Luis Suárez Ávila: rosas y mosquetas pa’ la eternidad
La pérdida del amigo y maestro Luis Suárez Ávila lleva pareja la desaparición de todo un mundo que él conocía como nadie. Gracias por todo. Sit tibi terra levis.
Los móviles. Ya sabemos que estos aparatitos guardan memoria de muchos de nuestros actos, así que la curiosidad me hace entrar en el historial de llamadas del número de Luis. Me sorprendo al ver que en los dos últimos años las que hemos intercambiado rondan el centenar. Y bastantes de ellas con duraciones que superan la media hora. En el tanatorio del Puerto de Santa María, su hija Ana nos comentó a Javier Osuna y a mí que, antes de que se ofertaran las tarifas planas de telefonía, todos los meses temían la llegada de las facturas porque solían ser altísimas, ya que las conversaciones de su padre con los amigos y colegas eran frecuentes y muy largas. Y es que Luis tenía mucho que contar. Prueba de ello son las jugosísimas quince entregas –incompletas, ¡ay!– de su Fe debida en Expoflamenco.
Conocí a Luis Suárez Ávila no recuerdo bien si en 1989 o 1990, cuando mi tío Luis –también nacido en 1944– y yo aún andábamos pateándonos los caminos de España para recabar grabaciones de discos de pizarra –hay que recordar que no existía Internet– e informaciones para un estudio que culminó en el libro Antonio Mairena en el mundo de la siguiriya y la soleá (Fundación Antonio Mairena, 1992). Nos recibió en su casa de la calle San Juan nº 17, junto a la Iglesia Mayor Prioral del Puerto de Santa María. Quedamos sorprendidos por su fastuosa biblioteca y por la cantidad de obras de arte que atesoraba, con especial relevancia en arte sacro. Allí nos iluminó sobre unos cuantos estilos de seguiriyas de los Puertos de difícil filiación y nos dio noticia del importante éxodo de gitanos que hubo desde la bahía de Cádiz a Triana en la etapa fundacional del cante, asunto bien revelador para lo que andábamos investigando. Estaba recién publicado su extenso y fundamental artículo –de cien páginas– El romancero de los gitanos bajoandaluces. Del romancero a las tonás en las Actas de la Conferencia Internacional Dos siglos de Flamenco (Fundación Andaluza de Flamenco, 1989), que es de obligada lectura para quien tenga interés en el romancero de tradición oral. Fue el abogado portuense –especializado en Derecho Civil– quien dio a conocer el inmenso caudal romancístico que custodiaban con celo unas cuantas familias gitanas de los Puertos gaditanos y de unas pocas zonas más de la Baja Andalucía. El descubrimiento ha sido de los más importantes en el mundo de la filología en los últimos 60 años, pues mostró un repertorio antiquísimo –que incluía algunos raros textos de ciclos épicos– a punto de desaparecer, como de hecho ha desaparecido como forma de genuina transmisión oral. Es bien explícita al respecto la dedicatoria que le escribe en 1985 Diego Catalán Menéndez-Pidal en su Por campos del romancero: «A Luis Suárez, después de descubrir al descubridor de lo inaccesible (el fascinante romancero genuinamente gitano) y de gozar juntos de una emoción imposible de grabar y conservar fuera de la memoria».
Son muchos los artículos que Luis escribió sobre los romances que los gitanos bajoandaluces cantaron desde el siglo XVI al XXI. Todos son de lectura amenísima y bien iluminadores, y tienen en común el rigor y el calor de quien ha vivido lo que investiga a pie de obra, con una mezcla de gracia gaditana y fino humor inglés. Sobre esto, insto a leer el caso de Panete y los cangrejos mariquitas, que él escribió sin firmar. Como digo, los escritos de Luis son una verdadera gozada, pero por desgracia están desperdigados en revistas de filología, flamenco y de otra índole, en libros de homenajes y en actas de congreso, en periódicos (muchos firmados en los 60 y 70 con el pseudónimo de «Wenceslao», para que su padre no se enterara) y publicaciones en Internet. En nuestras conversaciones solía decirle: «Luis, ¿cuándo te vas a sentar a escribir de una vez el libro de los romances?». «Es que no tengo tiempo, no me puedo jubilar». Y es verdad, hasta el final de sus días estuvo en activo a pesar del mazazo que para él supuso la segunda vacuna de Covid. «Niño, de golpe han hecho de mí un viejo».
