La saeta en la capital del Santo Reino
La primavera del cante florece en Andalucía durante la manifestación de religiosidad popular más importante de la cultura cristiana. Es la que relata la última semana del Hijo de Dios en la Tierra. Y el saetero en Jaén rellena con su presencia todas las luces y sombras que se alargan en el tortuoso camino hacia el Gólgota.
La primavera del cante florece en Andalucía durante la manifestación de religiosidad popular más importante de la cultura cristiana. Es la que relata la última semana del Hijo de Dios en la Tierra, aunque arranca el Miércoles de Ceniza y tiene su previa en la Cuaresma hasta la tarde justo del Jueves Santo, que es cuando se cierra el ciclo cuaresmal porque comienza la liturgia del Triduo Pascual, con la crucifixión y muerte de Jesús de Nazaret el Viernes Santo, la Vigilia Pascual el Sábado Santo y el Domingo de Pascua o Domingo de Resurrección.
Su contenido ritual se suele centrar, empero, en el Drama Sacro, y no en la entrada triunfal a Jerusalén el Domingo de Ramos o el Domingo de Resurrección, dado que es la tragedia del año litúrgico lo que el saetero recupera en su garganta a fin de que la memoria colectiva de nuestros pueblos no la echen en olvido, aunque justo es añadir que cada población celebra la conmemoración a su manera y aporta su carácter identitario a la hora de representar y simbolizar el sufrimiento de Jesucristo.
Y aunque parezca que sólo de Sevilla a Cádiz impera este cante de temporada, Jaén, como sus homónimas andaluzas, también existe. La provincia jienense, por ejemplo, tiene formas muy peculiares de representar las saetas antiguas, saetas que además son teatralizadas, como los Cantes de Pasión de Villacarrillo, que se ejecutan a dos voces; La Santa Cena y La Venta de Jesús, de Alcaudete; La Sentencia de Pilatos, en Beas de Segura, además de las de Baños de la Encina, curiosamente a dos voces y con textos parecidos a los de la localidad sevillana de Arahal, o, entre otras, las de Villanueva de la Reina, Linares y Andújar.
Pero el impacto emocional misterioso para los jienenses llega con la saeta flamenca, sobre todo cuando perciben una sensación como de vértigo y reverencia por el ritmo sonoro de la primavera ante la pasión de Ntro. Padre Jesús Nazareno, popularmente conocido por El Abuelo, ante quien el saetero pasa su voz por el madero sin astillarle, al tiempo que le dice al Abuelo:
No es la cruz lo que Te pesa.
Lo que inclina Tu cabeza
es la pena de saber
que hay quién miente cuando reza.
Es curioso, porque un arte estimado desde su concepción más intensa como de minorías, y que queda bien distante del popularismo, encontrará en nuestros días pasionales una delicada educación del gusto por lo bien hecho, de aceptación plena, como lo fueron las saetas de maestros como Rafael Romero y Juanito Valderrama, o Pepe Vega y Juan Vega, en Alcalá la Real.
Pero sin apartarnos de la capital, la saeta flamenca adquiere carta de naturaleza merced a Canalejas de Puerto Real, que la propaga desde el balcón de Los Parroquias, la familia de su esposa Concepción Mesa, y que hasta su muerte, en diciembre de 1966, lo hacía cada Viernes Santo a La Verónica, Ntro. Padre Jesús Nazareno y la Virgen de los Dolores.
«La voluntad de entendimiento con las advocaciones preferidas es para el saetero en Jaén tan necesaria como tener bien engrasadas sus cualidades cantaoras. (…) La saeta, para que sea cabal, ha de ser la expresión religiosa de un creyente convencido. Y eso en el Santo Reino sólo lo hacen quienes tiene la suerte de rezar a Dios cantando»
Y con él Jose Lázaro Torres, alias Pepe Marchenilla, que lo hacía a las Cofradías que hacían estación de penitencia desde la Iglesia de La Magdalena; los hermanos Manolo y Pepe Valderrama, su sobrina Lolita Valderrama, El Niño Madrid y mi querido amigo Pepe Polluelas, que también cantaba a Ntro. Padre Jesús en el Cantón de Jesús.
