Diez años sin Manuel Mairena
Una referencia ineludible en la historia del flamenco del último tercio del siglo XX es Manuel Mairena, hombre de fe que, como buen cristiano, aguantó toda la Pascua hasta llegar al Domingo de Pentecostés, para seis días después, aquel 25 de abril que no se nos borra de la memoria, subir al altito cielo.
El que las cantantes de variedades glorificadas por el dinero público andaluz estén supliendo a los cantaores de flamenco en tiempos de Pasión y siempre bien colocadas donde hay cámaras de televisión, me lleva a pensar no tanto en la escasez de saeteros especialistas, que los hay y muy buenos, sino en la tendencia de condicionar la propia evolución de la saeta que tanto las hermandades, hambrientas de aceptación social, como los adinerados afines a las corporaciones o Canal Sur TV, se valen del populismo para conseguir sus metas.
La objetividad flamenca de estas canzonetistas, como la de Laura Gallego y sus trompeteros, que tanta mascletá han formado por dejar la chica sus fallas al aire en Triana, no es que sea incierta, es que es inexistente. Nunca hemos corrido tan deprisa hacia ninguna parte. La enfermedad del siglo XXI, el postureo, anestesia la sonrisa cómplice de los seguidores en la Red en tanto que el lego se deja seducir por el aplauso fácil.
Vivimos, pues, en una sociedad del desconocimiento que está gestionando su propia ignorancia merced a una hipertrofia de medios con una atrofia de fines. Quiero decir que ante la indigestión de la información no sabemos el cómo pero tampoco conocemos el porqué. Los mentideros flamencos se han vuelto tan cainitas en las redes sociales que se opina de cuanto se ignora, necedad que a la cerrazón de los entusiastas les impide asomarse a ese restringido club de los saeteros imprescindibles.
Verbigracia. Una referencia ineludible en la historia del flamenco del último tercio del siglo XX es Manuel Mairena, hombre de fe que, como buen cristiano, aguantó toda la Pascua hasta llegar al Domingo de Pentecostés, para seis días después, aquel 25 de abril que no se nos borra de la memoria, subir al altito cielo.
Tuve el honor de tener con Manuel una vinculación afectiva como si de una relación familiar se tratara, amén de que me ilustrara numerosas exaltaciones y conferencias, tantas y tan ejemplares y hondas que cuando se refería a cómo se estaba bastardeando la saeta, siempre le contestaba que a medida que degeneraba, sus grabaciones cotizarían por el contrario en bolsa, ya que habría que pagar por un servicio que usamos.
«Manuel Mairena, un gran cantaor que se construyó a sí mismo porque cumplió con las tres demandas que la vida le exigía: compromiso, autenticidad militante y urgencia del combate, rasgo este último que comenzó a raíz de perder a la madre a los ocho años de edad y que blindaría con sólo 13 años, cuando se alzó con el I Concurso de Saetas de Radio Sevilla»
No obstante, hago igualmente mención a Manuel Mairena porque nuestras voces guías comienzan a ser un olvido de tacto en Andalucía, que no de memoria para los cabales. La ausencia, esa destrucción de lo tangible, es un cáncer sin aviso que nos arrastra a la conservación de la nada. Y eso lo llevamos en el ADN.
Por eso es obligado tomar como referencia a quienes son parte de nuestra esencia. Y más cuando se refiere a nombres como el de Manuel Mairena, un gran cantaor que se construyó a sí mismo porque cumplió con las tres demandas que la vida le exigía: compromiso, autenticidad militante y urgencia del combate, rasgo este último que comenzó a raíz de perder a la madre a los ocho años de edad y que blindaría con sólo 13 años, cuando se alzó con el I Concurso de Saetas de Radio Sevilla, premio que le permitió su primer contrato como saetero, ofrecido por la Cofradía del Porvenir, donde ya los sevillanos vislumbraron el reinado que, andando el tiempo, tendría en la calle Sierpes cantándole al Gran Poder, Esperanza de Triana, Esperanza Macarena o al Señor de la Salud y la Virgen de las Angustias.
Su compromiso, en cambio, se expresa en el proceso de capacitación, cuando se traslada en 1951 a Sevilla para cantar en la academia de Enrique el Cojo. Luego recorriendo en 1960 diversos países europeos en el elenco de Susana y José, cantándole a Carmen Carreras y Farruco (1962), a María Rosa (1963) y a Manuela Vargas a partir de 1965, año en que consigue la I Antorcha del Cante o el Premio Joaquín el de la Paula en el IV Concurso Nacional de Córdoba, a los que seguirían, entre otros, la Saeta de Oro de Radio Nacional de España, el homenaje recibido en el XIII Potaje Gitano de Utrera (1969) o el Zapato de Oro de Elche, galardón que, en 1978, tras deliberar el jurado a su favor, hubo de pasar a manos de Camarón de la Isla por el altercado público que se originó.