«Fue el abogado portuense Luis Suárez Ávila –especializado en Derecho Civil– quien dio a conocer el inmenso caudal romancístico que custodiaban con celo unas cuantas familias gitanas de los Puertos gaditanos y de unas pocas zonas más de la Baja Andalucía»
Desde que en 1958 –¡con trece años!– le facilitara a Antonio Mairena un texto recogido al Bengala y Pepe Torre del romance de Bernardo del Carpio –que el maestro grabó en Cantes de Antonio Mairena, Columbia, 1958; fue el primer registro en disco de un corrido gitano– hasta el fin de sus días, el trabajo de Luis Suárez en el mundo del romancero y la lírica de tradición oral ha sido infatigable. Fue pionero en aplicar el método científico que reclamaba el flamenco, atestado de libros tendenciosos y poco fiables y, por ello, prescindibles. A diferencia de otros investigadores de su generación, no se durmió en los laureles. Así, siguió con interés lo que se publicaba de flamenco, porque era bien consciente del salto cuántico que dieron los estudios sobre el género en las últimas tres décadas. Los trabajos de Faustino Núñez, Javier Osuna, Antonio Barberán, Manuel Bohórquez, Luis Javier Vázquez Morilla, Guillermo Castro Buendía, Alberto Rodríguez Peñafuerte, Antonio Cristo, Estela Zatania, Antonio Conde López-Carrascosa, José María Castaño, Servando Repetto y algunos más le entusiasmaban sobremanera por la novedad de sus propuestas, por la documentación que ofrecían y por el rigor con que estaban elaborados, alejados de la vertiente fantasiosa e impresionista de décadas anteriores.
Recuerdo especialmente la emoción con que vivió el estreno del espectáculo que tuvo lugar el 18 de junio de 2022 en el Teatro Falla de Cádiz. Ahí se pusieron en pie de forma teatralizada –con Manuel de Falla y Álvaro Picardo en escena– los viejos estilos que los dos hijos de Enrique el Mellizo cantaron en la gaditana Academia de Santa Cecilia, justo un siglo antes. Lo dirigieron Javier Osuna y Manuel Sánchez, y tuve el honor de ocuparme de reconstruir el repertorio que interpretaron de forma magistral dos de los mejores cantaores actuales, David Palomar y Jesús Méndez. A pesar de su quebrantada salud, Luis fue a Cádiz y llevó sendos sombreros de ala ancha que facilitó a los cantaores para que no se les vieran las barbas. Fue todo un acierto, pues la estampa ganó en verosimilitud, y bien orgulloso que estaba. Creo que más que nada fue a escudriñar con lupa lo que habíamos pergeñado, pues no andaba del todo convencido. Para satisfacción nuestra, el maestro quedó encantado con el trabajo realizado. Eso supuso unas cuantas llamadas de teléfono suyas para corroborarlo. Probablemente lo último que escribió el portuense sobre flamenco es el prólogo del libro que sobre esa obra de teatro escribimos Osuna, Sánchez y yo, y cuya publicación es inminente.
Como suele decirse, Luis era un hombre del renacimiento, pues mostraba gran curiosidad por casi todo: arte sacro, guarnicionería de carruajes –andaba terminando un libro sobre ello–, teatro, poesía, artes gráficas, historia, tauromaquia, equitación, vinos… Además, pintaba y dibujaba más bien que la mar. Guardo como un tesoro un ejemplar que me regaló de su Auto sacramental llamado de La Perseverancia o el Marinero y el Demonio (El Boletín, 2018). Sí, leen bien, un auto sacramental escrito en pleno siglo XXI para que lo representaran sus cuatro nietos, Eddie, Thomas, Luis y Carmen, y su sobrina Ángela, con una sabrosa «Licencia de impresión» del profesor José Manuel Pedrosa, uno de los más destacados estudiosos de la lírica tradicional. Lo publicó nuestro común amigo Eduardo Albaladejo, que dirige en el Puerto de Santa María la pequeña editorial El Boletín, con un curioso y variado catálogo. En que Luis escribiera un auto sacramental no sé si tuvo algo que ver que su bisabuela Magdalena se apellidara Rodríguez Madrazo y Calderón de la Barca.
