Aquellos noventa días de Camarón de la Isla
Como periodista me cupo el deber de seguir día a día los últimos tres meses del admirado José hasta aquel fatídico jueves 2 de julio de 1992. Eran las siete y diez minutos de la mañana cuando decía su último adiós el original y siempre polémico Camarón de la Isla.
Propongo dar una vuelta por hace treinta años porque en 1992 caducó el tiempo vital de la voz de los excesos, Camarón de la Isla. Se excedió en las veleidades de la vida en una época en que la inconsecuencia era la norma que regía, pero también nos desbordó plácidamente a partir de que el duende hipotecara la independencia de quien siguiendo las líneas marcadas por sus predecesores, las ensanchó sin limitarse a la simple copia.
Todo lo que fue se lo llevó con él recordando a quien nadie dejó indiferente. Pero comenzó a morir cuando supimos que se vio obligado a interrumpir la grabación de Potro de rabia y miel (1992), junto a Paco de Lucía y Tomatito, al detectársele un cáncer de pulmón por su adicción al tabaco, enfermedad que, junto al consumo de drogas, le hizo entrar en una precariedad física ostensible en su última actuación, el 25 de enero de 1992 en el Colegio Mayor San Juan Evangelista, de Madrid, produciéndose su muerte pocos días después, concretamente el 2 de julio en Badalona (Barcelona).
Como periodista me cupo el deber de seguir día a día los últimos tres meses del admirado José hasta aquel fatídico jueves, 2 de julio. Eran las siete y diez minutos de la mañana cuando, después de toda una interminable noche con problemas respiratorios y renales, decía su último adiós el original y siempre polémico Camarón de la Isla en la quinta planta del Hospital Germáns Trías i Pujol, de Badalona, donde se encontraba ingresado desde el día 30 de junio.
Una afección pulmonar grave, producida por un cáncer en el pulmón izquierdo, desembocó en un irreversible “fallo multiorgánico”, posibilitando éste la amarga parada final de un viaje anunciado que, pormenorizadamente, quien firma fue ofreciendo a los lectores de Diario 16 Andalucía desde el 10 de abril de 1992.
«Así fue el anunciado final de un andaluz histórico, enjuto y aniñado, pero de una fuerte sensibilidad, que tuvo la dicha de nacer con el legado de un arte único que le brotaba de forma espontánea y natural, y cargado de tantas verdades internas como la intrahistoria de su vida»
En el caleidoscopio de ese sufrimiento, aparecieron unas primeras dolencias respiratorias en su casa de San Fernando. Puesta al habla su mujer, Dolores Montoya ‘La Chispa’, con su fiel escudero José Candado, ATS en Barcelona, los síntomas aconsejaban su ingreso inmediato. Así se hizo el día 19 de marzo en la prestigiosa Clínica Quirón de Barcelona, donde fue sometido a un chequeo respiratorio, a resulta del cual se le detectó una seria afección pulmonar.
Conforme pasaban los días, la lenta evolución del cantaor –ajeno entonces a la gravedad de su enfermedad– provocaba la lógica preocupación de los familiares y allegados, sobre todo cuando el precario estado de uno de sus pulmones presagiaba lo peor.
Considerada entonces la solución de máxima gravedad, se procedió a efectuarle un TAC en la mañana del 25 de marzo. Los resultados no fueron dados a conocer, y la confusión permitió que las noticias se cruzaran y desmintieran a un tiempo. A lo más que llegaba la familia –en este caso su hermana, Isabel Monge– era a apuntar el indicio de una “neumonía muy grave”.
Camarón, no obstante, fue dado de alta dos días más tarde, con la paradoja de que, tras abandonar la clínica, se desplazó a unos estudios barceloneses a fin de realizar un videoclip de promoción para la inauguración de la Exposición Universal de Sevilla.
Llegado a San Fernando, los familiares aconsejaron su residencia en La Línea de la Concepción, en una casita que se compró frente a la de sus suegros. Pasados algunos días, se confirmó a los familiares la existencia del carcinoma pulmonar y la alarmante preocupación por el avance de las células tumorales.
