El arte está hecho de pinceladas
Los artistas plásticos Patricio Hidalgo Morán y Martín Lagares unieron en el Edificio Municipal Los Álamos (La Antilla, Huelva) sus diferentes formas y maneras al compás del cante.
“El arte es la imperfección de lo bien hecho”. Estas palabras, a modo de sentencia, de mi admirado Antonio García El Brujo sonaron en mi anterior como campanas en la noche del domingo 15 de agosto. Antonio fue de esos artistas maltratados por la vida, pero con una sabiduría y sabor desbordante en cuanto a arte flamenco se trataba. El Brujo de Huelva, el que era capaz de hacerle una verónica a un tercio por soleá y moldear la bohemia a su antojo.
Sus palabras estuvieron presentes, yo diría en el aire, del Centro Cultural Los Álamos, del municipio costero onubense de La Antilla. Los artistas plásticos Patricio Hidalgo Morán y Martín Lagares unieron sus diferentes formas y maneras al compás del cante.
Hablar de Patricio Hidalgo es hacerlo de un flamenco al que quizás el soberano no quiso dar el don del cante, del baile o del toque, pero lo dotó de la suficiente imperfección para que cada trazo, cada fuga de su pincel, cada idea plasmada sobre lienzo o papel, pueda ser considerada como la obra de “un pintaor”. Probablemente, “un pintaor” pueda definirse como alguien que expresa la magia y sabiduría del cante, toque o baile con el pincel del alma. El que es capaz de transmitir el sueño flamenco sin más sonidos que los de su propia expresión artística.
«Observar a Martín Lagares moldear una figura es asimilable a lo que puede sentir un cantaor en el momento de sacar de su interior la expresión de su cante. Se transforma. Parece que pelea y arranca de la tierra madre la materia que esculpe»
En su exposición, clausurada esa misma noche, nos adentra en sueños llenos de fiestas flamencas. Aquellas que nos traen el sabor del gurugú y la campiña sevillana, o del baile de mujeres jerezanas que mueven sus brazos sin más escuela que la de su propia antropología artística. Las que parecen que no saben zapatear, y que sin embargo guardan el compás y el ritmo como sacadas de un cofre de esencias dignos de presentes mesiánicos. O aquel otro sueño que sólo con mirarlo, o admirarlo, nos adentra en tabernas de Huelva y su Andévalo. Genuinas figuras, también, las que retrata el movimiento de Pepe Torres y Tía Juana, o la voz de José Menese (siempre presente en su obra).
Sonó el Romance de Juan García, mientras Martín Lagares daba forma y expresión a la arcilla. Observar al palmerino moldear una figura es asimilable a lo que puede sentir un cantaor o cantaora en el momento de sacar de su interior la expresión de su cante. Se transforma. Parece que pelea y arranca del interior de la tierra madre la materia que esculpe. Cada quejío del Romance llevaba una contrapartida al elemento que hace pensar, vibrar, al espectador como parte intrínseca de la obra o del propio espectáculo. Cuando la obra parece terminada, aparece la imperfección, y como un sueño todo vuelve a comenzar. Cantes por tangos, por siguiriyas, dan paso a la moldura de un nuevo sueño, a la deconstrucción y a la construcción de una nueva vibración que lleve al artista a una nueva obra y al espectador a una sensación de que lo válido no es sólo el conjunto, sino también las sensaciones recibidas.
La imperfección y la pincelada que exponía al principio son los detonantes de una exposición y de una simbiosis que sólo se dan en ocasiones. Hemos tenido la suerte y la emoción de ser parte de ella. Hemos sido parte de ese sueño. Un sueño compartido. Unas emociones vividas.