El Universo Jondo de Miño a los pies de Cristina Hoyos
El pueblo de Los Palacios (Sevilla) clausuró su VI Otoño Flamenco rindiéndose a los pies de la bailaora Cristina Hoyos. El piano de Pedro Ricardo Miño ofreció su Universo Jondo como tributo.
El pueblo de Los Palacios clausuró su VI Otoño Flamenco rindiéndose a los pies de la bailaora Cristina Hoyos. El piano de Pedro Ricardo Miño ofreció su Universo Jondo como tributo. Fue una emotiva jornada en la que el duende hizo acto de presencia colándose entre los dedos del trianero, abrazando después los ecos de Utrera en las gargantas de Mari Peña y Manuela del Moya.
Palabras hermosas de Manuel Curao glosaron la figura de Cristina, dibujándola con el verbo a la altura del magisterio de su baile. Todo cuenta. Porque cuando a uno le llega al oído el saludo con el que Manuel corta el silencio, ese «a la paz de Dios» asegura la calidez de la voz de la experiencia y la excelencia ceremonial en la presentación. Juan Manuel Valle, alcalde del municipio, Enrique Duque, presidente de la Tertulia Flamenca El Pozo de las Penas, y Sergio Moguer, secretario de la misma, intervinieron en el acto que culminó con la entrega de una réplica de la Venencia Flamenca, obra del escultor mairenero Jesús Gavira. La homenajeada la recibió agradeciéndolo con un breve discurso y una sonrisa eterna delatora de su felicidad.
Dos Giraldillos de la Bienal de Sevilla, Premio Nacional de la Cátedra de Flamencología de Jerez o la Venencia son algunos de los galardones que justificaban la presencia de Pedro Ricardo en las tablas. Además de los estrechos lazos que unen a su familia con Los Palacios. Más aún los apellidos que tiene, Miño y Montes. Dos guardianes que lo acunaron al abrigo de la sonanta de su padre Ricardo y los brazos de una diosa del baile, su madre Pepa. Pero de nada valdría el legado sin la integridad, el compromiso, el trabajo y el amor con el que el joven músico se sienta al piano robándole el alma flamenca a sus cuerdas para esparcirlas generosamente al aire deleitando a la afición.
«De nada valdría el legado sin la integridad, el compromiso, el trabajo y el amor con el que el joven músico Pedro Ricardo Miño se sienta al piano robándole el alma flamenca a sus cuerdas para esparcirlas generosamente al aire deleitando a la afición»
Con la seguiriya doliente e intimista arrancó la jondura blanca y negra. Transitó otras dimensiones ocupando el espacio sonoro más allá de parafrasear falsetas, melodías o el propio cante. Derramó a borbotones la sensibilidad entre sus yemas birlándole los oles al público. Tendió una manta de seda con guiños al clásico más que a esos devaneos jazzísticos, tan manoseados por algunos frente a las teclas, que suelen enturbiar lo esencialmente flamenco. Se aferró a lo rancio con la frescura de hoy y luego se deshizo con enjundia cuando me pareció escuchar a través del marfil del instrumento la media granaína de Chacón, abrochada por unos abandolaos soberbios con marcajes rítmicos intensos y recortes acompasaos.
Llegó el momento del cante. Los terruños de la campiña discurrieron por la nuez de Mari Peña. Meció parsimoniosa los tientos olvidándose del reloj. Se acordó de la Utrera a la que adora a cambio de nada, haciendo suyos los quejíos lastimeros de Gaspar y regodeándose con un piano de cola sobre el que flotaba como en las olas del mar. Inundó de flamencura el entarimado hincándole suave las uñas a los melismas gitanos que atesora. Cogió el testigo su hija. Manuela trinó por alegrías echándole azúcar a la sal de Cádiz, a las cantiñas y a las romeras de la Maestranza de Sevilla con las que comenzó entonándose y cerró en falsete dominando los registros dulcificados que la distinguen. No ya apuntando maneras, sino emocionando como una cantaora que va cuajando su sello preñado de buen futuro.
Pedro Ricardo invitó a su padre a subir al proscenio. Una guitarra de verdad, de las que se entienden y pegan arañones sin perderse en armonías indigeribles, reverenciando su origen ricardiano sirvió de acompañamiento por fandangos. Su hijo los cantó con el piano, sin abrir la boca. Porque lo hizo con el alma del cordal subyugado por la pasión del sentimiento que fluye por sus manos. La soleá del Zurraque me despegó la piel del cuerpo al son apolao de hechuras trianeras.
«Pepa Montes y Cristina Hoyos no se hicieron de rogar y subieron a bailar por sevillanas regalándonos un momento memorable que perdurará en la retina de los flamencos por los siglos de los siglos. Dos mujeres, dos musas del baile demostraron con la naturalidad de los genios que quien tiene el duro lo cambia»
Las bulerías parecían echar el cerrojo a la actuación. Una filarmónica de compás en solo diez dedos regó con un soniquete insultantemente flamenco el teatro palaciego, donde aún repican los doce tiempos de la amalgama haciéndole eco al eco en un bucle adictivo que no quiere cesar.
Pero aún hubo lugar para la magia. Ante la petición gestual del pianista a su madre y a Cristina, no se hicieron de rogar y subieron a bailar por sevillanas regalándonos un momento memorable que perdurará en la retina de los flamencos por los siglos de los siglos. Dos mujeres, dos musas del baile demostraron con la naturalidad de los genios que quien tiene el duro lo cambia. El resto babea con admiración ante la estampa de tamaños monumentos del arte. La sala ardió en aplausos.
Ficha artística
Clausura VI Otoño Flamenco
Teatro Municipal Pedro Pérez Fernández
Los Palacios y Villafranca, Sevilla
11 de diciembre de 2022
Universo Jondo
Piano flamenco: Pedro Ricardo Miño
Cante: Mari Peña y Manuela del Moya