Me siento gitano
He de confesar que cuando he leído las declaraciones del Ministro del Interior italiano me han dado escalofríos. El simple hecho de que se le haya pasado por la cabeza el realizar un censo étnico me parece de una repugnancia total.
He de confesar que cuando he leído las declaraciones del Ministro del Interior italiano me han dado escalofríos. El simple hecho de que se le haya pasado por la cabeza el realizar un censo étnico me parece de una repugnancia total. Recuerdo que Hitler lo primero que hizo fue elaborar censos de judíos, de gitanos y de otros grupos para después obligarles a llevar una insignia de identificación y prohibirles entrar en determinados lugares, incluso les vetó la entrada en locales para adquirir alimentos, los metió en un gueto, para seguidamente encerrarlos en campos de concentración e irlos depurando en las cámaras de gas. Al final, como no podía ser menos, se impuso el odio. A esto es a lo que conduce medidas como esta que se quiere aplicar en Italia y no dudo que la derecha xenófoba española, aunque afortunadamente posee menos fuerza, quiera también seguir sus pasos e imponerla en España, es cuestión de esperar, aunque les recuerdo que buena parte de los gitanos que viven en nuestro país son españoles de pleno derecho y por tanto amparados por la Constitución, lo mismo que buena parte de los gitanos italianos.
Quiero también recordar que las persecuciones a gitanos no son de hoy, ya la Pragmática de los llamados Reyes Católicos, firmada en Medina del Campo en 1499, inicia una serie de medidas contra los gitanos que no cesará hasta la Constitución de 1978, aunque ciertos prejuicios continúan en la actualidad, no hay más que ver cómo el Ministerio de Educación realiza programas de minorías étnicas referidos fundamentalmente a gitanos, incluso creando escuelas gueto, y no habla de gente desfavorecida o en situación de exclusión, gitanos o payos, que de todo hay en esta viña. Recuerdo también cuando en 1746 fue nombrado el obispo de Oviedo, D. Gaspar Vázquez de Tablada, como gobernador del Consejo de Castilla, institución del estado con enorme poder hasta el punto de controlar la Inquisición. Lo primero que hizo fue una consulta al rey para “solucionar” el “problema gitano” y, claro está, lo primero que ordenó fue la realización de un censo étnico para control en primer lugar y luego pasar a la Gran Redada que se produjo el 30 de julio de 1749, un auténtico miércoles negro en la vida del pueblo gitano español. Los hombres y niños de más de 7 años fueron trasladados a penales de extremada dureza y las mujeres y niños menores de 7 años a Casas de Misericordia. El único objetivo era el exterminio del pueblo gitano. Años más tarde, con la llegada de Carlos III, se deroga esta ley, aunque ya muchos gitanos habían sufrido sus consecuencias, incluso pagaron con la muerte, para reconocer el error de unas decisiones políticas inspiradas por un obispo y ejecutadas por el Marqués de la Ensenada, por entonces ministro de Fernando VI. El propio rey al firmar la nueva Pragmática expresa su deseo de borrar todo lo actuado, porque “hace poco honor a la memoria de mi amado hermano”.
Pero la historia se repite. Manuel Valls, este prohombre que se ha acercado a Ciudadanos de Albert Rivera, siendo ministro de Interior francés en 2013 ordenó perseguir, como si se tratara de una terrorista, y detener a una niña gitana de 15 años cuando viajaba en autobús con sus compañeros de clase del colegio donde estudiaba, para después expulsarla del país. Esto no es una casualidad, responde al auge de las ultraderechas que se está produciendo en toda Europa. Este señor, que ahora pretende presentarse a las elecciones españolas, algo respetable, olvidó que la escuela es un lugar de integración, no de exclusión, que la escuela nos une y nos forma para afrontar la marginación y educarnos en la igualdad, porque ante todo somos personas y, como reconoce la Constitución en su art. 14: “somos iguales ante la ley, sin que pueda prevalecer discriminación alguna por razón de nacimiento, raza, sexo, religión, opinión o cualquier otra circunstancia personal o social”.
Ante esta situación es hora de tomar posiciones, de luchar por las personas que la sociedad excluye, de fomentar que el Mediterráneo sea un lugar de unión y no un cementerio, de comprender al pueblo gitano con su manera de ver la vida, sus costumbres, sin intentar integrarlos, porque supone su desintegración, con sus problemas, que son muchos, pero dándoles recursos para resolverlos. Por todo esto, me siento gitano, y morisco, y negro…
José Ignacio Primo