La Trini, de niña de la Iglesia a reina de la malagueña (1)
Trinidad Navarro Carrillo, La Trini, fue la voz flamenca de Málaga del siglo XIX. Una excelente cantaora, posiblemente la mejor malagueñera de la historia y una bella mujer a la que la vida le dio una de cal y tres de arena. Aquella niña de la cuna, Bernabela Sofía, vino al mundo el 7 de marzo de 1866.
Fue la voz flamenca de Málaga del siglo XIX, una excelente cantaora, posiblemente la mejor malagueñera de la historia y una bella mujer a la que la vida le dio una de cal y tres de arena. A estas alturas aún no se sabe dónde y cuándo murió, con qué edad, y no será porque no le hemos puesto empeño a la empresa. Llevamos años detrás de ese documento pero se está resistiendo, como pasó con su partida de nacimiento. Aquella niña de la cuna, de la Iglesia, Bernabela Sofía, vino al mundo el 7 de marzo de 1866, se bautizó en la Parroquia malagueña de San Felipe Neri el mismo día y tuvo la suerte de ser adoptada por una buena y humilde familia malagueña, el matrimonio compuesto por Francisco Navarro Montoya y Ana Carrillo Arenas, que contrajeron matrimonio en Málaga.
No fue fácil averiguar dónde y cuándo nació la artista y no será porque no hubo estudiosos empeñados en la aventura, desde el extremeño Manuel Yerga Lancharro hasta el malagueño Eusebio Rioja, al que podemos considerar biógrafo de la cantaora. El problema estaba en que era una niña de la cuna, de la Iglesia, como Antonio Monge El Marrurro y otros destacados artistas del flamenco. Lo sospeché cuando investigaba en Málaga para mi libro sobre el Canario y la Rubia y me tropecé con un padrón de la familia en el que no aparecía ninguna Trinidad Navarro Carrillo, aunque sí una Bernabela con esos apellidos y una edad que cuadraba con el año en que se suponía que nació, entre 1866 y 1870. A las niñas de la Iglesia, en Málaga, les solían poner Bernabela en aquellos duros y difíciles años.
Esa pista fue fundamental para que Eusebio Rioja encontrara la partida de nacimiento de la que con los años llegaría a ser una célebre cantaora. Manuel Yerga Lancharro no se refirió nunca al origen familiar de la artista, sino que al no localizar la partida de nacimiento se guió solo por los padrones del censo malagueño, y es sabido que esa fuente no es muy fiable y que obliga a contrastar la información por otras más solventes.
La Trini” nació el año 1868 en la ciudad de Málaga, siendo bautizada en la iglesia de San Felipe (el archivo parroquial fue destruido durante nuestra guerra de 1936-39). Nació en el seno de una familia humilde formada por Francisco Navarro y Ana Carrillo, naturales de Málaga.
Datos publicados por Yerga en su libro Apuntes y datos para las biografías de Rojo el Alpargatero, la Trini, Chacón y Manuel Torre, 1981.
«Con 20 años, La Trini era ya célebre en casi toda España, con buen cartel en ciudades como Almería, Linares, Murcia y, por supuesto, su tierra, Málaga, donde siempre era recibida con cariño por la prensa y los aficionados»
¿Quiénes fueron sus padres adoptivos?
Los padres adoptivos de la Trini de Málaga fueron el malagueño Francisco Navarro Montoya y la malagueña Ana Carrillo Arenas, que se casaron en la Parroquia de San Pablo el 4 de octubre de 1853. Él tenía 25 años, luego debió de nacer en 1837, y ella 22. Nacida, pues, en 1841, año arriba o abajo en ambos casos. Empezaron a traer hijos al mundo muy pronto. El 11 de abril de 1854 nació María Dolores en el número 22 de la calle del Carrilo, cuando su padre aparecía como “espartero” de profesión. Tuvieron muchos más hijos, llegando a ser familia numerosa a pesar de que al matrimonio Navarro-Carrillo se le morían muchos niños, entre ellos Antonio y Rafael, en el 60 y 67, respectivamente. A lo mejor fue ese el motivo por el que decidieron adoptar a Bernabela, al parecer en 1867, con escasos meses de vida.
Comienzos de una artista única
Eusebio Rioja documentó bien los comienzos de la Trini de Málaga a través de la prensa de la época, sobre todo la de su ciudad natal. Todo indica que fue una niña prodigio del cante, puesto que con 17 años ya cantó en Granada, donde la hacen sevillana, sin duda por error:
Cante y baile flamenco: Manuel Romero, conocido por Manolo de Jerez, que se canta por seguidillas y malagueñas; Trinidad Navarro, la niña sevillana, que se canta por malagueñas, soleares y peteneras y se baila por alegrías y tangos; Francisca Cortés de Málaga, que se canta por soleares y alegrías; Carmen Rodríguez, la niña de Cádiz, que se baila por alegrías y tangos; Francisco Ortega, que se baila el negro (tango americano) y por alegrías.
