Este 2024 que ya se apaga ha sido el año de dos conmemoraciones que han marcado el calendario de los flamencos. Hace diez años que nos dejó el Gran Jefe, el mejor del siglo XX y primeros años del XXI, y veinte han pasado desde que se fuera otro grande del arte, quien llevó el baile flamenco a todos los rincones del planeta durante medio siglo de carrera incansable. Ambos fueron la mejor “marca España” que se pueda soñar, embajadores de gran lujo para un país venido a menos por mor de tanto experto en enfrentar pueblos olvidadizos que campan a sus anchas por la piel de toro. Sin olvidar que también se cumplió el centenario del nacimiento de La Perla de Cádiz y de Porrina de Badajoz, déjenme dedicar este último artículo del año a Paco y Antonio.
La guitarra y el baile, tanto monta monta tanto. Las dos disciplinas cuya razón de ser es la de arropar el cante, fieles escuderos del arte más profundo que la humanidad haya podido forjar. A yunque y martillo, pasando las de Caín, sobreviviendo en el país que mejor sabe adorar los logros ajenos mientras desprecia con vehemencia los propios. Como dijo el gigante del Albaicín, “estamos vivos de milagro”.
El primero, desde niño, se entregó en cuerpo y alma a su pasión, el toque. Escondiendo su timidez tras la sonanta supo extraer del instrumento músico sus mejores frutos. Nadie hasta entonces tuvo el talento y habilidad de tañerla con la maestría necesaria para alcanzar las más altas cotas de expresión, como nunca antes se había logrado, con todos los respetos por supuesto a los grandes maestros que le precedieron, que además fueron los espejos en los que se miró el joven genio, figura inconmensurable del arte andaluz.
El otro, que como él decía llegó a esto por hambre, tuvo como maestra a la mejor, doña Pilar, que lo fue también de Farruco, Güito y Mario Maya, que siendo casi niños los incorporó a su ballet. No sabía na la hermana de Encarna ‘La Argentinita’, menudo ojo clínico que se gastaba la gachí. Porque, todo hay que decirlo, gachós eran nuestros dos añorados amigos y maestros. Lo que demuestra, una vez más, que si bien decir flamenco es decir cante gitano, sus intérpretes pueden proceder incluso de un pueblo de la comarca alicantina del Medio Vinalopó de nombre Elda, como nuestro héroe bailaor. Bailarín polifacético que supo tocar todos los palos exprimiendo sus excelencias tanto con la alpargata, como con la zapatilla o el zapato, los tres benditos calzados de nuestros bailes nacionales. Calzó los tres con el respeto debido al pueblo que supo construir un lenguaje universal moviendo el esqueleto como mandan los cánones de una cultura milenaria reconocida en el mundo entero.
«A yunque y martillo, pasando las de Caín, sobreviviendo en el país que mejor sabe adorar los logros ajenos mientras desprecia con vehemencia los propios. Como dijo el gigante del Albaicín, estamos vivos de milagro»
El primero formó el taco persiguiendo el sueño de elevar la guitarra flamenca al lugar que, según él, merecía. Y no paró hasta lograrlo, no cejó un momento de su vida en alcanzar esa meta, ganando la carrera con ventaja, dejando a todos boquiabiertos, sin aire. Y tiró del carro hasta que su enorme corazón dijo basta y nos dejó huerfanitos. Nos queda su obra magnífica, y los recuerdos de una vida de entrega incondicional a la cultura de su gente elevándola a cotas hasta entonces insospechadas. Seamos serios, hasta su llegada, la guitarra, si bien en manos de Montoya, el de Huelva, Sabicas o Ricardo despegó como un cohete posicionándose en el panorama de la música en un lugar de honor, fue Mambrú quien sudó la camiseta hasta el último minuto erigiéndose en el “pichichi”, por hacer un símil con una de sus aficiones.
El otro también se lo trabajó desde abajo, desde una portería del barrio de Entrevías, en el madrileño distrito del Puente de Vallecas, el deseo de alcanzar, no un sueño, ya que en su caso fue más una misión, un deber, actuando tal que un miliciano del baile, un obrero del arte, un trabajador de la cultura, como a él le gustaba decir, y lograr poner la ética del baile por encima de la estética, siguiendo las enseñanzas de su maestra. En su larga vida artística nos legó un puñado de obras, hoy clásicas del repertorio coreográfico español, que quien mucho abarca ya se sabe. No fue el más prolífico pero sí el más cuidadoso y responsable. Nunca le quito el ojo, de águila imperial, que por algo sus allegados le llamábamos el Pájaro, al trabajo bien hecho, a cuidar los detalles hasta extremos inimaginables, cual orfebre de la danza, pasó a paso, golpe a golpe y verso a verso.
Ambos fueron, sin pretenderlo, maestros de maestros. Sus respectivos legados están ya para siempre entre lo más exquisito de la cultura patria. A pesar del ninguneo del Poder, que siempre se olvida de los mejores, pero bueno, estamos donde estamos, y si no fuera así esto no sería España, sino otro país cualquiera. Está en nuestro ADN, darle los honores a quien no los merece y dejar en segunda fila a los verdaderos artífices de la gran cultura. Decía el Pájaro que son los políticos quienes deben estar pendientes de quién hace cultura y quién no, en vez de ser los artistas, como desgraciadamente ocurre, los que tienen que ir detrás de ellos casi pidiendo limosna. Pero he aquí otro elemento que compartieron nuestros recordados maestros: los dos lucharon sin cuartel por su independencia, jamás sucumbieron a las mieles del éxito y nunca aceptaron las invitaciones, algunas envenenadas, de los poderosos para, aprovechando la coyá, hacerse la foto y sacar rédito de su talento. Jamás. Toda su carrera está jalonada de éxitos propios, hechos a mano, fueron verdaderos artesanos de la música y el baile, a taquilla, sosteniendo a familias enteras, girando el mundo con verdaderas troupres a la antigua usanza.
Fueron buenos amigos, al principio de sus carreras trabajaron juntos, siempre mantuvieron encendida la llama de amistad, y se volvían a encontrar cuando sus ajetreadas carreras se lo permitían. Hubo un último encuentro en Japón y aún me viene a la mente la imagen de los dos con su yukata brindando con sake. Francisco Sánchez Gómez y Antonio Esteve Rodenas. Que Dios los tenga en su gloria.