Hombre comprometido con el saber, fue, entre otras cosas, miembro de las reales academias de San Dionisio de Jerez y de Bellas Artes de Cádiz, y de la Academia de Bellas Artes de Santa Cecilia del Puerto de Santa María. También fue secretario general de la Cátedra Alfonso X El Sabio, Medalla de Plata del Ilustre Colegio de Abogados de Cádiz y formaba parte del consejo de redacción de la revista Alcanate de Estudios Alfonsíes. También fue miembro honorario del Instituto Universitario «Seminario Menéndez Pidal». En 2021, la Escuela de Flamenco de Andalucía le concedió el Premio Internacional de Investigación por toda su trayectoria, que también recibieron, en los apartados de guitarra y cante, Manuel Morao y Carmen Linares, respectivamente. Luis fue responsable de que el IV Coloquio Internacional del Romancero (celebrado entre el 23 y 26 de junio de 1987) tuviera una de sus sedes en el Puerto de Santa María. Las otras dos fueron Cádiz y Sevilla.
La pérdida del amigo y maestro lleva pareja la desaparición de todo un mundo que él conocía como nadie. Cuando Luis hablaba del marqués de la Ensenada; de Mateo Alemán y su desgarrador informe secreto sobre los forzados –muchos de ellos gitanos de los Puertos– en las minas del azogue en Almadén; de Fernán Caballero y de su padre, el hispanista Juan Nicolás Böhl de Faber; de Ginés Pérez de Hita y Agustín Durán; de Manrique de Lara y Estébanez Calderón; de don Ramón Menéndez Pidal, de su hija Jimena –a quien conoció– y del hijo de esta, Diego Catalán; de sus amigos Pemán, Alberti, José Luis Tejada, Dámaso Alonso y tantos otros, de algún modo los sentías a tu vera. Y no digamos cuando lo hacía de sus gitanos: Alonso el del Cepillo y sus hermanas Dolores y Juana, el Negro del Puerto, Ramón Medrano, el Caoba, el Cojito Pavón, José Ezpeleta, Jeroma la del Planchero, Juan la Cera, Agujetas el Viejo, la Tizo, Agustín el Melu, el Bengala, la Perrata, el Chozas, Panete, Juan de los Reyes y otros muchos. Con estos dos últimos y el guitarrista Antonio Núñez formó el grupo Rosas y Mosquetas con el fin de divulgar por los colegios el inmenso caudal de romances de la zona. Gran parte de la memoria de todos ellos se va con Luis, pues cuando contaba lo compartido con esas verdaderas enciclopedias, en cierta manera cobraban vida en nuestros adentros.
«En la misa de cuerpo presente, su amigo Juan Villarreal, presidente de la Academia de Bellas Artes de Santa Cecilia, miró a los cuatro nietos de Luis y les encomendó una noble pero ardua tarea: perpetuar la memoria de su abuelo dando a conocer su legado y su obra. Eso también deberemos hacer sus discípulos y amigos»
Hay una novela de Ismaíl Kadaré, El Expediente H., en la que dos investigadores irlandeses recorren con un magnetófono Albania para recoger los cantos épicos que interpretaban aedos de remotos lugares. Uno de ellos, Willy Morton, dotado de una memoria prodigiosa, se convirtió sin querer en uno de ellos. Pues lo mismo le ocurrió a Luis Suárez Ávila: el recopilador llegó a ser un informante más, ya que recordaba gran cantidad de canciones tradicionales, romances y letrillas que escuchó durante toda su vida, desde los que le cantaba de niño su tata Milagros a los de sus informantes gitanos. De este modo, pasó a ser un eslabón más en la cadena de la trasmisión oral. En 1986 fue con José Luis Tejada a Madrid y allí la eminente Flor Salazar le grabó para el archivo del Seminario Menéndez Pidal el curioso material tradicional que guardaba en su inmensa memoria desde la infancia.
A partir de ahora cuando escribamos algo referente a las antiguas tonás, seguiriyas y romances de los Puertos no vamos a tener la mirada sabia de Luis, que vigilaba para que todo estuviera fetén. Tendremos que saltar sin red, sin la seguridad que da tener a una autoridad amiga que corrija nuestros desaguisados.
