Servilismo paquista
A Paco de Lucía no lo adoro por algo en particular, sino por todo, por su increíble conjunto de cualidades. Paco no enseñaba, no investigaba, pasaba de estudios y análisis cansinos, se limitó toda su vida a tocar la guitarra como no la ha tocado nadie de este mundo, ni de ningún otro mundo.
Paco de Lucía me dijo un día por teléfono, con motivo de una conversación sobre la polémica por los derechos de Camarón, que me había llamado porque le habían dicho que no era precisamente paquista. “Te busco precisamente por tu objetividad”, me dijo, porque no le gustaban los pelotas o fans fanáticos. Sabía también de mi admiración por Manolo Sanlúcar, al que Paco quería como a un hermano, aunque sé de buena tinta que no soportaba a veces “sus rollos”.
Ayer le escuché decir a un guitarrista importante de este tiempo que “Paco sacó la guitarra de este rinconcito de nosotros”, más o menos, y me espanté. Es como cuando dicen que Marchena y Mairena sacaron el cante de las tabernas “para vestirlo de etiqueta” o “llevarlo a la Universidad”. O lo de la “dignificación del cante”, que casi siempre se la atribuyen al gran Antonio Mairena. ¿Qué hacemos, entonces, con Silverio y Chacón, la Niña de los Peines y Manuel Vallejo?
Me molestan estas mentiras, que al final quedan como verdades, y así nos luce el pelo. Decir que Paco sacó la guitarra flamenca de los cuartos, por ejemplo, es un insulto a la inteligencia y, sobre todo, una falta de respeto hacia quienes sí hicieron esa labor mucho antes de que Paco naciera. Julián Arcas, Paco el Barbero, Paco el de Lucena, Ramón Montoya, Sabicas y Ricardo, por citar solo a unos cuantos genios, elevaron la guitarra andaluza de categoría y casi nadie lo recuerda. En todo el mundo, además, no solo en Andalucía.
«Dejemos a un lado los fanatismos. Nunca le escuché decir a Paco que era el mejor, ni a Camarón, ni a Morente o Lebrijano. No olvidemos que fueron de carne y hueso, no dioses»
Luego llegaron Mario Escudero, Estéban de Sanlúcar, Pepe Martínez y Serranito para universalizar la guitarra definitivamente, y ahí, en esa revolución, surgen Manolo Sanlúcar y Paco de Lucía, los más grandes guitarristas de la historia del flamenco, y otros, como Paco Cepero y el Niño Miguel, que surgieron como nace una flor de entre las piedras de una calle. ¿Alguna vez han ido caminando por una calle empedrada, de granito, y han visto cómo ha brotado una flor de entre esas piedras?
¡Cómo no voy a ser paquista! Hasta el tuétano, pero no un fanático. Nunca he escondido que mi referencia más importante en la guitarra flamenca ha sido Manolo Sanlúcar, en el que nunca busqué picados vertiginosos, bordonazos mojados en vino de solera o pellizcos noctámbulos. Para eso preferí siempre a Diego del Gastor, Manuel Morao o Melchor de Marchena. Y para que una melodía me hiciera llorar o amar la vida, Paco Cepero, al que adoro y venero desde adolescente.
A Paco de Lucía no lo adoro por algo en particular, sino por todo, por su increíble conjunto de cualidades. Paco no enseñaba, no investigaba, pasaba de estudios y análisis cansinos, se limitó toda su vida a tocar la guitarra como no la ha tocado nadie de este mundo, ni de ningún otro mundo. Fue el gran revolucionario de la guitarra, como en el cante lo fue Camarón. Que yo me quede con Morente no quiere decir que le reste importancia al genio de la Isla de León.
Dejemos a un lado los fanatismos. Nunca le escuché decir a Paco que era el mejor, ni a Camarón, ni a Morente o Lebrijano. No olvidemos que fueron de carne y hueso, no dioses. Los mairenistas más fanáticos le han hecho mucho daño a Antonio Mairena, aunque hay que decir que él mismo alimentó al monstruo. Lo mismo podríamos decir de los camaroneros y Camarón, con la diferencia de que el de San Fernando no alimentó a ningún monstruo.
Imagen superior: Imagen de portada de grabación ‘Paco de Lucía la busqueda’.