Desvarío, el festival de flamenco de Nou Barris, hace gala de innovación y éxito de público
El festival, organizado por la Asociación El Dorado y el Distrito de Nou Barris, con el apoyo del Festival Grec y la Diputación de Barcelona, agotó entradas el viernes y el sábado, y rozó el lleno también el domingo. Las actividades paralelas gratuitas cumplieron el objetivo de los programadores.
El festival Desvarío Flamenco 22 Nou Barris bajó el telón con el objetivo cumplido: hacer llegar a un público numeroso la riqueza del flamenco, como manifestación cultural que va más allá del cante y el baile, en un ambiente mágico. De la consecución de la primera parte del objetivo dan fe las cifras de las tres noches: todo vendido las noches del viernes y sábado y una ocupación superior al 80 por ciento la noche del domingo. La riqueza del flamenco ha quedado demostrada con la programación diseñada por la Asociación El Dorado, tanto los espectáculos que han subido al escenario central del patio de la sede del Distrito de Nou Barris como las actividades paralelas. Como pretendía Pedro Barragán, el presidente de la entidad, Desvarío ha sido «una muestra viva del flamenco de hoy, rico, poliédrico, diverso; interpretado por artistas que se mueven con desahogo en el equilibrio tenso que une la tradición con la vanguardia, en función de la pulsión que les dicta la necesidad de vivir su tiempo».
Conferencias, improvisaciones y clases
El festival arrancó con la conferencia de José Manuel Gamboa De la era Pulpón a aceptamos pulpo como animal flamenco, en la que el escritor, periodista, guitarrista y experto en el género hizo un recorrido por la evolución de este arte, desde los días en los que Jesús Antonio Pulpón dominaba una escena flamenca en la que imperaba la ortodoxia hasta la actualidad, en que el flamenco deja un amplísimo espacio a la libertad creativa, a la eliminación de fronteras entre géneros y culturas y al juego entre tradición y vanguardia. La mirada erudita, lúcida y también irónica de Gamboa se paseó por cuestiones como la evolución de los festivales, la indumentaria, el peso de los instrumentos y el papel de la mujer desde los años 40 del siglo pasado hasta la actualidad.
El sábado por la mañana fue el momento de las Cronexiones, improvisaciones cronometradas en las que durante treinta minutos dos artistas que nunca habían trabajado juntos juntaban (y ajustaban) su talento, contando con la participación del público. La bailaora Aina Núnez y el guitarrista Jero Férec hicieron el primer dueto, que tuvo muy presente los orígenes del espacio donde se encontraban, un antiguo sanatorio mental: la bailaora hizo gala de una inmensa capacidad expresiva para hacer conectar al público con las emociones que se debían de vivir allí. A continuación, el rapsoda Josep Pedrals hizo tándem con el bailaor Martí Corbera. La palabra se convirtió en la música que Corbera bailaba, en un ejercicio de conexión y generosidad que fascinó al público.
Si en las Cronexiones la poesía y la historia se habían aliado con el flamenco para demostrar la condición de arte global que reivindica Desvarío, en la performance que hubo a continuación, La hora del ritual, fue la cocina la encargada de evidenciar que el flamenco se cuela por todas partes. La artista transdisciplinar Marina Monsonís puso palabras y reflexión mientras cocinaba un suquet (elevando la cocina a una manifestación del amor por la familia, por la tierra, por la vida vivida y saboreada), y el bailaor Juan Carlos Lérida, unas imágenes potentísimas haciendo nadar con su baile los peces que Monsonís limpiaba, machacando los ajos con un zapateado, creando partituras con la piel de las patatas que habían mondado. Mientras el suquet hacía chup-chup, artistas y público se sincronizaban en una experiencia que acabó con todo el mundo mojando pan en un gran puchero compartido, metáfora perfecta de la dimensión espiritual y carnal del acto.
Por la tarde, la bailaora Karen Lugo –acompañada de la cantaora Anna Colom, el guitarrista Marc López, el percusionista Pablo Gómez, el actor Manu Almonacid y Sebastián López como ayudante de dirección– trascendió otras fronteras: llenó el patio de la sede del distrito de público familiar, de niños que descubrían el flamenco a través de su espectáculo de baile teatralizado La lotería, que nos acercaba también las tradiciones y el imaginario de su México natal.
Las actividades paralelas acabarcaron el domingo por la mañana con dos masterclass impartidas por la bailaora Ana Morales y el guitarrista Rycardo Moreno.
Las noches del festival
La programación de las noches fue, como pretendía Pedro Barragán, el presidente de El Dorado y director artístico del festival, una muestra de la vitalidad del flamenco actual, con un equilibrio de tradición y vanguardia y artistas consagrados y emergentes. La noche inaugural, la del viernes 22 de julio, Arcángel volvió al escenario que lo había visto debutar como cantaor de primera fila 22 años antes, con lleno absoluto y el público de pie, ovacionando al artista de Huelva y a sus acompañantes sobre el escenario, el guitarrista Miguel Ángel Cortés y Los Mellis, haciendo coros y palmas.
También hubo lleno al día siguiente para ver el espectáculo Certidumbres, en el que la bailaora Vanesa Aibar y la guitarrista y cantaora María Marín demostraron que hay mucho futuro en el género, y que, como había dicho José Manuel Gamboa en la conferencia del día anterior, es femenino. La presencia de Pepe Habichuela era uno de los grandes reclamos del concierto posterior, Vida, a cargo del guitarrista Josemi Carmona, el contrabajista Javier Colina y el percusionista Bandolero, y se hizo evidente cuando el veterano guitarrista apareció en escena: el público, de pie, ovacionó cada una de sus intervenciones. También el trío Carmona-Colina-Bandolero y su propuesta que conjuga flamenco y jazz fue despedido con entusiasmo, en una velada redonda.
Los recitales de clausura fueron a cargo de la cantaora catalana Alba Carmona y el bailaor Andrés Marín. Abrió fuego la catalana, acompañada en el escenario por el guitarrista gaditano Jesús Guerrero. Juntos recorrieron las sonoridades más clásicas del flamenco, pero también las hicieron convivir con los sonidos populares latinoamericanos, que Carmona conoce muy bien porque es una estudiosa de la música de raíz. La personal voz de la catalana y el virtuosismo del gaditano fueron el vehículo perfecto para emocionar a la audiencia. Andrés Marín cerró el festival con Jardín impuro, un espectáculo exigente para el público por su innovación y para los intérpretes (el bailaor, el cantaor José Valencia, los guitarristas Salvador Gutiérrez y Raúl Cantizano, y el percusionista Dani Suárez), ya que pedía un virtuosismo y una energía más que notables. Impresionante, tanto como lo que pasaba encima del escenario, el silencio del público, reverencial, siguiéndolo. La explosión final de la audiencia, catártica, fue el mejor cierre que el festival podía pedir.
En el capítulo de anécdotas, la presencia del cantante portugués Salvador Sobral entre el público que disfrutó con Arcángel (el músico, ganador de Eurovisión en 2017, actuaba al día siguiente en el marco del Festival Grec) y de los hijos de Alba Carmona y Jesús Guerrero (además de pareja artística, son pareja sentimental), el mayor de los cuales acabó subiendo al escenario, demostrando que ha heredado la pasión por el flamenco y la simpatía de sus padres.
Imagen superior: Arcángel, en Desvarío Nou Barris. Foto: Daniel Sampere