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Wenceslao del Puerto, in memoriam

El recuerdo de Luis Suárez Ávila está grabado a fuego en nuestros corazones, los que tuvimos la suerte de tratarlo sabemos lo que aportó y siempre estaremos preparados para ensalzar su figura, imprescindible para entender el flamenco de la segunda mitad del siglo XX.


El señor Don Luis Suárez Ávila, portuense de pura cepa, estudioso impenitente del flamenco, imprescindible de una nueva generación, nunca bien ponderado, cultivador de una casi extinta cultura de la amistad, de alopécica lengua ante el más pintado, elegancia natural, rara avis, fue un hombre a un cigarrillo pegado que hacía aún más ronca su timbre grave de voz. Alto y delgado como su padre, salado gaditano, dueño de todos los secretos de una gracia reservada a la intimidad, contador delicioso de mil y una anécdotas, vividas que no escuchadas, fuente primaria para dos centenares de variantes de cante que, según relataba orgulloso, se salvaron de la quema de la desmemoria gracias a una curiosidad innata que le llevó, desde bien jovencito, a registrar en un magnetófono de los de antes las letras antiquísimas conservadas por algunas familias gitanas de la llamada Baja Andalucía, sobre todo de Sanlúcar y el Puerto, hasta cuyo famoso penal las Mirris hicieron un carril de tanto ir y venir. Procediendo de una familia acomodada bien podría haber dedicado su ocio a navegar por la bahía y jugar al tenis, pero le tiraba más el arte y contra esa fuerza gravitatoria de la naturaleza con la que nacen algunos pocos elegidos no hay quien pueda, y Luis se siente atraído por los gitanos, y se dejó caer en los brazos de la gitanería y, lejos de mentalidades mesiánicas tan propias de aquellos años, prefirió embarcarse en el trabajo de rescatar y recopilar del olvido tesoros de la lengua y la música española de todos los tiempos.

 

Conocí a Luis en 1991 cuando RTVE me nombró asesor de una serie musical que nunca se llegó a rodar, pero en el mes largo de localizaciones por toda España llegamos al palacete de los Suárez del Puerto donde Luis nos presentó al Negro y su familia. Cuando años después me fui a vivir a la Viña entablamos una amistad que duró hasta ahora. Yo estaba feliz de que una eminencia como Luis me acogiera entre sus amistades y compartiera conmigo tantas y tantas horas entre el Puerto y Cádiz, largas conversaciones al teléfono (Luis era un gran conversador). Javier Osuna, Antonio Barberán y servidor compartimos mucho con el gran Luis, ante quien nos considerábamos discípulos. Llegó a organizar unas jornadas donde con Manuel Bohórquez fórmanos un quinteto del que formar parte era un verdadero lujo.

 

Que yo daba una conferencia en la caletera Peña Juanito Villar, ahí estaba Luis. Que presentaba un libro en San Antonio, siempre estaba Luis. Que cogía el vaporcito del Puerto, allá en el muelle estaba esperándome Luis, unas cañas en Romerijo y para su casa. Una vez en su biblioteca, después de saludar a su esposa Pepita Terry, cual estancia del tesoro empezaba a sacar joyas de la investigación, las cintas magnetofónicas, documentos y manuscritos de una vida dedicada a la arqueología de lo jondo, esta sí, la fetén, sin ojaneta, y siempre culminaba con la joya de la corona, para mi entonces lo era, la foto heredada de su abuelo de Enrique Jiménez El Mellizo. Él se negaba a publicarla, decía siempre «algún día la sacaré». Y por fin lo hizo en este portal de ExpoFlamenco, inaugurando unos deliciosos artículos que por suerte nos legó a modo de testamento bajo el preciso y precioso título de “Fe debida”, auténtica memoria histórica de una existencia repleta de vivencias únicas, irrepetibles, de una época en la que el flamenco aún campaba a sus anchas por las gargantas de los maestros que dieron en abundancia las tierras de Andalucía, sin postureo, sin poses, en carne viva, desnudo como el bendito Dios lo trajo al mundo en boca de las familias gitanas de Don Luis.