Es a mediados de los años sesenta del pasado siglo cuando, a iniciativa de la Peña Flamenca de Jaén, se retoma la tradición que institucionalizó Canalejas de Puerto Real. Pero ahora lo hacen desde el balcón del taller del maestro sastre Manuel Molinos, situado justamente enfrente de donde cantaba Canalejas, palco desde el que se escucharon los ecos de El Ciego de Almodóvar, Diego Clavel, Carlos Cruz, José Menese, Fernando Montoro, Rosario López siempre en mi memoria o Joselin Aguilar, cobrando ánimo más tarde en las gargantas del recordado Juan el de Malena o de Pepe el de Jerez, y haciéndose tradición en las voces de Rafael Maeras y su hija Conchi, el mancharrealeño Juan Casas, Pepe Gersol y su hija María, o Niño de la Carmen, entre los muchos.
Son estos nombres principalmente los que consiguieron que los chorreones de baba duraran a los jaeneros siete días. Porque abrazados al Nazareno se engarza este rosario de advocaciones: testimoniaron la Paz en la Parroquia de Ntra. Sra. de Belén y San Roque; comprobaron que la riqueza es la prueba de Caridad y Consolación en la iglesia de San Juan Pablo II; junto al Convento de las Dominicas deslumbraron con piedad el rostro de la Estrella; ofrecieron misericordias a las Lágrimas de la Virgen en la Parroquia de la Merced y fomentaron el Amor a la gloria de Dios, y albergaron Amargura en la Parroquia del Salvador.
El saetero en Jaén rellena con su presencia, mismamente, todas las luces y sombras que se alargan en el tortuoso camino hacia el Gólgota. En Santa María, promete Salud y la clemencia del cíngulo rojo ante el alba de María Magdalena y María Santísima del Mayor Dolor; brinda el silencio callado de la humildad a María Santísima Madre de Dios, y amor y perdón de Esperanza en la iglesia de Cristo Rey; en Santa Isabel es cautivo de la Santísima Trinidad; le puede el recelo ante las Angustias en la Santa Iglesia Catedral; y confiesa sus Dolores en el Santuario de Ntro. Padre Jesús, y también en San Ildefonso y en la iglesia de San Juan y San Pedro, como causa de arrepentimiento.
La genialidad de ese ser privilegiado que se yergue en súbito pregonero del espacio escénico, expía igualmente sus quejas frente a María Santísima de las Siete Palabras en San Bartolomé; contrasta en Santa Cruz el gran poder de Dios con el Dulce Nombre de María, y en San Ildefonso, escudo de los Desamparados, vive en la Soledad delante de uno de los más bellos rostros que mujer alguna pudiera soñar, hasta clamar por la Victoria ante la Resurrección de las almas.
Este relato que les narro pone de manifiesto que la voluntad de entendimiento con las advocaciones preferidas es para el saetero en Jaén tan necesaria como tener bien engrasadas sus cualidades cantaoras. En unos prima la virtud de no cerrar nunca los ojos a la realidad que tienen delante ni a la verdad histórica. Otros, en cambio, nos aproximan a la comprensión de su espíritu, dando motivos sobrados para exteriorizar una nueva sensibilidad que se renueva por años. Mas todos son conscientes de que la saeta, para que sea cabal, ha de ser la expresión religiosa de un creyente convencido. Y eso en el Santo Reino sólo lo hacen quienes tiene la suerte de rezar a Dios cantando.
Imagen superior: Nuestro Padre Jesús Nazareno «El Abuelo», frente a la Catedral de Jaén. Foto: Veinticuatro de Jahen – Wikimedia Commons
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