El Defensor de Granada, 19 de mayo de 1883
«¿Un cura? Ni hablar. Yo no quiero que venga a verme ningún cura. Si me voy a morir, me moriré como he vivido: cantando. Y si quiere usted saber por qué, se lo diré con esta malagueña»
Lo de que la hicieran sevillana puede tener su explicación, puesto que se sabe que probó fortuna en Sevilla cuando era muy jovencita. Su madre, ya viuda y con varios hijos a su cargo, vio la posibilidad de que la prodigiosa niña pudiera ayudar en casa y quiso que los sevillanos la escucharan en el Café del Burrero y el de Silverio, este último abierto desde 1881. Fue el cantaor trianero Rafael Pareja quien dio este dato, pero no hemos visto nunca un cartel que demuestre que cantó en el popular café siendo tan jovencita. Sí es cierto que años más tarde estuvo cantando varias veces, con Chacón viviendo ya en Sevilla, entre 1887 y 1888, y llegó a hacerlo también en el Salón Novedades a principios del siglo XX, en 1902, alternando actuaciones en este local y el Filarmónico junto a destacadas figuras como La Macarrona y La Malena, Juana Junquera y La Sordita, Enriqueta la Macaca, el Niño Medina, el guitarrista Pepe el Ecijano y Chacón.
Profeta en su tierra
Su fama creció como la espuma por toda Andalucía y en Madrid, donde cantó por primera vez con 20 años, en 1886, y se hizo imprescindible en los teatros de la Villa y Corte. Con esa edad era ya célebre en casi toda España, con buen cartel en ciudades como Almería, Linares, Murcia y, por supuesto, su tierra, Málaga, donde siempre era recibida con cariño por la prensa y los aficionados. Hay tantas noticias de ella en Málaga que haría falta mucho espacio para no dejarse nada atrás, lo que indica que era apreciada.
Según el ya citado Eusebio Rioja, la noticia documental más antigua hallada sobre las actuaciones de la cantaora en Málaga la da el diario malagueño La Unión Mercantil del 10 de septiembre de 1893. Este periódico había estado publicando desde el día 1 el siguiente breve:
JARDINES DE HERNÁN CORTÉS
Baile Español. Intermedio por el tenor D. Antonio Navas.
El baile español sería ejecutado por el cuadro dirigido por el Sr. Ramos, exitosa compañía anunciada repetidamente a partir del día tres. En su repertorio: El bonito baile titulado La Tertulia, La flamenca, Sevillanas, el baile bufo titulado Ayer y hoy, Baile Inglés, Una juerga en Sevilla, La sal de Andalucía, Soleares, Peteneras, La Estrella, La Gallegada y Malagueñas. Un repertorio de bailes de escuela bolera, que tocaba con la punta de los dedos al arte flamenco.
Además tomará parte diariamente la célebre cantadora Trinidad Navarro, acompañándola el afamado guitarrista, (á) Paco el Aguila.
Su boda con el manchego Ignacio Maroto Sánchez
La Trini fue una mujer bellísima y tuvo muchas ofertas de matrimonio, pero fue un manchego, Ignacio Maroto Sánchez, quien la llevó al altar, aunque no se sabe aún dónde. Eusebio Rioja apunta que fue en Granada. Este manchego de Ciudad Real era de Valdepeñas y en el inicio de los ochenta estaba afincado en la calle Santa María de Huelva, con 23 años, soltero aún, viviendo con su padre, Andrés Maroto Vizcaíno, su compañera sentimental, la marbellí Josefa Domínguez Vázquez, y sus hermanas Amelia y Enriqueta, esta última de solo 2 años y nacida en Huelva.
De este matrimonio hubo una hija, Trinidad Maroto Navarro, al parecer nacida en 1903, que, según Rioja, murió pronto. La cantaora iba de desgracia en desgracia, y así fue toda su vida, una sucesión de infortunios. Un día le escribió una carta a Juan Breva, en la que le decía: “Socórreme, que me quea menos aliento que a una gallina pisá”. Fue en 1897, seguramente el peor año de su vida, cuando sufrió la delicada operación de un tumor que casi le cuesta la vida.
«La cantaora iba de desgracia en desgracia. Así fue toda su vida, una sucesión de infortunios. Un día le escribió una carta a Juan Breva: “Socórreme, que me quea menos aliento que a una gallina pisá”. Fue en 1897, el peor año de su vida, cuando sufrió la delicada operación de un tumor»
En manos del doctor José Gálvez Ginachero
El camino de la vía
regando voy con mi llanto
(el camino de la “vía”),
son tan grandes mis quebrantos
que tengo la fe perdía
y el mundo me causa espanto.