Y luego está su autenticidad militante, donde se propone proyectar tanto en la discografía como en festivales, conferencias, exaltaciones y recitales, el marco general en el que invariablemente se desenvuelve su vida artística y familiar, otorgando una voz propia a la voz del mairenismo, por lo que tuvo que soportar una persecución miserable tras la muerte de su hermano Antonio en septiembre de 1983.
Pero Manuel se crece ante la dificultad y escruta todas las posibles manifestaciones del mairenismo, todos los escondrijos donde se pueda esconder un significado de lo que Antonio llamó cante gitano andaluz, de ahí que en 1984 consiguiera la distinción Compás del Cante al convertirse ese año en el ombligo del universo del circuito festivalero y sobrepasar lo inimaginable en aquellos encuentros, además del espeluzno cuando en 1987, junto a Rafael Álvarez Colunga y quien firma, creamos la primera Exaltación de la Saeta en Sevilla, a través de La saeta en el cante jondo.
Con el paso de los años, Manuel evidencia el modo de establecer un lenguaje cuyas raíces estaban en el pasado remoto de su hermano, pero revivido y recreado en el presente, como cuando en marzo de 1997 sacó a la luz el CD Vía Crucis de Manuel Mairena, una sorprendente e insólita antología de quince saetas que se enredan en las catorce estaciones del camino de Jesús al Calvario, trabajo que mereció el premio de la Fundación Machado, de Sevilla, y que le permitió a su autor ejecutar el Cantemos al amor de los amores ante S.S. el Papa Juan Pablo II en la basílica de Santa María la Mayor del Vaticano.
«Una noche de tormenta de 1984 que nos impidió salir del bar de la antigua Casa del Arte Antonio Mairena, sólo la pudo atravesar la garganta de Manuel Mairena cuando abordó gran parte de la obra de Don Antonio Chacón. Sí, del maestro jerezano. Y sus sobrinos Antonio y Rafael, que de emoción se dañó la mano contra la pared de grumo, Anselmo Cruz desde el cielo o El Cubata, no me dejarán por embustero»
Son sólo algunos apuntes sobre un maestro de su tiempo que, aunque a veces solía rascarse donde no le picaba y perdía la fuerza cuando hablaba, también cuando aplicaba la totalidad de sus energías al cante, coronaba con los laureles de la gloria actuaciones memorables, pero con quien cometeríamos un agravio inadmisible si lo valoramos utilizando la comparación con su hermano Antonio como único método de análisis.
De ser así, incurriríamos en desafuero, ya que nuestra ceguera nos impediría ver que en Manuel recayó la responsabilidad de la Casa de los Mairena, lo que le hace quedar apresado por el orgullo de una tradición flamenca, pero que también lleva implícita, más que para ningún otro, la exigencia de jugárselo todo en cada tercio y de perseguir la pena hasta conseguir su propia creación personal.
El 25 de abril se cumplen diez años de su ausencia. Insuficientes para que deje de crecer en nuestro corazón su persistencia a la concepción estética que defendía. Que nadie invoque, por tanto, al engaño, pues sus sentidos estuvieron siempre excitados al proceso de escuchar e imaginar, y en él importaba más el motivo y el pretexto de su cante que la propuesta final, de lo que se infiere que la forma como tejía las relaciones y analogías entre lo dispar, es la savia que nutría su imaginación y su impresionante erudición.
En otro momento analizaremos su discografía, pero quede constancia en esta efemérides que su esfuerzo como maestro consistió en tratar de ligar todos los asuntos válidos –desde Manuel Torre a su hermano Antonio, pasando por los Pavones, Joaquín el de la Paula, Juan Talega, El Gloria o La Moreno–, y reelaborarlos en una sola propuesta.
Claro que lo que pocos saben es que una noche de tormenta de 1984 que nos impidió salir del bar de la antigua Casa del Arte Antonio Mairena, sólo la pudo atravesar la garganta de Manuel Mairena cuando abordó gran parte de la obra de Don Antonio Chacón. Sí, del maestro jerezano. Y sus sobrinos Antonio y Rafael, que de emoción se dañó la mano contra la pared de grumo, Anselmo Cruz desde el cielo o El Cubata, no me dejarán por embustero.
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