Está mal que yo lo diga peeeero… la popularidad que uno fue adquiriendo en la Viena de los años ochenta iba creciendo y con ella los compañeros que querían subirse conmigo al escenario y poder ganar la vida. Supongo que pensarían: si este puede, ¡cómo no voy a poder yo! Normal. Siempre he considerado que soy un músico del montón montón, con mi gracia, eso sí, pero nada del otro jueves, la verdad. Habida cuenta del repertorio que me gastaba en los locales donde actuaba tampoco era para ensayar mucho, rumbas, sevillanas y algún que otro cante facilito, dos o como mucho tres acordes cada tema. Excepto aquel Mediterráneo por bulerías que me marcaba, y otras canciones del maestro Serrat, al que venero desde chiquito, lo demás se podía acompañar sin ensayar, o eso me parecía a mí. Siempre he sido muy flojo para ensayar, entiendo que hay cosas que precisan ensayo, de hecho cuando tocaba el bajo en las orquestas de baile, actividad que practiqué mucho en aquellos años, era yo el que reclamaba a mis compañeros ensayar. El repertorio de estándares de jazz, salsa, merengue o bossa nova no suelen salir a la primera. Pero las rumbitas de Peret, Chunguitos, Bordón 4, etc. no necesitan más que subirse al carro y tirar palante.
El flamenco es un género hecho con patrones que sirven para acompañar los diferentes estilos. Es famosa la anécdota del gran Antonio El Farruco cuando le preguntó un guitarrista que cuándo iban a ensayar, a lo que el genial bailador de Pozuelo le contestó: “¿Tú sabes tocar? Yo sé bailar”. Pues eso. Una más de las cosas buenas que tiene el flamenco es que si conoces los códigos, si sabes los patrones de los estilos puedes acompañar el cante y el baile sin necesidad de ensayo. El cantador te dice el estilo, por soleá, y te da el tono, al tres, y es más que suficiente. Hace unas pocas semanas tuve el honor de acompañar en Madrid a Morenito de Íllora, que tuvo el detalle de dejarse acompañar por mí en una conferencia, e hicimos una docena de estilos sin conocernos. Nos pusimos de acuerdo antes en los estilos que iba a cantar y los tonos de cada uno y tiramos palante. Una gozada para mí, por cierto. El maestro, un bendito. Yo, que como dice Gamboa tocando soy cortito pero sucio. Tiene mérito el dejarse acompañar por mí. Pero bueno, al final, como decía el gran Morente, “salimos ilesos”.
No quiero infravalorar el ensayo, hay géneros que lo necesitan, algunos mucho, sobre todo cuando hay tres o más músicos en el escenario. Por ejemplo la música clásica, una obra para cuarteto de cuerda y no digamos ya una para orquesta, si no se ensaya previamente el desastre está asegurado. Pero, como digo, para acompañar La fiesta no es para feos del gran Walfrido Guevara, o Lágrimas negras del genio oriental Miguel Matamoros, solo hay que conocer esos clásicos, de una salen. Y eso es lo que yo pensaba en aquellos hoy lejanos años ochenta. Que un bajista quería unirse al carro, sube, pero del tirón, y si no te subes lo siento, aquí no hay tiempo para ensayar. Yo era entonces un aplicado estudiante universitario y tenía de todo menos tiempo.
«Es famosa la anécdota del gran Antonio El Farruco cuando le preguntó un guitarrista que cuándo iban a ensayar, a lo que el genial bailador de Pozuelo le contestó: “¿Tú sabes tocar? Yo sé bailar”. Pues eso»
He vivido muchas veces fiestas en las que músicos de muy distintas culturas se han unido y la han formado, sin conocerse, y eso es lo que en cierto modo diferencia este tipo de músicos de aquellos que solo saben tocar un instrumento. No hablemos ya de la legión de músicos formados en los conservatorios, que saben leer música pero no saben hacer música si no tienen el papel pautado delante. También lo he vivido muchas veces. Es una pena pero es real, gente que sabe tocar los Juegos de agua de Ravel pero después no pueden acompañarte al piano España cañí. Ese es uno de los cánceres de la enseñanza musical, muchas veces los conservatorios son factorías de jóvenes que saben leer música pero no son músicos, son capaces de leer, incluso a primera vista, lo que les pongas delante pero no pidas que toquen algo sin partitura, a no ser que lo hayan memorizado. Con el canto es más difícil, pero también ocurre. Un cantante aún sin partitura puede salir ileso de una fiesta entonando una canción. En el baile ocurre algo parecido, si sabes bailar sabes bailar. El problema suele estar en los músicos que tocan un instrumento que han aprendido con la partitura y sin ella se quedan literalmente mancos. De ahí que en el mundillo del flamenco estén, en general, mal vistos los alumnos de conservatorio. Y para muchos, aún hoy, si has aprendido la guitarra flamenca en un conservatorio equivale a que no eres flamenco. Sin embargo, tengo que decir que después de once años en el Superior de Córdoba, por mi aula han pasado muchos de los que hoy me encuentro por los escenarios trabajando en las mejores compañías de baile o acompañando a las figuras del cante o cantando en los escenarios de más solera. Eso depende siempre de que el alumno, aparte de su formación en el conservatorio, se ha preocupado por tocar en las fiestas y trabajar en los tablaos, esos sí, auténticas escuelas de la cosa jonda.
En mis años tiernos de rockero, con trece o catorce tacos, solo ensayábamos, todo el santo día en unos locales que había en Prosperidad metiendo ruido a lo que daba el Sinmarc. Gozábamos como enanos, pero en el tiempo que estuve allí metido creo que tocamos ante el público una docena de veces, Rockola, M&M, el CHA, los Salesianos de Francos Rodríguez, y aquel mítico primer concurso de rock Villa de Madrid que ganó Wyoming con Paracelso con una canción muy coreada después que decía Saca la china y líate un peta (Chechu Monzón ya desde jovencito, influyendo en la chavalada). Mucho ensayo y poca actuación.
¿Ensayar? ¿Para qué? Cuando llegamos a Japón en enero de 1995 a estrenar Fuenteovejuna con el gran Antonio Gades, habíamos estado montando durante seis meses la nueva obra. Sin embargo, en el programa de aquella gira de cincuenta días también hacíamos Carmen, y yo muerto de miedo, porque no la había hecho nunca, ni un ensayo. Recuerdo que mi recordado Antoñito Solera me dijo “tú, conmigo”, y así lo hice, y salió, y a partir de aquella primera Carmen hice más de cien, y sin ensayar. Las cozas.