Esta trágica y a la vez bellísima malagueña de la cantaora, de las más cantadas de su repertorio, demuestra cómo fue su vida. El 12 de abril de 1897, con 29 años, en plenitud de belleza y éxito, el doctor malagueño José Gálvez Ginachero la operó de un delicado tumor que le causó una perimetritis supurada.
Eusebio Rioja aportó hace años un interesante documento, el relato del doctor Gustavo García-Herrera:
1897 – Una anécdota curiosa
Allá por los primeros días de abril del 97, asiste a la consulta de la sala de San Pablo, una enferma que destaca entre las habituales, que en crecido número acuden a los consejos del nuevo médico del Hospital, cuya pericia y éxitos se comentan en todos los barrios de la ciudad.
Es una mujer de mediana estatura, cabellos rubios con rizado natural; rostro, que sin ser bello, posee indiscutible atractivo, acaso por su pequeña boca, nariz respingoncilla y ojos melados. Viste con señalada elegancia, costosos vestidos, que sabe llevar con la distinción de una reina. Su cara de sufrimiento y extrema palidez, hacen aún más interesante la figura. Es persona bien conocida en Málaga. Su nombre, Trini, y su crédito como “cantaora” de malagueñas, indiscutible.
Discípula del genial “Juan Breva”, había asimilado “algo” del estilo del maestro (“todo” no era posible, pues Juan era inimitable), lo que unido a portentosas facultades, le encumbraron bien pronto a estrella del “cante jondo” y en el “tablao” del café-teatro del Turco, hizo por los años 1890 al 95, las delicias de los “enteraos” del cante y los simples aficionados.
Esta Trini, cargada de dolores, se presenta una mañana a la consulta de Gálvez en el Hospital Civil. Bien delata su rostro que algún grave mal le consume. Quiere conservar empaque aristocrático y modales de señora, pero un perro le corroe las entrañas haciéndola andar encorvada y a pequeños pasos, con frecuentes paradas. A pesar de todo, no se come la pena callando; habla, siempre que hay ocasión para ello, con mezcla de flamenquería y gachona dulzura, cortando las palabras y acariciando el oído con las zetas.
No tarda en verse sentada ante la mesa de don José. Ambos se escrutan; ella extrañada de que el sabio de que le han hablado sea este hombre de 32 años, con poblada barba de abencerraje, mirar enigmático tras unas gruesas antiparras y de muy pocas, poquísimas palabras. Él, atento y compasivo, ante una mujer que refleja el sufrimiento en la mirada y quiere aliviarlo contándoselo. Pronto sabe (y va escribiéndolo en la historia clínica) que su paciente se llama Trinidad Navarro Carrillo, nacida en Málaga y tiene 27 años. Su padre murió de viejo y tuvo once hijos. Sólo viven tres y Trini es uno de ellos. (¡Qué tragedia oculta esta mortandad!). A la pregunta -¿Cuál es su profesión? contesta Trini con un dejo de tristeza: “Cantaora de flamenco”. Don José anota: Cantante.
Refiere que viene enferma desde hace cuatro años, pero hace unos meses está peor; fiebres, dolores y hemorragias.
Terminada la exploración, toma el doctor unas notas y se limita a decir:
– Será preciso encamarla y hacerle una pequeña operación.
Trini asiente y aquella noche duerme ya en el Hospital.
Tras varios días de reposo y observación, al pasar don José su diaria visita, se acerca a la cama y le dice:
– “Mañana la operaré”. “La cosa no tiene mucha trascendencia, pero si usted quiere, convendría arreglarse sus problemas espirituales. Puede venir un sacerdote…”
Trini que le había escuchado, hasta aquel momento, con atención, pero tranquila, como movida por un resorte se yergue en la cama y le increpa:
– ¿Un cura? … Ni hablar…
Yo no quiero que venga a verme ningún cura; si me voy a morir… me moriré como he vivido… cantando… y si quiere usted saber por qué, se lo diré con esta malagueña. Y sin aguardar más respuesta y ante el asombro de Gálvez le canta –no a pleno pulmón- pues sus decaídas fuerzas no le dejan, pero sí a media voz, claramente audible y acariciante:
El camino de la “vía”
regando voy con mi llanto
(el camino de la “vía”),
son tan grandes mis quebrantos
que tengo la fe perdía
y el mundo me causa espanto.
Las estrofas salidas de aquella privilegiada garganta, plenas de sufrimientos físicos y morales, retienen unos segundos al doctor a los pies de la cama. Luego… sin el menor comentario, prosigue la visita.
Más cosas de Málaga. Recuerdos de La Caleta, 1967.
* Continuará…
Ver aquí la segunda entrega.
Luis A. Presa Cernuda 4 noviembre, 2020
Enhorabuena, como siempre maestro Manuel, un cordial saludo desde Valladolid,