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La Bienal: ¿muerta o mal enterrada? (I)

La Bienal de Sevilla ya no es sólo cosa de programar mejor o peor. Tampoco lo es de interés general, de beneficio para la mayoría de la población, sino de ejemplaridad, que no es solo un concepto, sino un ideal de excelencia en una de las más importantes cunas del flamenco.


A pocas horas para la clausura, la Bienal de Sevilla es un trauma inacabable que sigue desprestigiándose. Frente a lo que cabría esperar, el evento ha contribuido a colocar el flamenco por los suelos. Le ha perdido el respeto y ha situado a la capital andaluza en las desagües del mundo cultural. Y la culpa del desgaste del que fuera “el mayor espectáculo flamenco del mundo” y de la impopularidad de la que hoy goza se llama Chema Blanco, el personaje que se adelantó a buscar un enemigo externo poniendo al crítico en la diana de francotiradores que disparan en todas direcciones, desde la incorrección de lanzar bulos, intoxicaciones y manipulaciones, hasta apoyar sigilosamente el matonismo.

 

Pero cuando creía que íbamos a recular por coacción o reprobación, la realidad ha puesto de manifiesto que no se puede atacar la pluralidad y la independencia del periodismo cultural porque sería éste quien iba a revelar sin ambages cómo arrastraría a la XXII Bienal de la Ciudad de Sevilla –cuesta llamarla de Flamenco– a la quiebra emocional

 

Con una técnica seductora para unos críticos y represiva por intimidadora solo para el firmante, Blanco puso desde un principio todo su empeño en blanquear su propia insolvencia, que no en frenar los insultos al periodismo autónomo. Mantuvo la boca cerrada sobre lo que algunos ya sabíamos pero que al menos a mí me importa un bledo: periodistas acompañados de adjuntos porque no conocen los cantes. Otros ejerciendo de asesores artísticos y literarios como así rezan en los programas de mano, y hasta quien desempeñó el cargo de director artístico de un espectáculo. Y no los censuro ni los repruebo, allá cada cual. Tampoco condeno el que haga un ciclo sobre la crítica (¿?) sólo ejercida por mujeres, porque lo único que me incumbe son los ejes que articulan la programación, el hecho escénico, la dignidad del flamenco y cómo invierte la organización el dinero público.

 

Es lo que me concierne, la moralidad que dignifica mi cultura. Lo demás, repito, me importa una higa. Pero si el director del evento calló estos secretos a voces es porque se temía la presencia de otra crítica que intentaría impedir el triunfo de sus intolerancias, a más de olvidar lo más esencial: en un Estado de derecho la libertad de expresión no está en venta porque no nació para proteger a la oligarquía, sino para vigilarla.

 

Como ya denunciamos en ExpoFlamenco, quiso sacarle rentabilidad al miedo desde tres meses antes de comenzar la Bienal. Aquello no fue un aviso, sino una sentencia. Pero le salió el tiro por la culata, porque por mucho blanqueamiento que promulgaran desde otro lado de la profesión, encontró en la realidad su mayor oposición. Con Chema Blanco las previsiones son demoledoras. Los relojes en Sevilla se pararon no más conocerse una programación que, además, marcaba la rendición del alcalde de la ciudad, Antonio Muñoz, ante un pésimo director cuyos resultados lo definen. Y lo explico.

 

Al alcalde de Sevilla la distancia no le ha ayudado a ver la realidad. Desde antes de levantar el telón, ya se barruntaba el naufragio. El Ayuntamiento, insensible a la cultura flamenca, consentía vestirla de negro. Blanco había puesto la Bienal no al servicio de la sociedad, sino de sus propios intereses, tantos que a la hora de pergeñar este artículo aún no están todos los contenidos de los espectáculos en el portal de la Bienal. Y tanto. Como que los proyectos presentados quedaron en el baúl de los olvidos porque la programación estaba hecha a su medida, a repetir hasta el atracón a los mismos artistas de su círculo, como, entre los muchos, Israel Galván, Tomás de Perrate, Dani de Morón, Raúl Cantizano o Pedro G. Romero, al que el vulgo lo sitúa en el taco gordo después de comisariar exposiciones y estar hasta en la sopa fría.

