Porque hace frío y llueve. Porque calamidades. Porque el llamado arte jondo nos promete, después de la oscuridad, nueva primavera de luz y lunares, tiriti tran y rebujito. Y porque hoy tengo ganas de hablar de Juan Miguel Ramírez Sarabia (Cádiz, 1927 – Sevilla, 2009), que lo tenemos menospreciado, casi olvidado cuando sólo nos dejó antes de ayer. Un cantaor que no te retuerce por dentro ni hace que se nos endurezca el vello porque su objetivo es otro, sin que sea trivial.
Chano Lobato de “Cádiz Cádiz”, capital europea de la guasa y de historias fantasiosas en la gran tradición de Pericón o Espeleta, entre otros. Al comienzo del actual milenio, a la prima Tere Peña, de la ilustre casa de los Peña, se le ocurre grabar una serie de librocedés de los cantaores punteros de aquel momento, y así hoy, veinticinco años más tarde, gozamos de Azúcar cande, impecable grabación con la excelente documentación escrita y gráfica de Alfonso García, y entrevista al Chano incluida. La producción de Tere queda justa a la medida del admirado Chano, que sin ser festero en el sentido estricto, tampoco fue buceador de profundidades, ni falta que hizo. Chano Lobato fue el jondismo más auténtico, pasado por el cedazo de Cádiz, empapándose por el camino de luz y salitre. Un escenario flamenco que ya no existe excepto en los recordatorios de la actual generación como el chisposo David Palomar. Veinticinco años después de aquella grabación, la destaco para que estas gotas de la tacita no caigan en el olvido ni se resequen.
Todo es sabor en este disco, como un estuche de bombones del que no sabes a qué pieza echar mano. Una riqueza de colaboraciones hispanoamericanas dispone el aire caribeño. También personalidades potentes como María Jiménez para Cacharrito, o La negra Tomasa donde Chano es respaldado por la cubana Lucrecia, y la cosa arde como una tarde de agosto en el malecón de La Habana. La guitarra está presente en la persona y manos del admirable Pedro Sierra. Con todos estos ingredientes de calidad, de pronto me siento poco adulta por estar siempre a la caza del flamenco jondo, la voz más rancia, la mueca más encogida. Chano tenía su propia forma de ser intensa, auténtica e inimitable, cultivada de incontables horas de escuchar cante de los maestros de su juventud.
«Chano Lobato fue el jondismo más auténtico, pasado por el cedazo de Cádiz, empapándose por el camino de luz y salitre. Un escenario flamenco que ya no existe. Veinticinco años después de aquella grabación, la destaco para que estas gotas de la tacita no caigan en el olvido ni se resequen»
Recibe la esencia de Cádiz cantaora directamente del barrio Santa María de manera intravenosa del maestro Aurelio, y llega a tener amplios conocimientos del cante. En Madrid se mete en el circuito de los tablaos principales, adquiriendo fama como cantaor para baile cuando dicha especialidad se apreciaba poco. Aportó su enorme personalidad durante muchos años con Antonio el bailarín, además de otras figuras como Matilde Coral –el tándem Chano / Matilde es leyenda– o Manuela Vargas.
En sus últimos años, Chano se mete a solista del cante, ofreciendo en sus actuaciones más anécdotas que cantes, a menudo con inocentes risitas de complicidad a expensas de los flamencólogos. Era típico que llegara al escenario cojeando, escoltado por dos azafatas, y al final se marchara bailando… El flamenco le daba vida.
Además de sabrosas canciones, el disco incluye cante clásico como tangos de Cádiz, bulerías con Plaza de la catedral, soleá de Cádiz y malagueña, un viaje redondo por la bahía como en el antiguo vaporcito. Pero por mucho que los músicos invitados dejaran sus respectivos aires antillanos o hispanos, la sabrosa flamenquería de Chano Lobato metió a todos en su bolsillo gaditano.
Un tiempo después de realizar esta grabación, me tocó viajar junto a Chano en un vuelo de regreso de Nimes. Ya no lo volví a ver.