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La vulnerabilidad de los festivales (y II)

Si hoy día hay pueblos con un presente la mar de flamenco es porque construyeron el futuro con la belleza de sus sueños. Lo contrario es dejar a este patrimonio andaluz en situación de vulnerabilidad. A tiempos nuevos, criterios de organización nuevos.


Decíamos en nuestra entrada anterior cómo las debilidades de los programadores dejaban desprotegidos a los festivales flamencos, con el agravante, además, de que sólo el necio confunde valor y precio, según sentencia de Antonio Machado. Perdonen si alguien se ofende, pero hay que resolver de forma coherente el sistema de precios, dado que si actualmente hay abundancia de oferta y una demanda no muy boyante e insatisfecha, los precios hay que reglarlos y frenarlos, con lo que llegaremos a dos efectos: de un lado, a una animación revitalizadora de la demanda, y, por otro, a un aumento de la oferta que producirá, a su vez, una estabilización en el precio, de ahí que haya que tender a que los precios estabilicen la oferta y sean proporcionales a la demanda.

 

Pues bien. Si ante estos tres problemas, sólo la quinta parte es público joven, urge establecer nuevas fórmulas que, aunque anotadas de soslayo el año pasado, ahora ampliamos y argüimos desde esta docena de propuestas:

 

01.- Constituir una Fundación Municipal con una gestión profesional y libre y que huya de los vaivenes políticos, como ocurre en La Unión, sumida hoy en el mayor de los descréditos.

02.- Programar a través de un gestor cultural y no sólo con el asesoramiento de las Peñas Flamencas, que se suelen limitar a decidir lo que ellos quieren ver, desconocen el mercado y, por tanto, no están por lo general habilitadas para programar un festival en el siglo XXI.

03.- Producir un formato de festival fragmentado, en el que la oferta se reparta en varios días, de manera que cada cual pueda asistir al espectáculo que más le atraiga.

04.- Impulsar el abono contable a fin de establecer como objetivo acercar al espectador al lenguaje de las artes escénicas y musicales.

05.- Potenciar el uso de Internet, por lo que abogamos por un mayor uso de las nuevas tecnologías, con una página web propia, así como el uso de las redes sociales.

06.- Cuidar con esmero la calidad de los espectáculos y, a ser posible, que permitan acariciar la memoria de los presentes con el viento del pasado.

07.- Fijar siempre la misma fecha para el Festival.

08.- Mantener el cante jondo, la guitarra en su doble faceta y el baile, además del carácter identitario de la localidad y/o provincia como línea central de la propuesta.

09.- Pergeñar actividades paralelas relacionadas con el Flamenco, tal que Talleres de Guitarra, Baile, Compás, Cantes de autóctonos o Historia del Flamenco local.

10.- Los festivales sobreviven gracias a las subvenciones públicas y por ello están viciados, con precios muy por debajo de otros géneros musicales y sin ánimo de cambiar ni de concebir planes de viabilidad, de ahí que, pese a que en el 20 por ciento de ellos no se cobra la entrada, el 75 por ciento tiene precios populares y sólo el 5 por ciento tiene entradas con precios de mercado, el 95 por ciento no son rentables, por lo que si quieren persistir deberán ajustar los asientos contables y encontrar un modelo de gestión que les permita sobrevivir con cierta solvencia, donde el patrocinio privado habrá de tener especial protagonismo.

11.- Para alcanzar estos objetivos, abogo por una Asociación Nacional de Festivales Flamencos a fin de regular los cachés de los artistas, ya que en muy contadas ocasiones (y sobran dedos de una mano) el artista flamenco rentabiliza con entradas el “caché” contratado. Esta Asociación eliminaría, además, dos de los grandes males de los festivales que repercuten en la profesionalidad artística. Por un lado, pondría al descubierto que la tercera parte de los flamencos actuales no son lo bastante profesionales. Y de otro, que gran parte de los managers, intermediarios o comisionistas no cuentan con la formación adecuada.

Y 12.- El que el 90 por ciento de los festivales se siga celebrando en espacios al aire libre conlleva una carencia de calidad escénica, tanto en decoración, luces y sonidos como en el desarrollo escénico en general. El espectador que acude a los festivales flamencos se ha vuelto exigente, y ya no va a ver un simple recital Flamenco, sino que busca una experiencia única que hay que enfocarla desde una perspectiva multisensorial.

