Fosforito en su 90º aniversario: el don de la memoria
Ojalá podamos disfrutar de la memoria de Fosforito durante muchos años. Su cante lo dejó por miles de ciudades y pueblos de España y el mundo, y en su extensa discografía. También está en el repertorio de los cantaores inteligentes, aquellos que ponen el cante por encima del intérprete, como él sigue enseñando. Felicidades, Maestro.
Jacobo Morcillo Uceda y Fernando García Morcillo compusieron el bolero Qué mala memoria para Antonio Machín (invito a indagar en la vida del primero, todo un personaje). El gran Perrate de Utrera le hizo algunos retoques y lo adaptó así por bulerías:
¡Qué mala memoria tienes,
pero qué mala memoria!
No te acuerdas cuando entonces
escribimos una historia,
tú no te acuerdas de nada
que el que se acuerda soy yo.
La letra se me ha venido a la «memoria» porque cada vez es más vigente. Sépase que sucesivas leyes educativas, incluida la de Villar Palasí de 1970, han incidido una y otra vez en la necesidad de arrinconar la memoria en los planes de enseñanza. Así (agárrense, que vienen siglas y se acercan en número a la tan denostada lista de los reyes godos), la LGE, LOECE, LODE, LOGSE, LOPEG, LOCE, LOE, LOMCE y LOMLOE han ido desterrando la mal llamada «enseñanza memorística» en pos de una, también mal llamada, «enseñanza comprensiva», como si para la comprensión no se necesitara memoria. Aun hoy, cuando ya se ha conseguido que la mayoría de alumnos de bachillerato de ciencias no retengan siquiera la fórmula del área del círculo, la conocida como ley Celaá sigue erre que erre y considera que la memoria no es esencial pues todo se puede encontrar en Internet. En fin.
En lo que aquí nos incumbe, que es el flamenco, ocurre algo similar. Como casi todo se puede encontrar en Internet, la memoria de los cantaores es ciertamente frágil, lo que hace que sus repertorios de letras y músicas sean cortitos y, por tanto, repetitivos hasta la saciedad. No hay más que seguir a la mayoría de ellos durante todo un verano. Contrasta esto con los maestros pretéritos y, sobre todo, con el gran maestro que nos queda, Antonio Fernández Díaz, Fosforito.
El pasado 3 de agosto el cantaor pontanés cumplió 90 años. No tuve la suerte de escucharlo en sus años de plenitud, en los 60 y 70, sino en la segunda mitad de los 80, cuando ya tenía grabado el último de estudio en solitario, A mi tierra, Córdoba, de 1982. En los festivales veraniegos alcancé a disfrutar su cante bravío y sin ojanas y admirar sus enormes conocimientos. A finales de los 80 empecé a tratarlo y tuve la oportunidad de comprobar que las dotes cantaoras iban unidas a una memoria prodigiosa que mantiene intacta hoy en día.
«En los festivales veraniegos alcancé a disfrutar su cante bravío y sin ojanas y admirar sus enormes conocimientos. A finales de los 80 empecé a tratarlo y tuve la oportunidad de comprobar que las dotes cantaoras iban unidas a una memoria prodigiosa que mantiene intacta hoy en día»
Cualquier artista flamenco (ya sea en la vertiente del cante, guitarra o baile), investigador o aficionado que haya ido en busca de Fosforito habrá encontrado un consejo útil para crecer, información valiosa o palabras de aliento. Y es que no es lo mismo ser un gran cantaor que ser un gran maestro. Se puede ser lo primero pero no lo segundo y viceversa. En el caso de Antonio se dan las dos cosas. El significado de la palabra «maestro» ennoblece a quien la ostenta, pues son los demás quienes, como galardón, la otorgan. Don Antonio Chacón, la Niña de los Peines y Antonio Mairena fueron a la vez grandísimos cantaores y maestros. No es casualidad que sean quizás los tres (junto con Tomás) que más ha admirado Fosforito.
Una de las características de un gran maestro es que su cante no solo va dirigido al oído y el corazón del receptor, sino que también estimula su inteligencia. Está capacitado para enseñar, corregir y ayudar. Por eso pone el cante por encima del intérprete, cosa que me parece fundamental. Un ejemplo: le he escuchado a Antonio en varias ocasiones que de su amigo Aurelio Sellés –gran maestro de los estilos gaditanos– le interesaba mucho más su cante que el modo en que lo decía. Y así con todos. Quienes para interpretar un cante de Camarón, Chaqueta, Marchena o Tío Borrico recurren a impostar sus voces para parecerse al modelo es que no son capaces de discernir el cante de su eco.
Fosforito no cayó nunca en el vicio de la imitación. Desde un principio tuvo un sello propio que además recalcó con letras salidas de su ingenio que lo hacían diferente al resto de cantaores. Evidentemente no hablo ni mejor ni peor sino distinto, que es a lo que debe aspirar un verdadero artista.
