Cuarenta años con Carmen
Crónica de la actuación de la cantaora Carmen Linares en el Festival de la Mistela (Los Palacios, Sevilla).
El ocaso de esta edición del Festival lo trae Carmen Linares, la dama del cante. Ofreció un recital entresacando lo más significativo de su obra discográfica. Unas memorias donde demuestra la calidad artística de una trayectoria intachable y de valor indiscutible que la han colocado entre los primeros puestos de los flamencos que marcaron la historia.
Cantaora: 40 años de flamenco explica el sobrenombre que se ha ganado a pulso y que la sitúa. Pero ahí se quedó. Y no sé si dará más, aunque lo que entrega no es poco. La noche se sirve como el comienzo de una posible decadencia propia de los años. ¡Ojalá me equivoque! No malinterpreten mi atrevimiento. Me enjuago la boca con lejía y me limpio el sudor de las manos para hablar de Carmen, pero tengo solo una vara de medir. Las otras las he ido perdiendo por el camino. En la que me queda tengo grabado a fuego el respeto y una mijita de vergüenza. Si el artista dice su verdad en el escenario, quien escribe hace honor a la suya. Y es esta que leen.
Resulta imposible borrar de la memoria flamenca las extraordinarias creaciones que rescata de su discografía. Como también se nos hace cuesta arriba no compararlas con la reinterpretación que hizo de ellas. Carmen estuvo justa, arriesgó poco, mermada de fuerza, aparentemente cansada e incluso algo fría en la mayor parte de la noche, emocionando en contadas ocasiones. No sé si lo justifica la edad o las circunstancias personales. ¡Qué sabe nadie! Y aunque el público se llevó de vuelta para casa los oles oxidados en los bolsillos, si no fuera por el listón que ella misma embarcó en el estrellato hace años, su actuación fue buena. Solo eso. Un espectáculo bien diseñado y sencillo, bien trabajado. Cuando los ingredientes tienen calidad, el gazpacho sabe rico. Ahora, el que le da su punto… A Carmen le faltó eso. Y es que de no ser porque el teatro estaba casi lleno, pareció más bien un ensayo general donde se contiene y guarda la voz para no estropearse.
«Carmen estuvo justa, arriesgó poco, mermada de fuerza, aparentemente cansada e incluso algo fría en la mayor parte de la noche, emocionando en contadas ocasiones»
Canta versos de Lorca por tangos de Granada, de su disco Antología: La Mujer en el Cante. Ana González y Rosario Amador la acompañan a los coros y palmas. Salvador Gutiérrez y su hijo Edu Espín a las guitarras, que sonaron empastadas a veces y brillantes en otras. En este cante y en el resto. Especialmente cuando tocaban juntos, donde solo a ratos supieron conjugar lo armónico y lo melódico. Por folías, petenera y taranta recuerda al poeta Miguel Hernández para tomar después ese puñal dorado en las cantiñas. Todo el cuadro en pie para hacer el compás que arropa la toná de Carmen, bien ejecutada pero a medio gas. Uno de los momentos destacables. Y le prestan aires de seguiriya a la bailaora Vanesa Aibar, que estuvo más cerca de la danza que del flamenco pero posee cualidades y técnica innegables. Sus gestos y pies acompasados y sus braceos marcados, robóticos, casi eléctricos, dotaron de recursos y desplantes a una coreografía original, heterodoxa y más efectista que emotiva que ofreció buenos momentos para las fotos.
Salvador deja ver su virtuosismo guitarrístico en un solo por bulerías y cierra la primera parte. Turno para los cantes tradicionales y Edu desluce el de su madre en una de las interpretaciones donde haciendo un ejercicio de atención en la garganta de Carmen pudo ser uno de los estilos donde sobresalió. Pero el acompañamiento a la guitarra fue apresurado, sin respiros ni silencios que marcaran los tiempos. Queda como momento entrañable donde madre e hijo se prueban en el escenario. Aunque le ocurre lo mismo a Salvador, largo en filigranas que enturbian una soleá donde Carmen destaca y elige con mucho gusto variantes trianeras de la Andonda o la apolá de El Portugués. Tiene mandangas que siendo quien es Carmen, sean después sus escuderas las me pongan la piel de gallina por Huelva. Ana con el valiente de Alosno y Rosario con el de Rengel.
Entramos ya en la antesala del final con Los vendimiadores y vuelve el baile a las tablas con mantón y bata de cola. Entre alegrías y tanguillos se desenvuelve ahora Vanesa con más gracia y dominio. La Baladilla de los tres ríos pone el tapón para que no se escapen las pocas gotas de fragancia que se destilaron en el teatro palaciego. Ovación a su carrera y al espectáculo. Con una pataíta graciosa de la Cantaora se va La Mistela a celebrar el trabajo bien hecho. Y yo para casa a poner sus discos y pedirle a quien corresponda que a pesar de todo nos deje otros cuarenta años con Carmen.
Fotos: Ayuntamiento de Los Palacios
Iván M 25 octubre, 2021
Así se hace una crítica.
Desde el respeto pero con honestidad.
Esa misma que valora lo visto porque comprende la dificultad y porque, en sí misma, cada actuación de cante, baile o toque, es una pieza única tan arriesgada y tan poco valorada casi siempre por el a menudo público-pasivo, que a penas huele el sacrificio y la dedicación que se necesita para la creación artística en general y, en este caso, para la de nuestra tierra, Andalucía, en particular.