 

 

«Así es el esperpento que ha impuesto el turbio laboratorio experimentador del director de la Bienal de Sevilla, Chema Blanco, lo que explica por qué el público aficionado se ha vuelto contra un festival que de ser el espejo de referencia a nivel mundial, se ha convertido en un dispensador de pobreza flamenca»

 

 

Empleó más ganas a los amigos que a uno de los tres pilares fundamentales de la Bienal, la infraestructura como factor determinante para identificar los problemas y prever soluciones. Recuérdense, por ejemplo, que Eva Yerbabuena no figuraba ni en la lista de invitados para recoger el nuevo Giraldillo que se ha inventado. La falta de planificación en los seis primeros espectáculos del Teatro Lope de Vega, que fueron desplazados al Cartuja Center CITE, o el olvido en el pregón inaugural de lo que acaeció en el Cortijo Pino Montano, donde Manuel Torre y Pastora Pavón pusieron sus duendes a la inspiración de Joselito el Gallo, y en el que, bajo la tutela de su cuñado Ignacio Sánchez Mejías, se conformó la Generación del 27.

 

Pero hay más anotado en la agenda de campo de la Prensa, como la provocación de Israel Galván, su pupilo, “riéndose de Sevilla y de lo típicamente sevillano”, o las payasadas de su amigo Niño de Elche y el dislate de Pastora Galván con María Marín. Y por no estirar más la interminable lista de despropósitos, el arrojar nuestros impuestos por el abajadero del ridículo con las propuestas de los “creadores”. La ausencia de técnico de sonido en el ciclo de las guitarras…  Y la falta de público en los teatros.

 

Eva Yerbabuena no decepcionó del todo en la inauguración del día 10, pero marcó los pasos de la Bienal: la vaciedad de la nada. Figuras de nombradía de este tiempo no alcanzaron ni un tercio del aforo, y otras ni la mitad, pese a gastarse un pastón en comunicación. Y a mayor deshonra, los programas de mano son el despilfarro público, tan innecesarios que carecen de la secuenciación y hasta de información curricular. Solo contienen la metafísica de costosos espectáculos que aburrieron a las ovejas, montajes de baile que van a acabar con la generación más preparada de la historia, pero obras que no benefician al flamenco, solo a quien les son útiles allende nuestras fronteras.

 

Así es el esperpento que ha impuesto el turbio laboratorio experimentador del director de la Bienal de Sevilla, Chema Blanco, lo que explica por qué el público aficionado se ha vuelto contra un festival que de ser el espejo de referencia a nivel mundial, se ha convertido en un dispensador de pobreza flamenca. La ciudadanía está harta de tentativas frustradas. Y si un pequeño porcentaje de sevillanos sabe que Antonio Muñoz y Blanco se han equivocado, el resto lo desconoce porque no asistieron a los teatros al recusar la programación.

 

La Bienal de Sevilla ya no es sólo cosa de programar mejor o peor. Tampoco lo es de interés general, de beneficio para la mayoría de la población, sino de ejemplaridad, que no es solo un concepto, sino un ideal de excelencia en una de las más importantes cunas del flamenco.

 

Por esta razón, hacer bodrios con el dinero ajeno no es de valientes, sino de dilapidadores de lo público, de quien no conoce más norma que la de satisfacer el medro personal, el coyunturalismo de un ventajista, la piromanía cultural de quien, impulsado por motivos que él sabrá, ha encendido sus sueños con nuestros impuestos, los ha dejado arder en los escenarios sevillanos y nos ha llenado a todos la cabeza de humo.

 

 

* Continuará.

 

→  Ver aquí todos los artículos de opinión de Manuel Martín Martín en Expoflamenco

 

 

 


De Écija, Sevilla. Escritor para el que la verdad se corrompe tanto con la mentira como con el silencio. Entre otros, primer Premio Nacional de Periodismo a la Crítica Flamenca, por lo que me da igual que me linchen si a cambio garantizo mi libertad.

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