La extensión de la metástasis a otros tejidos hizo que, como enfermo terminal, ingresara el día 7 de abril en la Clínica Mayo de Rochester (Minnesota), que regentan las monjas de San Francisco. Su empeoramiento resultaba irrefrenable, por lo que no se descartaba en el centro estadounidense una inminente intervención quirúrgica como posible solución más favorable para detener el carcinoma pulmonar. Pero el extenuante estado de salud del cantaor impedía afrontar en condiciones idóneas una operación, por lo que fue sometido a diez sesiones de radioterapia.
Tras veintiséis días de estancia en el lujoso Khaler Grand Hotel, que se comunicaba por un sótano con la Clínica Mayo, fue sometido a diversas pruebas y chequeos en distintos departamentos del Hospital Saint Marys, entre ellos ecografías de pulmón y tórax, electrocardiogramas y sesiones de radioterapia.
«De Camarón de la Isla ha quedado su forma insólita de subrayar la métrica melódica, su extraordinaria manera de fundir texto y música, perfecta afinación, concisión fuera de serie y, sobre todo, el ritmo en su más amplia acepción del término»
Tal y como también adelanté en su día, pese a las amenazas contra mi integridad física y la campaña orquestada que se desató a fin de negar mis investigaciones, Camarón de la Isla regresó a la capital de España en la madrugada del día 4 de mayo. Llegado a Santa Coloma de Gramanet, residencia de José Candado, conoció José su último disco Potro de rabia y miel. Al día siguiente, regresaría, vía Sevilla, a La Línea de la Concepción, donde se encontraban sus cuatro hijos en casa de su cuñado Rafael Montoya.
Un mes entre los suyos, en la linense calle Teatro, y comenzaron a aflorar fuertes dolores en las piernas, debido a que la metástasis alcanzó a la médula. Nueva visita a Barcelona, hasta que el día 13 de junio fue sometido a una primera sesión de quimioterapia en vena.
Con los primeros indicios de alopecia, llegó José al verdadero secreto de su enfermedad. Perdió en la última semana ocho kilos, y estaba asistiendo a los rezos de la iglesia Evangelista. Cuarenta y ocho horas después sobrevendría el anunciado final de un andaluz histórico, enjuto y aniñado, pero de una fuerte sensibilidad, que tuvo la dicha de nacer con el legado de un arte único que le brotaba de forma espontánea y natural, y cargado de tantas verdades internas como la intrahistoria de su vida.
Han pasado treinta años de tan tremendo desenlace, y los alanceadores del periodismo honesto, los políticuchos con gestiones que la decencia no entiende, los macarras que dan más vergüenza que miedo o los flamencólogos de despacho que desencadenaron unas oprobiosas campañas orquestadas contra la comunicación veraz del autor de este texto, no están muertos, pero sí sepultados bajo la verdad periodística. La información sobre asuntos de interés público sigue siendo, por fortuna, un pilar del sistema democrático.
Empero, a raíz de la muerte de José, con el que me unió una buena relación pese a que no le gustó que le dijera que estaba haciendo el camino de la vida a grandes zancadas, se desató la fiebre comercial, le colgaron mil medallas, le organizaron homenajes para el postureo de los organizadores y hasta la Junta de Andalucía le concedió en diciembre de 2000 la IV Llave de Oro del Cante a título póstumo, con lo que, sin cuestionar su inmensa valía ni entrar en el aprovechamiento político, se puso en venta su llanto, precio a su queja, y se exprimieron todas las grabaciones domésticas que guardaban sus correligionarios.
Con aquel interesado decreto del BOJA que José en vida jamás hubiese aceptado, y que recibió, además, implacables críticas de aficionados y artistas, como las de Manuel Morao, Agujetas o El Chocolate, se ensombreció la leyenda de quien ni el oportunismo político pudo vencer a su esencia.
Y la razón es fácil de entender. Para los cabales, de Camarón de la Isla ha quedado su forma insólita de subrayar la métrica melódica, su extraordinaria manera de fundir texto y música, perfecta afinación, concisión fuera de serie y, sobre todo, el ritmo en su más amplia acepción del término, tan determinante en su legado como en el aceleramiento de su propia vida. Y estos rasgos, para gloria de los genios de la música andaluza, no son moneda común en la historia del flamenco, por más que la dependencia de sustancias no fuese el mejor ejemplo para una juventud con dificultades, o que la inacción compositora le impidiera alcanzar la categoría de maestro “lato sensu”.
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