Hace unos años, el maestro Jorge Pardo me pidió un comentario para un disco suyo y, por la admiración que profeso al genial músico madrileño y desde el corazón, me salió esto: “Hay músicos que son maestros en lo suyo pero se muestran torpes ante otras músicas, otros logran mezclar lenguajes con cierta facilidad, pero solo unos pocos son auténticos alquimistas, aquellos que conocen la naturaleza y propiedades de los metales que desean fundir y saben obtener a través de esa alquimia arte puro”. Aquello de los alquimistas referido a Jorge me sugirió la idea que últimamente vengo comentando en mis escritos y conferencias, y que ahora pretendo aclarar con este artículo.
El flamenco es producto de un verdadero milagro, un fenómeno musical casi mágico, asombroso por su originalidad y excepcional en cuanto a la atmósfera sonora que ha logrado elaborar. Ese milagro se forjó fundiendo dos formas de expresarse en principio antagónicas, dos metales preciosos conviviendo de forma que sorprenden por la belleza del resultado con un funcionamiento orgánico tremendamente natural, como si hubiesen coexistido desde siempre. Mezclar lenguajes para crear uno nuevo es lo propio de otros géneros musicales del siglo XX. El jazz, por ejemplo, surgió de fundir el ragtime y el blues, logrando una música deliciosa e inmortal. El flamenco lo hizo décadas antes, mediado el siglo XIX, y el resultado fue del todo prodigioso. Lo dicho, un milagro.
¿Y qué metales fueron esos? Por una parte la guitarra española, auténtico prodigio polifónico y, algo fundamental para un instrumento de esa naturaleza, portátil, algo que permite tañerla en cualquier contexto. Y el otro metal a fundir fue el llamado “cante gitano”, cuya singular naturaleza, un artificio en toda regla, como Undibel manda, se basa principalmente en recrear el canto andaluz de tiempos remotos con todos sus ingredientes, aunque en plena era romántica, el siglo XIX.
La guitarra es el resultado de una evolución organológica que va de Oriente hacia Occidente, mientras el canto gitano se desarrolló a la inversa, desde el andaluz umbral de poniente hacia formas cantables preñadas de ingredientes orientales. Me explico. La guitarra tiene sus antecedentes más remotos en cordófonos mediterráneos y orientales y vino a configurarse hacia 1850 en la plantilla diseñada por el gran almeriense Antonio Torres. El cante, sin embargo, fue “diseñado” por los gitanos de Cádiz y Sevilla, con un muy conveniente e intencionado acento oriental. Sus caminos se cruzaron y decidieron darse la mano y caminar juntos hasta lograr un género sólido donde los haya, el flamenco.
El laúd árabe, uno de los bisabuelos de la guitarra, tiene como principal diferencia respecto de la guitarra la ausencia de trastes, esas piezas metálicas que se insertan en el diapasón de algunos instrumentos como la guitarra, la bandurria, el laúd hispano, el tres cubano o el cuatro venezolano. Mientras, el canto temperado propio de los cantos occidentales, desde el canto llano medieval, pasando por los romances y buena parte de las cantigas y canciones ibéricas, se fue atemperando y descomponiendo en los microtonos característicos del canto oriental, de Persia hasta el Magreb. Un singular proceso empeñado en alcanzar el lenguaje musical que resume el mestizaje centenario de las Españas.
«No pudo haberse forjado en ningún otro lugar que en ese paraíso del mestizaje que es Andalucía y en general España, tierra de tolerantes, por mucho que algunos se empeñen en distorsionar la realidad histórica de un pueblo, el hispano, acostumbrado a mezclarse desde tiempos inmemoriales y que ha hecho de la fusión de culturas su razón de ser, de Portbou al Cabo de Hornos, de Tijuana al Cabo de Gata»
Y he aquí el milagro. Cómo fundir en un perfume menta y canela, como cantaron Lole y Manuel en El río de mi Sevilla. Cómo lograr esa bendita alquimia sin violentar las reglas más básicas de la estética musical de un pueblo tan diestro en cuestiones musicales como el andaluz. Veamos.
La guitarra divide la escala, por mor de los trastes, en doce semitonos idénticos, los que se forman entre do-do#-re-re#-mi-fa-fa#-sol-sol#-la-la#-si-do, la llamada escala temperada, santo y seña de la música occidental, de la música académica europea y buena parte de la música de tradición oral que se cultiva en España. Mientras, el cante jondo, el cante flamenco, el cante gitano, se mueve por una escala que subdivide los tonos en múltiples microtonos que hacen casi imposible que puedan ser plasmados en un pentagrama, diseñado en principio para escribir escalas temperadas. Las melodías cantables del cante tienen entonces una apariencia oriental, se cantan con la intención clara de adobar con ingredientes orientales una música hecha en occidente por los habitantes más occidentales de Europa. Y he aquí el milagro.
Me comentaba un alumno hace unos años que un amigo suyo, turco y tocador de Ud árabe, le decía que el flamenco habría que tocarlo con ese instrumento en vez de con la guitarra, a fin de aunar los lenguajes con instrumentos, el Ud y la voz, no temperados. Obviamente no había entendido nada, ignoraba que el gran paso de gigante que dio el flamenco desde comenzaron a cristalizar los primeros estilos en la segunda mitad del siglo XIX fue precisamente la fusión entre esos dos mundos: la muy occidental escala temperada de la guitarra con la muy oriental escala atemperada del cante (lo que no quita que la mano izquierda de la guitarra intente adobar con disonancias el carácter oriental del género).
Al conciliar ambos mundos se consiguió el milagro, dando lugar a un género musical único en el mundo, fruto del más exquisito mestizaje, resultado de la comunión entre dos mundos en apariencia antagónicos y que no pudo haberse forjado en ningún otro lugar que en ese paraíso del mestizaje que es Andalucía y en general España, tierra de tolerantes, por mucho que algunos se empeñen en distorsionar la realidad histórica de un pueblo, el hispano, acostumbrado a mezclarse desde tiempos inmemoriales y que ha hecho de la fusión de culturas su razón de ser, de Portbou al Cabo de Hornos, de Tijuana al Cabo de Gata.
De forma muy resumida y espero que comprensible, estoy convencido, aunque pueda estar equivocado, de que así se produjo el gran milagro del flamenco, la deliciosa alquimia que fundiendo dos metales logró oro puro, el género flamenco, una de las músicas más excepcionales del mundo.