Este año de 2024 está siendo el de la retirada –la despedida de los ruedos de las ondas– de Manuel Rodríguez Rodríguez, Manuel Curao. No sabemos cuándo echará mano de las tijeras ni dónde. Desconocemos en qué rincón flamenco de nuestra Andalucía se cortará la coleta –el postizo, el añadido–. Pero plaza a plaza, festival a festival, va diciendo adiós con un pañuelo blanco de lunares negros a los aficionados de buena voluntad.
Manuel Curao –a la paz de Dios–, que durante más de cuatro décadas ha estado hablando y refiriendo cosas del flamenco y de los flamencos, nos deja huérfanos de su voz ante los micrófonos verdes –como el verde césped del…– de Canal Sur Radio. Esperemos que no desde las tribunas y los atriles, que son muchas cosas las que aún le quedan por contar, “compañero del alma, compañero”.
Desde las páginas de El Correo de Andalucía a Canal Sur, pasando por varias cadenas de radio y por la televisión. Y también por la prensa escrita, donde comenzó a andar el camino de la crónica flamenca, que no es mala la pluma del maestro cuando se pone con ello. Porque los años le han aportado eso que los leguleyos llamamos “auctoritas”, que no es otra cosa que la legitimación, el reconocimiento, que otorga el saber. Por cierto –y no se lo cuenten a nadie–, cuando empezó era de los críticos leñeros, que él “quería arreglar el flamenco en dos años”. Pero para eso estaba ahí su padre para bajarle los humos y decirle que ese no era el camino. Y Manuel, como hijo obediente, hizo caso del pater familia y endulzó sus formas, hasta conseguir lo que es ahora. Y es que Manuel confiesa que no conoce el secreto de la crítica, por lo que decidió tomar la senda de contar y narrar, con una personalidad y una voz únicas, las cosas de nuestro flamenco.
«Su trabajo ha sido siempre serio, documentado, desde el respeto más absoluto a nuestra tierra, a nuestro arte y a nuestros artistas. De esta forma, amena y cordial, ha llenado horas y horas de nuestras vidas tanto a través del transistor como en la pequeña pantalla»
Manuel Curao ha conquistado el olimpo de los grandes comunicadores no sólo del flamenco, sino de nuestra forma de ver el mundo –como “una máquina de comunicar”, que lo definió el recordado Valentín García–, a través del cristal del sur del sur, a través de los colores blancos y verdes de nuestra bandera y del ideal que enarboló Blas Infante. Y lo ha hecho sin insultar, sin provocar, sin dar por saco por el gusto de darlo, una mala costumbre que ha hecho gracia al personal y que ha envalentonado al que insulta, al que provoca y al que da por saco por el gracioso gusto de darlo. Su trabajo ha sido siempre serio, documentado, desde el respeto más absoluto a nuestra tierra, a nuestro arte y a nuestros artistas. De esta forma, amena y cordial, ha llenado horas y horas de nuestras vidas tanto a través del transistor como en la pequeña pantalla.
Manuel ha llegado a la cima –esto es indiscutible– desde donde hay que llegar a los sitios. O sea, desde la puerta de su casa: humilde, limpia y formal, como es él. Sin padrinos ni cartas de recomendación ni referencias. Sin alcagüeteos ni palmaditas en la espalda. Ha llegado donde ha llegado –que es la cúspide, la cima, la cumbre–, a donde él quería llegar desde chiquetito, ni más ni menos que a través del trabajo, del trabajo y de más trabajo. Y de la educación aplicada a un mundo, a veces, tan maleducado.
Ha presenciado todas las bienales de flamenco de Sevilla y en esta se va a cortar la coleta. Se lleva infinidad de premios y reconocimientos. Y lo mejor de ello es que sabe agradecerlos, que haberlos haylos por ahí en medio que no reconocen ni agradecen porque creen a pies juntillas que son ellos los que le dan categoría al festival tal y cual y no al contrario. Cree que no tienen nada que agradecer porque lo que reciben lo tienen más que merecido. Pobrecitos…
Pues esta será su última Bienal como periodista. Creo que sería de ley reconocérselo y recompensarle por todo lo aportado. No soy quién para pedir nada ni para ofrecer. Pero me gusta recordar que hay que acordarse de los que jamás han olvidado y siempre han honrado la yema misma de nuestra cultura, dándonos vida, convidándonos a un rato de flamenco a través de las ondas que surcan la tierra de calma, las marismas y los olivares.
→ Ver aquí la segunda entrega de este artículo sobre Manuel Curao.
Qué gusto da
cuando un genio,
además de talento,
rebosa bondad.
Y qué suerte tenemos
quienes admirados disfrutamos
del talento generoso
que nos hace cultivarnos.
Porque este misterio nuestro,
que en el sur se genera,
requiere de voces así
para que bien se comprenda.
Y, entre los muchos que lo intentan,
destaca la voz de este hombre
que para los andaluces separa
el oro del cobre…