Una vuelta más a la “Llave”
Unas reflexiones para quienes reparten por estas calendas “llaves” por doquier y aspiran a abrir el cofre de no se sabe bien qué intereses. Los mismos que se jactan de pedir justicia y proclamar que el flamenco necesita unidad y no divisiones.
Un documento firmado por un grupo de aficionados y entregado el pasado 13 de junio en la Delegación de Cultura de la Junta de Andalucía en Granada solicitaba la entrega de la Llave de Oro del Cante a Enrique Morente, cantaor fallecido en diciembre de 2010. La noticia, anticipada el día anterior por Granada Digital, no dejó de sorprendernos, y no porque era “de justicia” o para que se entregara durante “el centenario del Concurso de Cante Jondo de Granada”, sino porque nos dejó impresionados ante la falta de consideración hacia el poseedor del galardón, Fosforito, por fortuna vivo, y el gran maestro que ha cumplido su cometido en la evolución cronológica del arte flamenco.
Como cuando conviene la historia deja de reconocerse o se les traspapela a los interesados, he de recordar que fue un 26 de julio de 2005 cuando, tras la deliberación de un consejo de expertos convocados por la Consejería de Cultura, nos pronunciamos por unanimidad a fin de reconocer a Fosforito con la V Llave de Oro del Cante, quedando muy claro en aquel Sanedrín, y por escrito, que así se cerraba un ciclo que arrancó con Tomás el Nitri en 1868; que pasaría a manos de dos maestros que hoy siguen siendo referencias ineludibles, como fueron Manuel Vallejo (Madrid, 1926) y Antonio Mairena (Córdoba, 1962), y que en su cuarta edición, allá por 2000, recayó de manera excepcional en el recordado Camarón de la Isla a título póstumo, cuando antes se había pedido para Fosforito, en dos ocasiones, o para Valderrama, y más recientemente, y reclamada desde Córdoba –sí, la Córdoba de Fosforito–, para La Niña de los Peines.
Con la entrega a Camarón, la Junta de Andalucía cometió uno de los mayores abusos conocidos, pues se consultó a sí misma sin contemplar cómo se saltaba a piola el certificado del Departamento de Signos Distintivos de fecha 18 de septiembre de 1995, cuyo número 1.050.114 recoge por qué no podía darse a título póstumo, aparte de que, como consta en el Boletín Oficial de la Propiedad Industrial de 16 de marzo de 1985, la marca se creó para cumplimentar actividades de “servicios de organización de un certamen. Clase 42”.
Entre medias, y dado que a la Junta se le olvidó pagar los derechos a la Propiedad Industrial, como así publiqué en su día y por la que tantas amenazas judiciales recibí de la propia Junta de Andalucía, a sugerencia de Rafael Álvarez Colunga, José Luis Cuberta y quien firma, un empresario malagueño y amigo, Francisco Repiso Martos, registró el 20 de mayo de 1999 en la Oficina Española de Patentes y Marcas la denominación a fin de que no hubiera tropecientas llaves para abrir una puerta.
Cuatro meses después, San Fernando acogía el XXVII Congreso Internacional de Arte Flamenco y nadie tuvo el arrojo no de presentarnos una ponencia reclamando el susodicho galardón ante los más de doscientos especialistas allí reunidos, sino de restituir siquiera la valía indiscutible de Camarón y analizar su obra ante los congresistas. Por el contrario, el sello discográfico Universal, ausente del Congreso, fue la espoleta para que se pidiera la Llave de Oro del Cante para José, solicitud que recibió críticas muy duras, algunas de instituciones y otras de ilustres personajes del flamenco, con lo que se produjeron enfrentamientos que en nada contribuyeron a la dignificación del género.
La sangre, con todo, no llegó al río. Ni hubo litigio jurídico de la Junta con Repiso Martos, porque cinco años después la razón sobrevolaría por la cabeza de todos. Fosforito contó, primero, con el apoyo de Málaga a través de la Diputación Provincial que presidía Salvador Pendón, y después, con el respaldo de las instituciones y con el consenso del clamor popular, ya que artistas, críticos, peñistas e intelectuales coincidieron en la idoneidad del galardón al maestro que había confiado toda su existencia a la comunicación constante con los misterios del cante.
