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Salvador Gutiérrez, una gozada - Archivo Expoflamenco
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Salvador Gutiérrez, una gozada

'11 bordones' es la primera obra de autor de Salvador Gutiérrez, compositor e instrumentista de Écija (Sevilla) que ha tomado la guitarra en sus adentros para extraerle todo lo que resuena en su corazón.


El poder expresivo de la música jonda tiene un enfoque social que nadie cuestiona. Opera como mediadora entre el espíritu y el mundo de los sentidos, y si además ocupa el espacio de lo que no puede quedar en silencio, es, sobre todo, porque actúa como benefactora de la salud, como sanadora de almas, como bálsamo para la infelicidad.

La esencia del intérprete es tener, por tanto, el placer de inducir placer, que es la reflexión a que nos incita la guitarra de concierto de Salvador Gutiérrez, que ha encerrado en sus 11 Bordones la memoria de lo que desde niño valora, el paisaje y el entorno familiar, aquello que no tiene luz hasta que le construye un relato que va más allá de las palabras, el de la música que parte directamente al corazón.

11 Bordones es un título que Gutiérrez pide prestado a José de la Tomasa cuando le dijo en la trianera Tertulia Cantes al Aire que su guitarra sonaba como las 11 torres de su localidad natal, Écija. Y es su ópera prima después de 40 años abrazado a la guitarra, tiempo en el que ha escoltado a Juanito Valderrama, Niña de la Puebla, El Chocolate, Rancapino o Chano Lobato, entre otros, y logrado la madurez en giras con maestros como Mario Maya o con figuras de este tiempo como José Mercé, Manuela Carrasco, Eva Yerbabuena, Joaquín Cortés, Rocío Molina, María Pagés, Arcángel o Miguel Poveda, aparte de distinguirse como arreglista, compositor y guitarrista principal de espectáculo encabezados por Carmen Linares, Rafaela Carrasco, Andrés Marín y Javier Barón, siendo, además, guitarrista acompañante de Rafael Riqueni en su última gira. 

 

«Un traductor de la poética del aire que respira, un intérprete henchido de pasión libertaria que mantiene un diálogo palpitante con el territorio de amor local, con su hábitat ecijano»

 

La obra se anuncia con pinturas de su hermano Juan, y aunque en los créditos aparecen José Manuel Posada, alias Popo (bajo eléctrico), Dani Suárez (percusión), El Oruco y El Choro (palmas), y Ana María González, Javier González y Rosario Amador (jaleos), así como la colaboración especial de Antonio Rey, que en la Bienal de Sevilla 2020 lo reconoció como uno de sus maestros, Salvador Gutiérrez no se apoya en la orquestina para ocultar flaquezas, sino para acentuar su destreza y despertar en el oyente un deseo de vehemente virtuosismo. 

Quiero explicar con lo expuesto que el compositor no propende a hinchar el temperamento con humo para incurrir en la espectacularidad tan al uso, sino que busca que el efecto de sus recuerdos alcance lo impresionable, ese sistema de explotación sonora que nos revela un mundo ordenado en su memoria pero que nuestra inteligencia ha de descubrir lleno de sentido y racionalidad, lo que nos lleva a colegir que en el astigitano predomina más la expresión sensible que lo exaltado, lo que no significa que soslaye algunos raptos muy sugerentes en la articulación de lo preciso y emocional.

Estamos, empero, ante un traductor de la poética del aire que respira, un intérprete henchido de pasión libertaria que mantiene un diálogo palpitante –de poder a poder–, con el territorio de amor local, con su hábitat ecijano, pero sin descuidar nunca una sonoridad envolvente y próvida para acoger las nueve composiciones originales que conforman la obra, que, aunque con guiños a Paco de Lucía en las alegrías, soleares y en las dos bulerías, arrastra un fraseo tan intimista que no pierde intensidad personal en el desarrollo.

 

 

Al principio las cuerdas cimbran con la jugosa rumba La Barranca, un paraje ecijano muy conocido que sirve de testigo para los picados dialogantes con Antonio Rey, en tanto que Gutiérrez coge dirección al Caminillo de la Estación al son de bulerías, con majestad expositiva exigente e insólito pulso, insuflada de viveza y no menos aventurados acordes. Y sin salir del ámbito geográfico donde tuvo crianza el músico, llegamos a la Plaza de Colón, el single del disco en forma de un vigoroso y jovial toque por alegrías, magnífico, elaborado con aire garboso, y manteniendo los constantes cambios de dinámica rítmica.

Pero si hay una composición que requiere nuestra máxima atención, esa es la taranta a su madre en el recuerdo, Carmen Aguilar, una ecijana de respeto para la que no existe distancia y a la que Salvador le rinde homenaje con Dos guitarras para ti, de claro refinamiento clásico pero tendente a la búsqueda de una sonoridad sugestionada y muy legítima, muy de verdad, la que merece quien vivirá de por siempre en su corazón. 

Y por contraste, los acentos bien remarcados de los tangos El Cuartillo, cabalmente cuajados y obviando la superficialidad del camelo, así como la pieza que da título a la obra, 11 bordones, una soleá concebida para exteriorizar la consideración que merece el palo, y las bulerías Tío Justito, que alude al apodo que le puso José Valencia y ejemplo de la preparación y el elevado listón que han de plantear las nuevas generaciones en la búsqueda de un futuro que se torna incierto.

 

«En aras de buscar una sonoridad propia, nos brinda una lección de precisión sobre las cuerdas, de sensibilidad efusiva y de mecanismo infalible»

 

La energía que Salvador da a este compacto se engrandece en Salvicas, la seguiriya con cabal que dedica a Sabicas con la energía sosegada que da a toda la obra, y que a la postre es la que la eleva a un estrato superior, para cerrar con El cartero como homenaje a su padre Juan, unos tientos tan brillantes como llenos de eficacia personal.

Así se conforma la primera obra de autor de Salvador Gutiérrez, compositor e instrumentista que ha tomado la guitarra en sus adentros para extraerle todo lo que resuena en su corazón. Se ha movido sobre el mástil como por su casa, y en aras de buscar una sonoridad propia, con seguridad inaudita pero también desnudando los silencios con verbosidad tranquilizadora, nos brinda una lección de precisión sobre las cuerdas, de sensibilidad efusiva y de mecanismo infalible.

Para estos 11 Bordones Salvador Gutiérrez ha buscado armonías por los caminos del viento. Ha recogido como Miguel Hernández el Viento del pueblo, y, como el poeta oriolano, vuelve a llorar al pie de una guitarra para anunciarnos un concierto con momentos sublimes y emocionantes. Inolvidables. Como cuando en el escenario supera con magistral resolución cualquier toque que se le presente. Una gozada.

Imagen superior: Félix Vázquez

 

 


De Écija, Sevilla. Escritor para el que la verdad se corrompe tanto con la mentira como con el silencio. Entre otros, primer Premio Nacional de Periodismo a la Crítica Flamenca, por lo que me da igual que me linchen si a cambio garantizo mi libertad.

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