A tomillo, romero y almoraud. A eso huele La Puebla. A eso y a cante. Con este penetrante aroma recibió la Hacienda de la Fuenlonguilla a los flamencos cabales. La crema de la afición se da cita año tras año en la Reunión de Cante Jondo. Porque La Puebla es diferente. El perfume por el suelo empedrao y el cante sobre los maderos. El fondo de blanco impoluto. Faroles de calesa, un racimo de farolillos y el alma de Francisco Moreno Galván amarrá al viento.

 

El cartel tenía su riesgo. Resumiendo con benevolencia y cariño: a juzgar por el aplauso del público fue un acierto. El respetable lo ovacionó todo. Yo me guardé algunas palmas a contracorriente. Viví una reunión floja con pocos momentos brillantes. Otros inapropiados. Antonia Jiménez tocó con sensibilidad. Elu de Jerez estrujó el cante buscando la afinación. Jesús Méndez arremetió sin peguitas en un repertorio bien cuadrao. La Yiya fue de menos a más descollando en la mitad de los cantes, plena de emotividad en la seguiriya. La propuesta de Eduardo Guerrero se me antojó fea y desentonada en tierras moriscas. José de la Tomasa mostró toda la maestría que aún le queda. Y las guitarras protagonizaron una reunión de pellizcos para suplir los que no pegaron otros.

 

El reputado periodista Fermín Lobatón prestó su palabra. Abrió puntualmente la noche. Los papeles en casa, el guión en la sesera. Como salga. Y salió muy bien. Presentó el festival con reposo y solemnidad. De categoría.

 

Antonia Jiménez se enfrentó sola con la sonanta ante un graderío exigente. Tocó con sensibilidad y pulcritud  por soleá. Como lo hizo más delante en la taranta que precedió al baile. La primera mujer guitarrista de concierto que pisa las tablas de la Reunión.

 

Elu se templó por Levante. Luego rebuscó en la seguiriya, abrochándola con el macho de Manuel Molina. Se acordó de los viejos en los fandangos, coronando con uno de El Carbonerillo. Y terminó por bulerías. Echó las asaúras estrujando el cante. Se excedió en el empuje, a golpes de voz. Peleó cada tercio con rabia en una actuación desmedida y se tapó en los remates con la extraordinaria guitarra de Miguel Salado. En muchas ocasiones perdió el norte de la afinación. No entendía el cante sin reaños. Lo dio todo. Derrochó fuerza, compás y flamencura engarzados en una voz rotunda, llena de detalles bonitos. Pero no redondeó su intervención.

 

 

«A tomillo, romero y almoraud. A eso huele La Puebla. A eso y a cante. Porque La Puebla es diferente. El perfume por el suelo empedrao y el cante sobre los maderos. El fondo de blanco impoluto. Faroles de calesa, un racimo de farolillos y el alma de Francisco Moreno Galván amarrá al viento»

 

 

 

 

Jesús Méndez comenzó sin medir el tiempo regodeándose en la malagueña de El Mellizo, acunando las partes melódicas y apretando con arrojo en los momentos valientes. Hizo encajes en la bulería por soleá. Le dedicó la seguiriya a José de la Tomasa. Y la enjaretó con empaque, doliendo a ratitos. Por bulerías andaría ya harto de los acoples del mal sonido y se olvidó de los micros para derramar su voz portentosa al aire, enloqueciendo al público. Cerró el recital regalando unos fandangos que cuadraron su paso por La Puebla.

 

Hasta la cima de los caracoles no terminó de encontrarse La Yiya. Fue de menos a más. Por marianas hizo voz recorriendo la amplitud de registro que exige el palo. Por soleá comenzó a brillar descubriendo la ejundia que atesora. Cerró con nota esta puerta por Triana. Pero fue en la seguiriya dedicada a su madre cuando pegó el arañazo hiriente agarrándose a la pérdida de una hermana, escarbando en el dolor. El cambio de Juan Junquera arrancó el aplauso que se llevó La Yiya.

