Por las calles de la ciudad ha echado a andar una nueva Cuaresma. Los días, con el cirio al cuadril, irán pasando lentos, uno tras otro, tramo a tramo –digo… semana a semana–, hasta darnos de bruces con los días soñados durante todo el año. Desde el Domingo de Ramos –ya desde los días de vísperas también– hasta que la Virgen de la Aurora cruce el arco ojival de Santa Marina a los sones del Himno Nacional, Sevilla, y Andalucía entera, vivirá en la calle su fiesta grande, que al Señor lo van a apresar y lo van a crucificar entre dos ladrones.
Durante todos esos días sonarán las saetas en las voces de los que saben rezar cantando, que la saeta es flamenco y éste es cante por saetas. Bien a pie de paso, bien desde los balcones adornados con el damasco y la palma nueva, bien desde los balcones eternos del cielo.
Y de eso –de cantos, de lamentos y de penas y alegrías del alma– entienden ellos, los poetas, más y mejor que nosotros, pues “su vida –como dejó escrito Rafael Montesinos, niño se convirtió en hombre con la Virgen del Valle en los labios– se encuentra entre el sueño y la realidad”. Por eso he querido dejar mis versos enredados en un naranjo de la calle Olivares de mi pueblo y traeros los poemas de los poetas que han cantado a la saeta y que de ella han hecho un cante grande para mayor gloria de Dios Todopoderoso.
«Sonarán las saetas en las voces de los que saben rezar cantando, que la saeta es flamenco y éste es cante por saetas. Bien a pie de paso, bien desde los balcones adornados con el damasco y la palma nueva, bien desde los balcones eternos del cielo»
Tenemos que echar mano de sus octosílabos, de sus versos alejandrinos, como hay que echar mano en estas fechas del Quién me presta una escalera, para subir al madero, que el menor de los Machado rescató de entre los viejos libros del padre para rezarle, tan civilmente, tan desde lo popular y lo profano, a un Cristo que aunque cargue con la cruz por la calle Dueñas, el poeta recuerda en su memoria clavado en el madero y al que quiere ver resucitado, revivido, caminando sobre la mar. ¡Cuánto sol y cuánto cielo de mañana de Domingo de Ramos hay en aquellos últimos versos de Colliure! “Estos días azules y este sol de la infancia”. La niñez y un pueblo, el andaluz, que “todas las primaveras, anda pidiendo escaleras”.
Infancia que su hermano Manuel, entre París y Sevilla, entre Montmartre y la Macarena, regala a la voz del pueblo, que “hasta que el pueblo las canta, las coplas, coplas no son”, los versos que describen el momento, el instante en el que la voz del hombre roza la cruz de Cristo por entre el aire cargado de incienso:
LA SAETA
I
Míralo por dónde viene
el mejor de los nacidos…
Una calle de Sevilla
entre rezos y suspiros…
Largas trompetas de plata.
Túnicas de seda… Cirios,
en hormiguero de estrellas,
festoneando el camino…
El azahar y el incienso
embriagan los sentidos.
Ventana que da a la noche
se ilumina de improviso,
y en ella una voz -¡saeta!-
canta o llora, que es lo mismo:
Míralo por dónde viene
el mejor de los nacidos…
II
Canto llano… Sentimiento
que sin guitarra se canta.
Maravilla
que por acompañamiento
tiene…, la Semana Santa
de Sevilla
Cantar de nuestros cantares,
llanto y oración. Cantar,
salmo y trino.
Entre efluvios de azahares
tan humano y, a la par,
¡tan divino!
Canción del pueblo andaluz:
…de cómo las golondrinas
le quitaban las espinas
al Rey del Cielo en la Cruz.