nada, pues se pegaba un pedazo de fiesta, así de claro. Era el que más le gustaba una fiesta del mundo, y con mucho ángel, porque no he visto una persona con más gracia… Pero éramos como estrellas del rock. Yo he trabajado con Paco en la playa de Ipanema, y nos escoltaba la policía porque el concierto era gratis, subvencionado por Coca-cola, y estaba la playa a reventar, una playa inmensa. No se veía el final. Y salías y la gente te comía, y yo decía, ¿esto qué es? Qué nivelazo, el de Paco. Yo había viajado por el mundo afortunadamente muchas veces, pero de otra manera. Cuando voy con un grupo de estrellas mundiales… Si no tienes los pies en el suelo, se te puede ir la cabeza. Cuando yo venía, a mi madre, que en paz descanse, y a mi padre, yo los veía verdes. El día no los vivía, yo vivía de noche. Era el máximo de lo máximo, los hoteles, las fiestas… Recuerdo en México, que nos invitó a una fiesta una mujer mayor de mucho dinero. Cogías un ascensor, te llevaba al piso de arriba, se abrían las puertas y había gente guapísima por todas partes, tirados en el suelo, mariachis por todos lados, cuatro o cinco habitaciones con atmósferas diferentes… De decirle a Almodóvar: chico, pon la cámara aquí.
–Paco, ¿tocaba en las fiestas?
–Tenía que estar muy a gusto. En petit comité sí, en un restaurante de Viena de un amigo suyo, al que le gustaba ir, cerraba para nosotros y para quien dijéramos. Y ahí cogía una guitarra vieja, ponía un bolígrafo con una gomilla de cejilla y me hacía cantar a mí siempre, para reírse, claro.
–¿Y qué le cantaba?
–Una cosa que luego grabó: “En la calle Nueva,/ hay un almacén/ donde vende arenques, manteca y café”. Y yo le preguntaba por qué me hacía cantar siempre lo mismo. Después, cuando lo grabó, pensé, ¿será por mí? Para mí, solo pensarlo me dio una gran alegría, aunque ya estuviera grabado por Terremoto y otra gente.
–¿Usted conoció a sus antecesores, Juan Ramírez, Manolito Soler…?
–Yo creo que Paco donde disfrutó más fue con Manuel Soler, porque era un gran percusionista en todos los sentido, incluso en el baile. Hoy hay bailes que hacemos todavía y que sacó él, la mordiente de tran-tran… Juan Ramírez ha sido un personaje indiscutible del baile. En Madrid he pasado ratos increíbles con él, en el Candela. Era diferente, salía nada más que para bailar, llegaba la bulería, rrrrrrrrrrrrrrrrr… Pero no se integraba, y tenía problemas a la hora de viajar, porque no iba en avión nunca. Siempre en coche o en tren, y para Paco era un hándicap, me lo decía: “Me cago en la mar, cómo le suenan a Ramírez los pies. Es matemática pura, mete el pie en el sitio justo donde lo tiene que meter”.
«No era Dios, fallaba, y tenía problemas con el sonido, como todos. Cuando estaba bien todo fluía, lo escuchabas y era como el disco, pero cuando fallaba y se rebuscaba, era cuando te levantaba el vello»
–¿Y en usted, qué vio?
–Tendría que decirlo él, pero seguramente la juventud, la admiración que sentía por él. Siempre me he volcado con él. Piensa que yo no solo bailaba, también tocaba las palmas, con Rubem al cajón, solo 14 minutos al nivel de Paco… Creo que vio mi Jerez metido ahí, con un calzador [risas] y con toda la emoción del mundo.
–Con Jerez, ¿tenía debilidad?
–Siempre me hablaba de Morao. Siempre me decía, “¡me cago en los muertos de Morao, Joaquín, que hace dos notas, dos pulgares y un rasgueado con esas uñas de galápago, y le dicen ole! ¡Y yo tengo que hacer tres escalas para que me digan ole a mí!”.
–Hábleme de su sonido. Porque usted se llevó luego a su sonidista, ¿no?
–Sí, yo creo que poner el sonido a Paco era fácil y difícil a la vez. Dependía mucho de su estado. La guitarra de Paco de los conciertos no era la de los conciertos. Era una guitarra más dura, donde él tenía que empujar. Estaba ya desconchada, creo recordar que no era Esteso, era Ramírez… Una guitarra gorda, cuando estaba con el grupo se venía un poquito abajo, pero cuando se quedaba solo, no era normal cómo empujaba. Paco no era normal, pero claro, estamos hablando de alguien divino, que estaba tocado por la varita y además tenía una disciplina impresionante. Estaba sentado en la cama, fumando con el kimono, y ya impresionaba de cómo le sonaba la guitarra. Hay que vivir todo eso.
