Las ‘Vivencias’ de Paco Cepero
El nuevo álbum de Paco Cepero, 'Vivencias', que presenta el 4 de mayo en los previos del XXV Festival de Jerez, es el paisaje infinito y cambiante de quien, a sus recién estrenados 79 años, es la garantía de que el nuevo día viene tras la noche.
El jueves 6 de mayo levanta el telón el XXV Festival de Jerez, y en los previos, el martes día 4, Paco Cepero presenta, en el Hotel Bodega Tío Pepe, su séptimo trabajo discográfico en solitario, Vivencias, obra que cogerá a la ciudad por sorpresa, ya que se dará a conocer fuera de la programación.
La noticia provoca desconcierto. No deja de generar asombro que un festival que celebra sus bodas de plata no lo inaugure el decano de sus artistas en activo, cuando este Hijo Predilecto de Jerez de la Frontera es, además, padre de su propia música, un creador con más de 800 títulos registrados en la SGAE y un compositor que, de tanto superarse a sí mismo, ha atisbado el más importante reto de un instrumentista: ponerle voz al futuro desde su propio pasado.
Pero la información también es una confusión para el alma. Nadie puede comprender que no figure en la planificación de esta efeméride el instrumentista y compositor que lo mismo ha puesto música, entre otros, a Julio Iglesias, Rocío Jurado o Isabel Pantoja, que ha acompañado a los grandes maestros históricos, desde Antonio Mairena a Manolo Caracol, desde Fosforito a El Lebrijano, o desde La Paquera y La Perla a Camarón.
Por añadidura, el maestro Cepero está celebrando sus 65 años de profesional, puesto que debutó en julio de 1955 en Los Sábados Festivos, por más que su contacto con Melchor de Marchena y el secundar la impresión discográfica Cantes viejos (1973), de El Turronero, le llevaran a dar un cambio a su manera de tocar y labrar el sello de su escuela, a más de abrir nuevos horizontes grabando con el saxofonista Pedro Iturralde el álbum Flamenco Studio (1976), el primer disco de “big band” que se graba en España.
«De tanto superarse a sí mismo, Paco Cepero ha atisbado el más importante reto de un instrumentista: ponerle voz al futuro desde su propio pasado»
Sería Chiquetete, no obstante, la voz que le aúpa al estrellato y gracias a la cual graba su nombre en el frontispicio de los templos internacionales de la música. A partir de 1977, temas como Amada, amante; Gitana canastera; Tu y yo; Volveré; los tangos Dame tu querer o las bulerías Canta gitano, entre los muchos, provocan una agitación en el mundo flamenco, introducen una frescura en fondo y forma hasta entonces inexistente en los festivales y ponen de manifiesto por qué las letras y las músicas de Paco Cepero encierran lo que su alma sentía.
El idealismo de poner falsetas a los sueños de los cantaores, lo complementa Cepero iluminando músicas nuevas que provocan expresiones acogedoras, como lo confirman sus seis obras de concierto en solitario, tal que Amuleto (1976), De pura cepa (2000), Corazón y bordón (2003), Abolengo (2007), Suite Gades (2012) y Sueño latino (2017).
Y el próximo martes, presenta su séptimo álbum, Vivencias, en el que relaciona a Latinoamérica como un área de tierra visible desde una posición estratégica, la de la trayectoria compositora de Cepero. Pero no trata de clasificar las vistas para focalizar su música, sino para introducirnos en el mundo de los paisajes apropiados, aquellos que tienen un registro duradero y que son testimonios de tantas vidas que, con el paso del tiempo, dejaron en su mirada compositora algo de ellos mismos.
Se incluyen, por ejemplo, Esta cobardía, que Chiquetete situó en el número 1 en España; Volveré, balada que supuso una convulsión en la industria cultural de los setenta, y hasta Mi homenaje a La Perla, una bulería en directo extraída de un festival de verano. Pero también hay diez creaciones nuevas que, estructuradas sobre la rumba, bulería, canciones melódicas, música andina o baladas románticas, lo mismo sorprenden por el punteado de A mis dos Rocíos o por el trémolo de Añoranza, que incluso cantando a los Recuerdos de ti.
«Cepero suena a Cepero, y su público no precisa de traductores. Se basta y se sobra con la música en sus manos para insuflar de viveza lo madurado, para responder con energía a las alternancias de escalas, acordes, rasgueos y falsetas que exigen lo mejor del guitarrista»
Son estas composiciones las que desnudan al músico, el paraíso íntimo de quien desde que hace ahora 45 años debutó como concertista en La Puebla de Cazalla el año 1976 –con un solo ya lo hizo en Alemania en 1974– nos adelantó que los preceptos de su propuesta serían el prodigio de la mano derecha, el uso del pulgar, la melodía pegadiza, los cierres espeluznantes y hacer que el sentido rítmico hiciera difícil lo que aparentemente resulta fácil, con lo que nos situábamos ante valores añadidos a la importancia del relevante toque de Jerez, al que hoy podemos decir sin ambages que lo ha culminado con el brillo que la ciudad que lo vio nacer merece.
Pero Cepero suena a Cepero, y su público no precisa de traductores. Se basta y se sobra con la música en sus manos para insuflar de viveza lo madurado, para responder con energía a las alternancias de escalas, acordes, rasgueos y falsetas que exigen lo mejor del guitarrista. Todo expuesto con especial lozanía y espíritu vehemente, sin descuidar nunca lo envolvente de su sonoridad, en un marco rítmico que favorece la unidad del discurso, y en consonancia, obviamente, con la articulación precisa y emocional y con la vivacidad expresiva que propone, dando, en suma, una lección de sonoridad, mecanismo infalible, precisión sobre el traste y, sobre todo, una sensibilidad efusiva que concede al compacto una vehemencia apasionada.
Así se explica que estas Vivencias sean el paisaje infinito y cambiante de quien, a sus recién estrenados 79 años, es la garantía de que el nuevo día viene tras la noche. Sin más equipaje que la voz de Londro, los arreglos de Diego Magallanes, la portada de Juan Valdés y el texto de Enrique Montiel, Paco Cepero mantiene intacta la alianza del equilibrio melódico, la digitación y el sin fin de imágenes que proyecta, paisajes que transmiten una determinada sensibilidad sobre la guitarra, un aire balsámico, un modo de compartir los aromas del instrumento y la soledad del compositor. En conclusión, la contemplación de lo vivido, aquellas reservas paisajísticas que durarán hasta que la vida termine, pero que los jerezanos verán desde el amanecer sólo cuando la niebla de los programadores quiera.
Imagen superior: F.J. Crespo