Cosa admirable de Fosforito es su infinita afición al flamenco. Por el del pasado y por el del presente, pues sigue atento a las nuevas hornadas de artistas. Como le ocurre a todo gran escritor, que se considera antes que nada lector, Antonio es primero aficionado y luego cantaor. Una de las veces que mi tío Luis y yo fuimos a verlo a su casa de Armengual de la Mota, tras un largo rato de conversación tomó la guitarra y se acompañó por malagueñas para deleitarnos con una de Chacón –Del convento las campanas– dicha con un hilito de voz pero con una jondura y musicalidad que nos estremeció. ¿Qué necesidad de cantarnos tenía un hombre con todo ya hecho? La afición. Nada más y nada menos.
La memoria de Antonio es proverbial y la ilustra esta anécdota. El pasado 16 de marzo le concedieron el I Premio de la Cátedra de Flamencología de la Universidad de Córdoba. El profesor e investigador Fernando San Juan iba a llevar a Antonio y a su esposa Maribel a Córdoba para recoger el galardón, y me dijo si quería ir con ellos. Mi sí fue rotundo, obviamente. El viaje de ida y vuelta fue una interminable conversación sobre cante con pelos y señales. Los nombres de Mojama, Pastora, Tomás, Vallejo, Pepe Pinto, Marchena, Paquera, Mairena, Caracol, Chocolate y decenas más desfilaban revividos en su vasta memoria. Hasta se acordaba del número de la calle donde habían vivido muchos de ellos. ¡Hasta lo último que comió su padrino de boda, Edgar Neville! «Eso no te lo había escuchado antes, Antonio, ¿cómo te puedes acordar de esos detalles?», le decía Maribel. Estuve una semana con tortícolis, pues como yo iba sentado de copiloto miraba para atrás todo el viaje para escuchar con más atención y no perder detalle.
«Cosa admirable de Fosforito es su infinita afición al flamenco. Por el del pasado y por el del presente, pues sigue atento a las nuevas hornadas de artistas. Como le ocurre a todo gran escritor, que se considera antes que nada lector, Antonio es primero aficionado y luego cantaor»
Enjaretar una conversación de cante con un cantaor es cosa cada vez más difícil, pues la cabeza ha de estar llena de cante, del propio y del ajeno, si no todo se queda en una enumeración de las próximas galas a las que ha de acudir o en una aburrida conversación binaria del tipo «me gusta / no me gusta».
Hay otra anécdota que, como tantas, se non è vero, è ben trovato. Se cuenta que Manolo de Huelva y Pepe el de la Matrona, ya viejos y tras muchos años sin verse, se encontraron en Madrid. Antes de saludarse, el tocaor le preguntó a bocajarro: «Pepe, ¿cómo era esa seguiriya de Curro Dulce que cantaba fulano?». Fosforito pertenece a esa estirpe.
Ojalá podamos disfrutar de la memoria de Fosforito durante muchos años. Su cante lo dejó por miles de ciudades y pueblos de España y el mundo entero, y en su extensa discografía. También está en el repertorio de los cantaores inteligentes, aquellos que ponen siempre el cante por encima del intérprete como él sigue enseñando. Felicidades, Maestro.
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Adjunto una grabación doméstica recogida tras un almuerzo en el restaurante Alea, en el centro de Málaga, el 3 de enero de 2020. Es un auténtico tesoro. Naturalmente Fosforito ha dado permiso para ello. El cantaor pontanés Julián Estrada vino para la ocasión y le tocó la guitarra a Antonio, que esculpió en el aire tres seguiriyas memorables, con letras suyas nunca grabadas. Lo viejo y lo nuevo abrazados de forma natural. No se conformó con interpretar alguna de las decenas que tiene en su discografía o de las cientos tradicionales que conoce. No, a sus 87 años y retirado de los escenarios, nos regaló cosas nuevas a los siete aficionados que estábamos con él. Hay en ellas una justeza y una verdad difíciles de hallar hoy. Y es que, como le dijo una vez Pepe Pinto, entrañable amigo suyo, «cuando se acaban las voces solo cantan los que saben». Pues eso.
Fosforito y Julián Estrada. Seguiriya en Alea. 3 de enero 2020.
Imagen superfior: Fosforito, cantando por seguiriyas en el restaurante Alea, Málaga, 3 de enero de 2020. Fotografía: Ramón Soler
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Faustino Núñez 30 agosto, 2022
Gracias Ramón por compartir esas vivencias y por contar tan requetebién las esencias de un grande como nuestro querido maestro Fosforito.
Ramón Soler 31 agosto, 2022
Gracias Faustino, los flamencos de ese calibre deben ser intocables para la afición. Han abierto puertas en épocas difíciles que han servido para ensanchar este arte que tanto nos conmueve.
Un abrazo fuerte