–¿Hay quien lo pone en duda?
–Mira, yo he discutido con mucha gente, porque Jerez es muy localista, es una gran tierra de tocaores y muy diferente a todo. En el arte no se puede comparar a nadie, pero quien dice “Parrilla coge a Paco…” Perdona… A mí Parrilla me encanta, su personalidad, su manera de componer, de hacer. Pero estamos hablando de cosas muy diferentes. Hay cosas de la tierra, que con dos detalles te dan la atmósfera de la tierra, el olor de la bulería, de los tangos. Pero ser concertista, llevar la música a ese estado… es otra cosa. ¿Cómo le explicas tú a un aficionado purista, a un peñista de Jerez, eso? No llegan a eso.
–¿Usted estuvo cerca de él cuando falleció Camarón?
–Estaba muy tocado, muy dolido. Por la muerte de Camarón y por todo lo que se formó alrededor. Él me decía, “Joaquín, ¿tú crees que yo podría…?” Y yo le decía que no creía una palabra de eso porque sabía cómo él era. Fue muy duro para él. Y de hecho creo que el último sexteto de Paco tuvo que ver con su deseo de hacer las paces con todo el clan gitano.
«Siempre me decía: Morao hace dos notas, dos pulgares y un rasgueado con esas uñas de galápago, y le dicen ¡ole! ¡Y yo tengo que hacer tres escalas para que me digan ole a mí!»
–Me interesa ese punto de vista, ¿puede desarrollarlo un poco? ¿Cree que Paco se volvió más gitanista de lo que ya era?
–Paco ya había hablado en entrevistas de su gusto por lo gitano, de cómo en sus fiestas es donde se vive realmente el flamenco, pero hay más cosas. Es verdad que el gitano tiene una manera especial de vivir el flamenco, pero en creación para mí ha habido solo un gran creador, que ha sido Camarón de la Isla. Paco era muy listo, todo lo que hacía lo pensaba. Solo se tiraba a la piscina a la hora de improvisar en el escenario, en la vida lo tenía todo muy bien hecho. Me acuerdo de Guayasamín cuando le hace esa gran pintura que lo representa con una catedral en la cabeza. Yo he estado en su casa con Paco, en Ecuador, le dijo que quería hacerle un gran cuadro, y hay un documental donde Paco está fumando y Guayasamín lo pinta. Pues esa catedral era la cabeza de Paco. Pero bueno, con lo de Camarón lo pasó fatal, lo traicionó mucha gente. Yo he vivido una Bienal que Paco vino y la prensa lo puso fatal, en el Maestranza, cuando la gente se metía por las ventanas de los camerinos, hubo que habilitar gradas entre cajas. Y recuerdo que Paco estaba enfadado con Tomate, Ramón lo vio venir y él no partía peras con nadie, “¿Tú dónde vas?”. “Voy a saludar a Paco”. “Paco está estudiando, tú no vas a ver a nadie”. Y Paco luego ha puesto el culo de una manera… Que yo no he entendido, pero todo es por el rollo de Camarón. Yo lo he visto llorar, preguntar si se merecía todo aquello. Yo sé todo lo que Paco ha hecho por Camarón, cuando se puso malo. “¿Cuánto te hace falta, cuánto quieres?”. ¿De eso no se acuerda nadie?
–En la grabación de Luzía, ¿cómo estaba?
–Así, totalmente dolido. Cuando muere el padre estamos nosotros de gira, suspendemos varios conciertos, él viene para España, nos quedamos nosotros allí, y regresa para seguir la gira. Y era para verlo tocar. Siempre que tocaba y empezaba la rondeña, o la taranta cuando la hacía, era para escucharlo entre cajas. Porque Paco fallaba, y cuando se equivocaba era cuando aparecía el humano y decía “ya, se acabó”, volvía la cara para atrás y ponía al público en pie en dos segundos, de la rabia. No era Dios, fallaba, y tenía problemas con el sonido, como todos. Cuando estaba bien todo fluía, lo escuchabas y era como el disco, pero cuando fallaba y se rebuscaba, era cuando te levantaba el vello.
–En el estudio, ¿cómo era?