 

Eduardo Guerrero bailó la caña. Su propuesta me resultó enemiga de los cánones estéticos a los que nos tienen acostumbrados en la Reunión. Rompió con la tradición ortodoxa para hilvanar una coreografía ecléctica, plagada de guiños a otros bailaores (Galván, Eva, Carmen Amaya…) pero carente de esos pellizquitos que nos gusta padecer a algunos aficionaos. Demostró técnica y trabajo. Pero con poco gusto. Sufrí su baile destartalado y poco elegante como una sucesión de recursos efectistas. A veces incluso fuera de lugar. Se abrazó a la danza por momentos. Luego mejoró por alegrías alternando desplantes con algo de age con otros que desdibujaban su enjuta figura. Pero las palmas de un público enhiesto y entregado me descolocaron más aún. Porque a mí quienes me erizan el vello son Diego de la Margara, Carmen Ledesma, Concha Vargas, Pepe Torres, Farruquito, Manuela Carpio, Angelita Vargas, Rafael Estévez,Mercedes de Córdoba, Manuela Carrasco, La Repompilla, La Lupi, Fernando Jiménez y un largo sinfín de bailaores con trapío y flamencura que se alejan de modernidades vacías que solo llaman la atención. Completaban el cuadro al cante Anabel Ribera y Pilar Villar La Jineta, que desgranó unos tangos lentitos para lucir su voz rajá de cristales morenos. Y la guitarra de Javier Ibáñez que estuvo más que a la altura.

 

Casi treinta inexplicables años llevaba José de la Tomasa sin sentarse en las eneas de La Puebla.Ya lo podían haber llamao cuando estaba aún mejor. La noche del ocho de julio vino a desparramar toda la maestría que le queda, trocando lo que quitan las vueltas al sol por la experiencia que da la vida. Fisgoneando entre las cuerdas de su garganta, supo mecer el cante sin pegar voces, con paladar y sabiduría. La toná liviana sin guitarra, una soleá como Dios manda, tarantos que evocaron a Manuel Torre y el himno de su casa: la seguiriya. Los artificios al bolsillo y la verdá en su nuez. Recolocó las cosas en su sitio cantando por derecho. A su manera personal de entender el asunto, con todo lo que pudo.

 

No he querido desmenuzar cual cirujano los cantes. Ni he podido citar palmeros que se me escaparon de la presentación. Aunque a Diego Montoya y Cantarote no les hace falta descubrirlos al lado de Jesús Méndez porque son hermanos del compás. Pero merecen mención aparte los guitarristas de este cartel. Miguel Salado acompañó a Elu y a Jesús. Sin deambular por indigestas armonías ofreció lo que había que dar. Soniquete, cierres, falsetas para el respiro, fuerza o delicadeza. Lo que pedía el cante. Antonio Carrón se puso al lado de La Yiya para angrandecerla, si cabe. No en vano es la sonanta que más veces ha estado sobre este bendito entarimao. Y la solera es un grado. Antonio tocó como siempre o como nunca, porque a pesar de los años se reinventa en las hechuras sin salirse de la verea. El Perla se salió del pellejo tocándole con admiración a José. Inspirado, henchido por los duendes del barrio de La Macarena, destiló la jondura por las yemitas de sus dedos. Preciso, limpio, poderoso y flamenco. ¡Pa reventá!

 

La ronda de tonás a contraluz cobijó el calor de las voces ya templadas. Ahí se fajaron todos. Y en el fin de fiesta por bulerías, con unas cuantas pataítas, incluida la de Eduardo (aquí sí me gustó), sellaron los olores embriagadores de La Puebla hasta el año que viene. Con gustitos y sobras.

 

 

 

LIV Reunión de Cante Jondo

Hacienda de La Fuenlonguilla, La Puebla de Cazalla, Sevilla
8 de julio de 2023

Cante: Elu de Jerez, La Yiya, Jesús Méndez y José de la Tomasa
Guitarra: Miguel Salado, El Perla y Antonio Carrión
Guitarra concertista: Antonia Jiménez

Baile: Eduardo Guerrero
Cante: Anabel Ribera y Pilar Villar La Jineta
Guitarra: Javier Ibáñez

Presentador: Fermín Lobatón