Recuerdo bien la sorpresa que se llevó cuando hace años le dije que había localizado una cuarteta desgajada del Bernardo del Carpio en una bulería que él no había escuchado de nuestra admirada Niña de los Peines, la Bulería del Castillito, que grabó en 1913. Muchas de nuestras últimas conversaciones versaban sobre los artículos que escribimos para el libro Memoria Jonda del Flamenco. Granada 1922. Primer Concurso de Cante Jondo, que ha coordinado Rafael Gómez Benito –su padre fue muy amigo de Luis– y cuya publicación está al caer. Estábamos encantados como dos niños traviesos, pues sospechábamos que nuestro inveterado gadicentrismo –valga el palabro– concerniente a los orígenes del cante podía ser la nota discordante en todo el conjunto. Nos mandábamos los textos, pero poco tenía que añadir yo a lo que me enviaba. En cambio, para lo que escribí Luis me ofreció una valiosa información sobre un cantaor gitano de Sanlúcar nacido en 1879, Félix el de la Culqueja. El también conocido como Félix el Potajón no llegó a grabar, pero legó todo su saber a su paisano Ramón Medrano, un inmenso repertorio de cantes antiguos y muy raros que Luis consiguió arrancarle –el verbo no es exagerado– a base de bien intencionados chantajes: el gitano había adquirido una deuda de 60.000 pesetas con un banco para comprar un camión para la carne y Luis le dijo que le daba 1.000 pesetas por cada cante. De este modo saldó la deuda. Algunos de esos cantes se pueden escuchar en la Magna Antología del Cante Flamenco de Hispavox –para irritación de Luis, Blas Vega, director de la colección, ni siquiera lo mentó– y en algunos episodios de la serie de televisión Rito y Geografía del Cante Flamenco. A su vez el de la Culqueja fue discípulo del mítico Perico Frascola. Demófilo recogió un juguetillo en que mienta a un Frascola, dentro de unas Romeras del Granaíno:
Romera pasa por tó,
la fuente vieja s’arborotao
porque Frascola s’amborrachao.
El lebrijano Pinini, abuelo de Fernanda y Bernarda de Utrera, frecuentó Sanlúcar –de allí era su suegro– y allí hubo de escuchar a alguno de los Frascolas. Sus descendientes alteraron la coplilla, que ha quedado, como es bien sabido, así:
La fuente Vieja se alborotao
porque Pinini se ha emborrachao.
Pero a lo que iba. Luis tuvo el detallazo de cederme para mi artículo la única fotografía que se conoce de Perico Frascola, acompañado además de Félix el Potajón. La usó para el dibujo que encabezaba el cartel de la IV y última edición de la Fiesta del Cante de los Puertos (1974), que él dirigió con sumo talento al llevar a los depositarios de los cantes de la zona. La fotografía ha permanecido inédita hasta ahora, pero en homenaje a su memoria la doy a conocer a los lectores de Expoflamenco. Pero si proverbial fue la generosidad para con sus amigos, también tenía un fino olfato para detectar a los ojanetas, jetas y caraduras, que los largaba con diligencia.
Luis fue el responsable de que la música de la tonada del Puerto –o nana moruna– saliera del armario. Hago hincapié en esto porque a mi juicio la melodía de esta tonada alberga, en su sencillez, una de las cadencias más hermosas de toda la música flamenca. Esos romances tienen una tonada monótona que usaban las madres gitanas a modo de nana para dormir a sus chiquillos. A mi parecer nadie la decía como Alonso el del Cepillo. En Rito y Geografía, donde Velázquez Gaztelu entrevista a Luis Suárez Ávila, se puede ver en 7:35.
En la misa de cuerpo presente que se ofició el domingo 16 de abril en la Iglesia Mayor Prioral del Puerto de Santa María –donde 185 años antes se bautizó Tomás el Nitri– pronunció unas hermosas palabras un amigo de Luis, Juan Villarreal, presidente de la Academia de Bellas Artes de Santa Cecilia, del Puerto de Santa María. Tenía enfrente a la esposa de Luis, Pepita Terry, y a sus hijas Ana y Guadalupe con sus esposos y los hijos de ellos. Al final miró a los cuatro nietos de Luis y les encomendó una noble pero ardua tarea: perpetuar la memoria de su abuelo dando a conocer su legado y su obra. Eso también deberemos hacer sus discípulos y amigos.
Querido amigo y maestro, gracias por todo. Sit tibi terra levis.
Juan Gallego Reyes 3 mayo, 2023
Lamentable pérdida, Ramón.
Ya te comenté que cuando le vi por última vez le encontré muy desmejorado. Apenas si podía tenerse de pie.
Le remitiré este tu escrito a mis amigos (y lógicamente amigos de Luis) de la Cátedra Alfonso X el Sabio.
Un abrazo
Juan José Acosta 5 mayo, 2023
Tuve la suerte de conocerlo personalmente e intercambiar unas breves palabras el pasado mes de Noviembre en Sanlúcar de Barrameda. Descanse en Paz.
p.s.
Ramón, le rogaría que cuando esté publicado el libro anunciado en el artículo «Memoria Jonda del Flamenco. Granada 1922. Primer Concurso de Cante Jondo». Le dé la máxima difusión para poder adquirirlo. Gracias.