–Lo tenía superclaro. No dudaba en nada. Por eso cogió al Limones y le dijo “enséñame cómo va esto”, para poner el estudio en su casa y hacerlo todo él. Era un tío muy disciplinado, todo venía armado en su cabeza, todo tenía un porqué. Te contaba una historia. Y lo último que hizo, yo no he visto arreglos más bonitos en mi vida con la canción española. Es una obra de arte, con cuatro cosas.
–¿Recuerda cómo fue la separación del sexteto?
–Sabíamos, porque ya lo había planteado alguna vez, que quería cambiar la historia. Lo que no sabíamos era quién iba a ir. Pero entre nosotros, cuando lo hablamos, nos pareció fabuloso. ¿Algo que objetar? No. Sí es verdad que cuando vemos el planteamiento, decimos sí, son magníficos, pero hay un trasfondo. También él necesita que lo vea otra gente. Que vengan otros músicos, porque él quiere a gente joven. Carles se va con canas, Rubem con las rastas llenas de canas también… Él quería mostrarse como un maestro real, y necesita a gente nueva. No vamos a discutir la calidad de ninguno.
–Lo cierto es que la etapa de ebullición creativa es la de ustedes, los otros llegan cuando el trabajo está hecho, ¿no?
– De hecho, cuando llegan ya son otras circunstancias, y otra forma de tocar de Paco. Paco ha sido muy inteligente para madurar, buscaba sus recursos para no emplearse como se empleaba antes, porque lógicamente sus facultades se iban mermando. Buscaba el ritmo, buscaba las notas peladas, pero dónde las colocaba. Ya no era el ímpetu, la fuerza, era otra cosa. Necesitaba a gente de ese porte, joven, que empujara de otra manera para él mostrarse. De hecho, a todos ellos los ha puesto firme muchas veces, yo lo sé. Él estaba acostumbrado a la fotografía perfecta de Carles, ahora se encuentra con otro que tiene todo el swing del mundo pero, ¿dónde está el de la fotografía? Y fíjate Serrano, un musicazo como la copa de un pino, pero no era lo de Jorge.
«Yo quería hacer lo que hace una persona cuando entra en un equipo de primera división: aprender, acoplarte a ellos. Y eso me ha enseñado mucho, me ha llenado la mochila de cosas bonitas»
–Y el Piraña es una historia completamente diferente a la de Rubem…
–Nada que ver. Piraña es más técnico, pero el que toca el cajón primero, y el que toca con los hombros se llama Rubem. El que toca de aquí [se toca los hombros] es el brasileño. Que sí, que puede tener un día malo, pero como lo cojas bien, te cagas por las patas abajo. Porque yo lo he visto con las congas y cuatro cacharros que llevaba, y eso no era normal.
–¿Usted cree que hay un antes y un después del encuentro de Paco con Javier Limón?
–Hombre, yo creo que Paco no hacía nada porque sí. Todo tenía un porqué. No quiero decir la palabra “utilizar”, pero sé que era el momento de él de aprender cómo funcionaba toda aquella nueva tecnología. En ese sentido Limón estaba muy puesto, se lo lleva a su casa a Playa del Carmen, compra todo lo que necesitan, y Paco aprende a manejarlo. Y eso te amplía la visión de lo que tienes. Imagínate, ahora Paco no tiene que tocar delante de nadie. Montó un estudio allí, otro en Mallorca, otro en Toledo. Eso era la aguja y la lana, ya no tenía que contar con nadie.
–¿Lo visitó alguna vez en México?
–Sí, nosotros hemos estado dos veces, casi diez días entre gira y gira. Acabábamos Sudamérica y luego teníamos Norteamérica. “Ir para allá un día, y otro para acá, son dos, y solo vais a tener una semana de descanso, mejor os cojo una casa al lado de donde vivo y lo pasamos de muerte”. Y nosotros, ¿cómo que no? ¡Buah! Esa gira venía Viejín, que era muy buena gente, un pedazo de pan. Siempre estaba al lado de Paco, Paco se sentaba ahí, y él al lado. O íbamos a jugar al fútbol, y se ponía al lado de Paco, ¿y las uñas, Paco? ¿Y esto otro, Paco? Era muy pesado, pero a Paco le gustaba mucho cómo tocaba.
–En el famoso accidente en el que estuvo a punto de perder un dedo, ¿estaban con él?