«Desde que la política andaluza asumió el papel del nuevo señorito, sus responsables impresionan al crear comisiones, aunque también decepcionan porque luego hacen lo que les viene en gana. Están legitimados, pero son incompatibles para la acción cultural porque resultan como la nieve, que no produce más que agua»
Fue así que el 26 de julio de 2005 un comité de expertos convocados por la titular de la Consejería de Cultura, Rosa Torres, y entre los que figuraban Manolo Sanlúcar, Cristina Hoyos o Calixto Sánchez, nos pronunciamos por unanimidad, encomendando la Junta a quien firma que redactara el expediente de la V Llave de Oro del Cante, galardón que recogería Fosforito en el Teatro Cervantes, de Málaga, de manos del presidente Manuel Chaves. Se había hecho justicia y Fosforito, que como reseñé en mi informe no tenía la Medalla de Andalucía, distinción que hoy tiene hasta la Coja de Cádiz, le echó la Llave al Cante ese 11 de octubre de 2005.
Aquella noche lo dijimos desde el atril del Teatro Cervantes: “Hoy gana Fosforito, lo que significa que gana el Cante. Se acabaron las filias y fobias, los de Juan Belmonte y los de Joselito el Gallo. En los grandes foros de debate, en los congresos internacionales, ya no hay que buscar el sexo de los ángeles o la cuadratura del círculo. Hoy se concilia la justicia histórica, y el que quiera discutir que lo haga en su casa”.
Fosforito cerró, pues, la historia de la Llave de Oro del Cante. Porque, a fin de que no se agudizaran más conflictos y dado que póstumamente habría que habérsela concedido a Silverio, El Mellizo, Chacón, Manuel Torre, Pastora, Marchena, Caracol o después de 2004 a Valderrama, la Junta de Andalucía ya se había comprometido desde enero de 1995 a crear la Llave de Oro del Flamenco, distinción que premiaría a toda una vida y que, sin periodicidad determinada, atendería tanto a la faceta artística como a aquellas personas o colectivos cuyos trabajos de dirección, investigación y/o análisis hayan tenido una especial significación en el contexto histórico en que se produce.
Las gestiones para su reglamento se encomendaron a Eduardo Rodríguez, director del Centro Andaluz de Flamenco, y tras tres meses de reuniones con los distintos sectores de la Flamencología (cátedra, fundaciones, revistas, peñas flamencas, críticos y estudiosos), anunció el 6 de abril de 1995 la siguiente conclusión final: acordamos aparcar por unanimidad la Llave de Oro del Cante, por involucionista e inapropiada. En cambio, y para enterrar el término “Llave”, se instaba a la Consejería de Cultura a que concediera con periodicidad anual el Premio Andalucía de Flamenco, para el que se proponía se adjudicara el primer galardón a Antonio.
Quedaba por consumar la reunión sectorial con los hacedores de este arte, esto es, con los artistas. Pero su enfoque, como el de los anteriores, quedó en una mesa de despacho, porque pocos días después la Junta de Andalucía se sacó de la manga los efímeros Premios Andalucía de Cultura, en los que incluyó el flamenco a favor de Rafael Riqueni, luego el Premio Andalucía de Flamenco Pastora Pavón, que primero recayó en Fosforito el año 1999, y en 2001 los Premios Cultura, bajo la presidencia de Fosforito y en el que tuve el honor de participar en el jurado para otorgarle la distinción a Paco de Lucía, que dicho sea de paso nos costó que lo consiguiera por unanimidad.
Como puede comprobarse, desde que la política andaluza asumió el papel del nuevo señorito, sus responsables impresionan al crear comisiones, aunque también decepcionan porque luego hacen lo que les viene en gana. Están legitimados, pero son incompatibles para la acción cultural porque resultan como la nieve, que no produce más que agua. Valga, pues, este relato para quienes reparten por estas calendas “Llaves” por doquier y aspiran a abrir el cofre de no se sabe bien qué intereses. Los mismos que se jactan de pedir justicia y proclamar que el flamenco necesita unidad y no divisiones. Eso sí, pero respeto a Fosforito, no.
Imagen superior: Salón Fosforito – Hotel Las Acacias, Puente Genil (Córdoba). Foto: perezventana
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