De ‘el Niño de Mairena’ al maestro Antonio
De aquel Niño de Mairena a Antonio comenzó a forjarse la historia de unos de los grandes maestros del cante de todos los tiempos.
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La obra discográfica de Antonio Mairena es tan extensa como decisiva para comprender el cante en toda su extensión. El maestro la estimaba como su testamento oral para las futuras generaciones, de ahí la importancia y el extremo cuidado que siempre le prestó.
Tal vez, el contenido de este pódcast termine en un serial que haga un itinerario por los hitos principales que jalonan las grabaciones en estudio de Antonio Mairena. Como siempre hay que agradecer la extraordinaria guía ofrecen los libros de Luis y Ramón Soler, nobleza obliga. De momento, me dirijo al origen de todo: cuando firmó sus primeros registros como el Niño de Mairena en 1941 para la Casa Odeón y con la guitarra de Esteban de Sanlúcar. Unas incipientes concesiones que obligaron de algún modo al intérprete a contentar ciertos gustos comerciales de la época, cuando su intención fue otra bien distinta. El cantaor contaba con 32 años y ya tenía muy definida su línea artística.
Unos años más tarde, en 1944, y de la mano de Paco Vallecillo se produjeron unas grabaciones de corte doméstico y no comerciales en Tánger. De ellas, hay una soleá que ha permanecido muy oculta a ojos del gran público y que invito a su atenta escucha. Le acompaña la guitarra de Habichuela de Tánger.
Sería en 1950, con la guitarra de Paco Aguilera y para el sello Columbia, cuando aparecen los primeros discos –aún en surcos de pizarra– que firma con el que será su nombre artístico para siempre, Antonio Mairena. De aquel Niño de Mairena a Antonio comenzó a forjarse la historia de unos de los grandes maestros del cante de todos los tiempos.
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