– Allí estábamos, en la isla Milagrosa, en Colombia. Estábamos de gira y él dijo “yo me voy a ir con Gabriela a una isla que me voy a ir a pescar, con un negro que me alquila una barca” y no sé qué más. Y al otro día, compadre, recibimos una llamada, “que Paco se tiene que ir corriendo para Madrid”. Se había metido sin guantes ni nada, porque él era así de salvaje, había cogido un mero o algo así, se había metido en una piedra, y al estirar… el dedo colgando. Pero fíjate lo que es la vida: uno no quiere creer mucho en esas cosas, pero se llama la isla Milagrosa, el hombre lo saca del agua, el tendón cortado, la sangre, allí además que hay tiburones… Pues bien, lo primero que piensa es que necesita un médico, pero dónde encuentras uno en una islita con cuatro casas de pescadores. Le dicen que allí vive uno, pero no saben si es hoy cuando viene. Lo sacan a la orilla, y el médico aparece en una bicicleta, ¡por la playa! Le mira el tendón, no puede hacer nada, pero le anuda el tendón y le dice: vete corriendo a un hospital. Llega corriendo en avión a Madrid, lo ve el médico y le pregunta: “¿quién te ha hecho esto?” “Uno que pasaba con una bicicleta”. “Pues te ha salvado el dedo”. “No me digas eso, si yo ya pensaba que iba a dejar la guitarra”. Cuando le pasó, se quitó un peso de lo alto. Era la excusa perfecta para descansar. Y le dijo el médico: “Pues no vas a descansar. Te opero y en dos meses está tocando” ¿Cómo? Efectivamente. Y empezamos otra vez de gira. “Y yo pensaba, Joaquín, que te mueras tú, que ya tenía la excusa para retirarme”.
–¿Ha visto alguna vez a alguien alegrarse ante esa posibilidad? En el sentido de ver a Paco como un obstáculo para desarrollarse plenamente.
–Seguro que lo había, pero es gente con muy pocas luces. Lo importante es buscar de otra manera. Tenemos ahí a Vicente, que ha encontrado su forma. Naturalmente está ahí Paco, y eso es punto y aparte, no es punto y seguido. Pero hay que buscar una fórmula: tú ahí no puedes llegar, ni como compositor ni como concertista ni como tocaor. Es imposible. Es un sabio, un mago que vino a la tierra. Si no hubiera sido flamenco, donde hubiera caído habría hecho algo igual. Si hubiera nacido en Hungría o en América, habría hecho algo importante, porque tenía ese rollo.
«Paco sacaba un tema nuevo y lo reconocías como la banda sonora de tu vida, siendo nueva. Es como cuando lees un libro y te dice algo que sabes, pero que no habrías podido escribir tú»
–Ya que menciona a Vicente, creo que estuvieron alguna vez distanciados, aunque acabó cargando el féretro…
–Y el que le ha hecho el homenaje más bonito, el Réquiem. Ellos son compadres, pero no hay comparación. En el último disco de Paco, que invita a Tomate a tocar, eso era para Vicente. Lo que pasa es que él siente tanto respeto por Paco, que le ponía una traba tras otra, para no ir. Y Paco, ¿vas a venir o no vas a venir? Pero no es igual una bulería de Paco con Vicente, que Paco con el Tomate. Te puedes poner como te pongas, es la realidad. Y de hecho, mira Vicente lo que ha hecho a lo largo de su carrera. Tomate es un tío que tiene un soniquete, una forma de tocar, pero es más tocaor que concertista.
–¿Usted ha hablado con Vicente de Paco?
–No, y creo que no hablará nunca con nadie. Pero la verdad es que han tenido muy buena historia, Paco venía a Córdoba a su casa, lo quería mucho y hablaba muy bien de él. Era su primer apóstol.
–¿Recuerda cómo recibió la noticia de la muerte de Paco?
–Yo voy a estrenar aquí, en Jerez, un espectáculo con la Remedios, Makarines, Dorantes, Juan Requena… Cositas mías, se llamaba. Yo estaba ensayando, iba a llevar a mis niñas al colegio y siempre acostumbro a poner la radio. “Muere Paco de Lucía”. ¿Cómo? Esto está mal. No puede ser, ¿qué dices? Un jarro de agua fría por la mañana. Hago dos o tres llamadas y sí, efectivamente… Es como si se muere tu padre, tu padre musical, con lo que he vivido con él. En un momento que sé que los demás que han estado con él no lo han vivido. Yo conocí a un Paco con 50 años que se comía el mundo, le pegaba una patada a un cristal y lo caía entero. Estrené en el Villamarta, hice una pincelada en su memoria, pero no pude ir adonde iba a ir todo el mundo a falsear: al entierro a pelearse por coger la caja, o a que me vean… Él sabe perfectamente, y yo lo sé, lo que hemos vivido. Las cosas me las guardo para mí. Preferí no ir a Algeciras.
