En defensa de los míos
No se puede desde la Administración Pública avivar el fuego que calienta a unos pocos. Ha llegado la hora de tratar a todos por igual si no quieren que la indignación crezca aún más y se exprese. En defensa de los míos, solo el flamenco no engaña.
Pido de nuevo turno de palabra para alzar la voz por los desfavorecidos. Alerto de una grave sangría que afecta ya al 95 por ciento de los flamencos, que sufren un desgaste inadmisible. Son los grandes perjudicados, económica y psíquicamente, del mundo cultural. Viven una situación agónica, mientras el hambre agudiza el ingenio, como el de Manuel Cuevas, en las faenas agrícolas; Abel Harana vendiendo zumos, Isa Jurado haciendo música callejera, otros negociando seguros o utilizando las redes sociales (RRSS) como el ruedo desmedido ante la insensibilidad política, y los más pidiendo a los amigos y vecinos o viviendo en casa de los padres y los suegros porque no tienen qué echarse a la boca.
La Covid nos está mostrando las consecuencias directas de la falta de política cultural en la que estamos inmersos. Pararon el motor de activación del flamenco y el horizonte no puede ser más negro para los que se ahogan en las aguas de la pandemia, padres de familia que están perdiendo la motivación en tanto se levantan cada mañana pensando cómo afrontar las necesidades primarias. Y, a la vez que deambulo cada día entre la indignidad y la pena al ver que seguimos impasibles, no se hace nada.
De no reaccionar, las consecuencias serán irreversibles. El qué hay de lo mío es la matraca diaria en esta España donde nos han privado de libertad, pero también le han robado la cultura al pueblo unos políticos de marketing para los que el flamenco es una civilización de oportunidades perdidas.
«Nuestros garantes culturales se han tatuado en la piel la camiseta de los elegidos. Los demás, llevamos la del flamenco, sin distingos»
El poder no puede atacar el flanco que más duele al flamenco, su identidad. Ni la política cultural puede estar regida por el compadreo. Todo está condicionado por la complicidad y el favoritismo, con propuestas del taco que no reflejan el alma del pueblo andaluz, intolerables en su concepción y efectos, que incluso levantan sospechas de intereses comunes nunca reconocidos, y en los que lo decisivo es la publicidad y la manipulación resultante.
Aquí lo único que cuenta son las ventas y no la calidad y hondura del producto. Pero a los políticos no les pagamos para hacer propaganda o sembrar dudas, sino para solucionar los problemas ciudadanos. Lanzan verdades probables, pero no probadas; exaltan la mediocridad de lo distinto porque les va el mercadeo, y si no toman la higiene flamenca como una obsesión, la provocación y la nadería escénica terminarán contagiando al resto del mercado.
Nuestros garantes culturales se han tatuado en la piel la camiseta de los elegidos. Los demás, llevamos la del flamenco, sin distingos. Los administradores públicos desconocen, por tanto, que el problema no es saber si el flamenco como dios cultural existe o no, sino si el hombre puede vivir sin creer en el dios del flamenco. Claro que dirá el lector perspicaz que los preferidos no creen en Dios porque viven en la gloria y no conocen el infierno de los excluidos, hartos de practicar la santa virtud de la paciencia.
«Como la llamada que días atrás recibió de la Junta de Andalucía una de las bailaoras más relevantes de hoy día para que presentara un proyecto fuera de plazo. Y es que el dinero público siempre va a llenar los bolsillos de los mismos flamencos»
Sí, es lo que usted está pensando, querido lector. En pleno siglo XXI hay dos clases sociales de flamencos, pero sólo una es la beneficiada, la que por la tarde/noche son artistas con dinero público y durante el día ejercen de comisarios políticos al par que sólo buscan su supervivencia. Que es lícito encontrar la estabilidad, y tanto que lo es, pero no es tiempo de favoritismos ni exclusiones.
Los que no somos de los artistas, sino del arte, no tenemos reparo en pensar que hay nombres que no vencerán al tiempo, pero tienen copado todo protagonismo social porque encuentran en los partidos políticos a dirigentes que son sus mejores aliados. Posicionarte contra estos privilegiados (inclúyanse representantes artísticos y funcionarios) es ser perseguido y vetado. Claro que eso da al crítico más combustible en un turbio mercado de amiguetes que apelan a Pablo Neruda sólo cuando les interesa: “Me gustas cuando callas, porque estás como ausente”.
Es el silencio ante los que no escuchan un problema que ya se eterniza, como la llamada que días atrás recibió de la Junta de Andalucía una de las bailaoras más relevantes de hoy día para que presentara un proyecto fuera de plazo. Y es que el dinero público siempre va a llenar los bolsillos de los mismos flamencos, porque al gobernante o al funcionario, como en el caso citado, reconfortan las bocas mediáticas con cargo al presupuesto. El resto, los despreciados, los que tienen la hucha rota desde hace más de un año, que se acostumbren a la falsa sonrisa desde las RRSS, que se sientan cómodos posando o recordando lo que fueron, y tolerando una situación que, a decir verdad, provoca vergüenza ajena, tanta como quienes carecen de una política cultural para todos.
«Solo el cante puede esquivar los atascos de un presente escaso de libertades. Solo el toque puede acabar con el ruido de chicharras. Solo el baile puede denunciar las señales decadentes de este mundo machacado»
No necesitamos, evidentemente, el Plan E de Rodriguez Zapatero, sino estrategias de reactivación y no dedicar las inversiones al postureo. Decir las cosas sin tapujos, vencer el silencio y el miedo porque urge escribir una nueva historia en un escenario donde las ayudas han de llegar sin matices ni coartadas. Hay que enfocar todos los esfuerzos en recuperar el gran número de empleos que los flamencos han perdido a causa de la pandemia y generar los recursos necesarios para seguir profundizando en la agenda de los más necesitados. Y se exige, además, volver a recuperar la senda de crecimiento diseñando el futuro y dándole sentido a cualquier asociación con el fin de que todos remen en la misma dirección.
Lo que no se puede es leer en la Prensa favores que hacen llorar los ojos, que crean un ambiente hostil con un alto grado de crispación en los escalafones inferiores. No se puede desde la Administración Pública avivar el fuego que calienta a unos pocos. Ha llegado la hora de tratar a todos por igual si no quieren que la indignación crezca aún más y se exprese. Solo el cante puede esquivar los atascos de un presente escaso de libertades. Solo el toque puede acabar con el ruido de chicharras. Solo el baile puede denunciar las señales decadentes de este mundo machacado. En defensa de los míos, solo el flamenco no engaña. Y eso es lo más cierto de un tiempo de degradación cultural.