 

 

«Los festivales flamencos tienen hoy día muchas carencias, sobre todo desde el punto de vista del modelo de gestión, lo que provoca un desgaste progresivo y decadencia del formato. En la época estival, el mundo del flamenco está todavía muy artesanal y debe profesionalizarse si quiere convertirse en una verdadera industria cultural y creativa»

 

 

Dicho esto, hay que reconocer que los festivales viven sin un futuro, y la mejor manera que conozco de encontrarlo es que, como proyectos culturales que son, respondan a las necesidades sociales de la localidad donde se celebra buscando la involucración de la población. Y así lo concibió certeramente la costa tropical andaluza en 2018, donde las localidades de Salobreña, Almuñécar y Motril se erigieron en los pioneros de La Caña Flamenca, iniciativa que nació como un nuevo motor cultural, social y económico para toda la provincia.

 

Siendo así, me reitero una vez más en una reflexión: no existe el flamenco si no hay públicos que lo arropen. Axioma que asumieron en 2001 Arahal, como inspirador del nuevo modelo; Trebujena en 2006 con el ‘Enclave de Sol’, de Gerardo Núñez; o Arcos en 2008, con el ‘Flamenco en Escena’, y Alcalá de Guadaíra ese mismo año con I Festival Internacional de Artes Escénicas Ribera del Guadaíra, subtitulado ‘Vaivenes Flamencos’, dos localidades estas últimas que fracasaron porque todo lo circunscribieron a las subvenciones y cortaron de raíz con el pasado. También en ese sentido, La Mistela de Los Palacios, que surgió en 1973, rompió igualmente la vieja tendencia, a los que hemos de sumar el Festival de Málaga, que aplicando el sentido común tuvo que cambiar de ubicación y marcharse de la Feria después de 37 años, o la Caracolá Lebrijana, que cambió de formato en 2016 después de cincuenta ediciones.

 

¿Y por qué este cambio? Pues porque los festivales flamencos, en general, tienen hoy día muchas carencias, sobre todo desde el punto de vista del modelo de gestión, lo que está provocando un desgaste progresivo y decadencia del formato, y lo que me lleva a colegir que, en la época estival, el mundo del flamenco está todavía muy artesanal y debe profesionalizarse si quiere llegar a convertirse en una verdadera industria cultural y creativa.

 

Se podrán barajar, obviamente, todas las opiniones que se quieran. Habrá quien no le entre en la sesera que es imposible hacer una tortilla sin romper los huevos. Y no faltará el egoísta que, como decía el británico Sir Francis Bacon, sería capaz de pegar fuego a la casa del vecino para hacer freír un huevo. Se podrá incluso prestar el oído a cuantos antojos se manifiesten. Escucharemos el sentir contrariado de quienes viven en el pasado sin aprender de él, de aquellos que no buscan en el tiempo un final feliz sino un pretérito que agoniza en su presente, o de aquellos otros que hablan del pasado sin ni siquiera conocerlo. Pero los datos son los que son, y de ellos se colige que a tiempos nuevos, criterios de organización nuevos.

 

Así han de entenderlo aquellos gestores culturales que aspiran tener en el flamenco a uno de sus mayores escaparates en la época estival. Pero si se quieren consolidar y seguir creciendo, han de pergeñar un modelo de gestión cultural. Esto es, ofertar una programación que concilie a los artistas que están en el hit parade de la actualidad con la aportación de los artistas locales, a más de proponer ciclos formativos, crear ofertas para todos los sectores de la población, reclamar un mayor esfuerzo a las instituciones públicas, buscar más apoyos en los patrocinadores y hacer de la localidad un referente cultural, un destino fundamental no sólo por sus infraestructuras turísticas, su patrimonio, su gastronomía o la acogida de sus gentes, sino por encontrar en la actividad artística un nuevo motor turístico, y por mantener una identidad definida y hacer del flamenco un valor diferencial respecto a otros destinos. Es decir, que el público sepa que no va a necesitar viajar a la agónica Bienal de Sevilla, a la Suma Flamenca de Madrid o al prestigioso Festival de Jerez para ver buenos espectáculos.

 

Que así sea, porque si hoy día hay pueblos con un presente la mar de flamenco es porque construyeron el futuro con la belleza de sus sueños. Lo contrario es dejar a este patrimonio andaluz en situación de vulnerabilidad.

 

Imagen superior: Festival del Cante de las Minas 2021. Foto: perezventana

 

 

→  Ver aquí todos los artículos de opinión de Manuel Martín Martín en Expoflamenco

 

 

 


De Écija, Sevilla. Escritor para el que la verdad se corrompe tanto con la mentira como con el silencio. Entre otros, primer Premio Nacional de Periodismo a la Crítica Flamenca, por lo que me da igual que me linchen si a cambio garantizo mi libertad.

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