A nuevos tiempos, nuevos criterios
Respecto a los festivales veraniegos, urge implantar fórmulas para fidelizar al público, para crear públicos nuevos y para buscar otras líneas de financiación. Ahí va una docena de propuestas.
Vivimos en estos días el reencuentro con los festivales de verano, certámenes que son una forma de conservar la tradición pero que, como veremos a lo largo de la canícula, algunos formatos imperantes se resisten a toda alternativa y, en consecuencia, están llamados a desaparecer por caducos.
Este artículo surge, pues, para proponer alternativas y contrarrestar ese discurso arcaico, pero dominante, que proclama que no hay otra posibilidad que la actual, pese a que llevamos 64 años apasionados y apasionantes con encuentros que han confirmado la validez y fecundidad del flamenco durante la segunda mitad del siglo XX, pero que desde hace 38 años –y así lo confirma la hemeroteca– vengo propugnando que los festivales han de regirse por una serie de criterios generales que debieran aplicarse en todos los casos similares.
Estas normas reguladoras han de contener el elenco secuencial (1 guitarra de concierto, un máximo de 4 cantaores y 1 bailaor/a); tener cerrada la programación en el primer trimestre del año bajo la coordinación de las administraciones que los subvencionan a fin de evitar la coincidencia de días y la repetición de artistas en lugares y fechas cercanas; utilizar un criterio racional en la secuenciación, y publicitar el programa en las oficinas de información turística, agencias de viajes, instituciones públicas, peñas flamencas, etc., sin olvidar la exigencia a la Junta de Andalucía de tolerancia cero en la regulación de estos espectáculos públicos, sobre todo en lo que se refiere a la seguridad, esto es, ausencia de extintores, iluminación deficitaria, falta de un dispositivo sanitario, señalar los aseos y las salidas de emergencia, o la obligación de tener un vigilante por cada 300 personas de aforo.
«Un afán desmesurado de presentar un nutrido cartel, e incluso con aquellos que aún convierten la velada en un largo festín pantagruélico y de difícil digestión»
He solicitado hasta la saciedad, mismamente, adaptarlos a criterios organizativos tan juiciosos como comenzar a la hora anunciada, disponer de una megafonía digna, cuidar con esmero el tiempo escénico y la diversidad estilística, y, en definitiva, ajustarlos al cumplimiento de la Ley de Espectáculos Públicos y Actividades Recreativas de la Junta de Andalucía.
Aun así, mi gozo en un pozo. Nos encontramos en un afán desmesurado de presentar un nutrido cartel, e incluso con aquellos que aún convierten la velada en un largo festín pantagruélico y de difícil digestión. Y para colmo, la coincidencia de hasta cinco festivales el mismo día, con lo que con el paso de los años vienen forzando a su decadencia y, por tanto, a su desaparición.
El formato del macrofestival que comenzaba con la caída del sol y culminaba rayando el alba estaba, afortunadamente, condenado al ostracismo y consumido por los abusos señalados. Además, el incumplimiento de estas normas, el no cuidar al público para que no se canse con espectáculos tristes y aburridos, la notoria descompensación entre el elevado caché de los artistas y los consumidores habituales de flamenco, y, en suma, el no haberlos sometido a una profunda revisión que hubiese sido aplaudida por los entendidos aunque no comprendidas por los enterados, llevó a los festivales a ser tan deficitarios, artística y económicamente, que los abocaron al estado agónico en que hoy viven, pues pasaron en Andalucía de 285 antes de la muerte en 1983 de su impulsor, Antonio Mairena, a 191 el año de la Expo 92 y a 87 en 2008, el año que arrancó la primera crisis.
Claro que esa crisis tuvo sus efectos. Sin duda, pero también los espectáculos teñidos de color de plomo, las organizaciones decimonónicas y la constatación de artistas que denigran con su comportamiento el flamenco como seña de identidad andaluza, cúmulo de circunstancias que han roto el suelo asistencial.
«Pasaron en Andalucía de 285 festivales antes de la muerte en 1983 de su impulsor, Antonio Mairena, a 191 el año de la Expo 92 y a 87 en 2008, el año que arrancó la primera crisis»
En consecuencia, un tiempo nuevo tenía que llegar. Quiero decir que si los festivales resultan aburridos y se quedaron obsoletos y deficitarios en su organización y gestión, las soluciones han de dimanar, por tanto, de los propios problemas. Deben superarse hasta hacerlos proyectos culturales rentables, tanto social como económicamente. Y tienen que resolver el problema de elegir las necesidades que se van a satisfacer y los medios con que satisfacerlas.
Decimos esto porque el flamenco ha pasado de ser un arte íntimo proveniente de las clases más modestas de nuestra sociedad, a convertirse en una industria y, por tanto, forma parte de las Industrias Culturales españolas, ya que cumple con los tres requisitos para considerarlo dentro del ámbito cultural y de la industria cultural, como son creatividad en su producción, significado simbólico y capacidad para ser protegido mediante mecanismos de propiedad intelectual.
Pero a día de hoy presentan tres problemas. Uno, que la organización del 89 por ciento de ellos está en manos de los ayuntamientos, diputaciones y otras administraciones públicas, que se dejan aconsejar por consejos asesores y/o peñas flamencas sujetos en su mayoría a un criterio no profesional para su organización. Dos, un 80 por ciento de ellos continúan celebrándose como empezaron, esto es, en espacios al aire libre con una inaceptable carencia de calidad estructural, tanto en decoración, escenario, luces y sonidos como en el desarrollo escénico en general. Y tres, los cabeceras de cartel que conforman el elenco tienen un caché muy elevado respecto a otras artes escénicas y no están acordes con la realidad del mercado, debido, sobre todo, a unas élites que viven bajo el paraguas de las subvenciones públicas de la Junta de Andalucía, lo que dificulta sobremanera conjugar la programación con la situación actual de financiación de los festivales.
Pues bien. Si ante estos tres problemas, sólo el 46 por ciento del público asistente es de la misma población, y de entre ellos únicamente el 21 por ciento es público joven, urge implantar fórmulas para fidelizar al público, para crear públicos nuevos y para buscar otras líneas de financiación que no sean las tradicionales, fórmulas que pasan por esta docena de propuestas: Constituir una Fundación Municipal; programar asesorado por un gestor cultural; producir un formato de festival fragmentado; impulsar el abono; potenciar el uso de Internet y promover la oferta en redes sociales; cuidar con esmero la calidad de los espectáculos; fijar siempre la misma fecha para el festival; mantener el cante jondo y el carácter identitario de la localidad como línea central de la propuesta; pergeñar actividades paralelas relacionadas con el Flamenco; encontrar un modelo de gestión que les permita sobrevivir con cierta solvencia y con especial protagonismo del patrocinio privado; crear una Asociación Nacional de Festivales Flamencos a fin de regular los cachés de los artistas flamencos, ya que salvo Miguel Poveda y antaño El Cabrero, ninguno rentabiliza con entradas el “caché” contratado, y hacer del festival una experiencia única desde la calidad escénica.
Dicho esto, no hay festivales si no hay público. La mayoría de ellos viven sin un futuro, y la mejor manera que conozco de encontrarlo es que respondan a las necesidades sociales de la localidad abandonando la vía artesanal y contando con un modelo de gestión que evite las carencias. Solo así podrán convertirse en una verdadera industria cultural y creativa.