 

 

«Se nos ha ido Luis Suárez Ávila. Ya no me va a llamar al móvil para comentar durante dos horas la última polémica del Facebook, ya no podré compartir con él mis ideas y que me las apoye o rebata alumbrándome el camino siempre, a cambio de nada, de su amistad sincera y generosa»

 

 

Cuando paseabas con el maestro por El Puerto no eras capaz de dar tres pasos sin que se escuchara ¡buenas tardes, don Luis! ¿Qué tal, don Luis? No fallaba, por eso yo prefería encerrarme con él en la biblioteca de su casa a ver si se me pegaba algo. Lo mismo me ocurría con las visitas que hice a otro maestro Luis, Soler, en su casa de Málaga cuando durante los años de Córdoba viajaba desde Cádiz a mi trabajo en el Conservatorio y en vez de ir por Sevilla me desviaba por la capital Cantaora y visitaba a otro de los grandes estudiosos de lo nuestro. O las que hice, en 1991, recién llegado de mi década vienesa, en casa de Romualdo Molina en Madrid, con quien aprendí lo que no está en los escritos, aún. Gades y Morente, Gamboa y Ortiz Nuevo fueron las guindas, ahora aprendo mucho de Ramón Soler. He tenido maestros de los que presumo allá donde voy y tengo oportunidad. He tenido mucha suerte de toparme con ellos habida cuenta de que empecé a estudiar el flamenco cumplidos ya los treinta.

 

Se nos ha ido Luis Suárez. Ya no tengo quien me diga: «No vayas a hablarme de los moros, ¿eh? ¡Qué bien explicas eso del compás, joío! ¡Preguntas más que un perdío!». Ya no me va a llamar al móvil para comentar durante dos horas la última polémica del Facebook, ya no podré compartir con él mis ideas y que me las apoye o rebata alumbrándome el camino siempre, a cambio de nada, de su amistad sincera y generosa, derroche de conocimiento para quien lo quiera. Lo más duro es que, aparte del reconocimiento de sus allegados o el premio que le entregaron el año pasado, no ha sido suficientemente reconocida su labor desinteresada para con el repertorio jondo, romances, seguiriyas, soleares y bulerías y cantiñas que si no es por él se habrían perdido para siempre. Muchos fueron los que se aprovecharon de sus hallazgos para ponerse medallas que no eran suyas, pero Don Luis jamás hizo el más mínimo esfuerzo por hacer justicia consigo mismo, como era un prestigioso abogado la justicia ya la hizo él por los demás. Su recuerdo está grabado a fuego en nuestros corazones, los que tuvimos la suerte de tratarlo sabemos de sobra todo lo que aportó y siempre estaremos preparados para ensalzar su figura, imprescindible para entender el flamenco de la segunda mitad del siglo XX. Solo queda que sus escritos, dispersos en muy numerosas revistas y publicaciones, vean un día la luz en forma de libro, reuniendo todo lo que aportó y nunca se ocupó de recopilar. Es algo que nos toca hacer a nosotros. Como todo en la vida es ponerse, no tardará en ver la luz. Por estas. 

 

Imagen superior: Luis Suárez Ávila, Antonio Barberán, Manuel Bohórquez y Faustino Núñez. Jornadas del Cante de Cádiz y los Puertos. El Puerto de Santa María, octubre 2016. Foto: perezventana

 

 

→  Ver aquí las entregas anteriores de la sección A Cuerda Pelá de Faustino Núñez en Expoflamenco

 

 

Faustino Núñez, Meira Goldberg, Javier Osuna, Luis Suárez Ávila, Antonio Barberán, Guillermo Castro y David Monge en la Plaza de San Francisco, Cádiz. Foto: Chemi López

 

 


Musicólogo de Vigo (Galicia). Investigador y profesor. Amante de la música. Enamorado del flamenco. Y apasionado de La Viña gaditana.

2 COMMENTS
  • Ramón Soler 21 junio, 2023

    Querido amigo Faustino, lo que dices al final tenemos la obligación de hacerlo quienes apreciamos y aprendimos lo indecible de la sabiduría de Luis «Wenceslao». Se le echa bastante de menos. Un fuerte abrazo. Ah, y gracias en nombre de mi tío Luis y del mío por lo que expresas ahí de nosotros, maestro.

  • Faustino Núñez 23 junio, 2023

    Gracias siempre a vosotros queridos amigos y maestros. Ya hablaremos para echar para adelante la obras completas de Wenceslao. Abrazos, hoy desde Viena.

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