–¿Cuántas veces se acuerda usted de él?
–Un día sí y otro también. Ayer justo estaba escuchando, con mi hermana Carmen viendo cómo hacer una bulería, y me acordé de una cosa que está él con el Turronero y Paco Cepero y Camarón, y toca él ahí por bulerías que es una barbaridad. Y Camarón estaba ahí pletórico. Él siempre estaba dando consejos, y decía: si un artista con 35 no ha logrado nada, poco va a lograr luego. Con 35 una persona tiene que tener resuelta su vida. Era el tope para empezar a amoldar lo que había acumulado en su mochila. Si no tenías nada, eras una mierda. Y cada vez que volvía de gira, me pregunta ¿qué hay por ahí, qué artistas nuevos hay? Hubo una época en que yo estaba muy liado con Borrull y el Cojo de Málaga, y yo llegaba a la gira con mis discos y mis cedés. Siempre viajábamos por Europa en un autobús de dos plantas, y teníamos nuestro garito arriba con nuestro sonido. Paco se ponía abajo siempre con Gabriela, sube y me dice, ¿eso que estás escuchando qué es? “Borrull con el Cojo Málaga”. Lo puse. “Ponlo otra vez”. “Pon esa parte, ¡dale para atrás!”. De hecho, desaparecieron los CDs, no los volví a ver [risas].
→ Ver aquí las entregas de la serie LOS ELEGIDOS, de Alejandro Luque, sobre los colaboradores de Paco de Lucía:
# LOS ELEGIDOS (XIX) Bobby Martínez: «Cuando Paco me dijo que en flamenco no se lee música…»
# LOS ELEGIDOS (XVIII) Joaquín Grilo: «Me duele la forma en que se rinde homenaje a Paco»
# LOS ELEGIDOS (XVII) Domingo Patricio: «El nivel de las giras de Paco no lo había antes ni lo hay ahora»
# LOS ELEGIDOS (XVI) Enrique Heredia ‘Negri’: «Una conversación con Paco equivalía a diez años de carrera»
# LOS ELEGIDOS (XV) Toni Aguilar: «Dejé el grupo de Paco de Lucía porque no quería engañarlo»
# LOS ELEGIDOS (XIV) Jesús Pardo: «Para Paco era inconcebible sacar un disco y que la gente no se asombrara»
# LOS ELEGIDOS (XIII) Juan Manuel Cañizares: «Cada vez que cogemos la guitarra, Paco está ahí»
# LOS ELEGIDOS (XII) Álvaro Yébenes: «Paco de Lucía nunca pudo salirse del flamenco»
# LOS ELEGIDOS (XI) Rubio de Pruna: «Paco de Lucía hablaba maravillas de sus compañeros, nunca alardeaba de sí mismo»
# LOS ELEGIDOS (X) Chonchi Heredia: «Paco de Lucía ha dejado frustrados a todos los guitarristas»
# LOS ELEGIDOS (IX) / Rubem Dantas: «En Rusia, Alemania o Japón todos se volvían flamencos escuchando a Paco de Lucía»
# LOS ELEGIDOS (VIII) / Rafael de Utrera: “Gracias a Paco acabé cantando diez veces más alto de lo que llegaba antes”
# LOS ELEGIDOS (VII) / David de Jacoba: «La primera vez que vi a Paco hacer una nota a mi lado quise ponerme a llorar»
# LOS ELEGIDOS (VI) / Niño Josele: «La música de Paco de Lucía era como mi idioma natural»
# LOS ELEGIDOS (V) / Antonio Serrano: «Paco se ponía nervioso antes de los conciertos, porque no estudiaba nada»
# LOS ELEGIDOS (IV) / Duquende: «El grupo de Paco de Lucía era como una nave espacial»
# LOS ELEGIDOS (III) / El Viejín: «Cada falseta de Paco de Lucía te puede llevar por un rumbo diferente»
# LOS ELEGIDOS (II) / Dani de Morón: «Todavía hay quien cree que no estudiar a Paco es tener personalidad»
# LOS ELEGIDOS (I) / Con Alain Pérez en La Habana (y II): «Paco de Lucía tenía a todo el mundo esperando que fallara»
# LOS ELEGIDOS (I) / Con Alain Pérez en La Habana (I): «Enrique Morente era un visionario de los de verdad»
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