Cuarenta años de nada
Es el tiempo que he pasado retirado del mundo flamenco. He vuelto casi por casualidad, tal vez por haber entrado en la edad del júbilo, momento en que suelen
Es el tiempo que he pasado retirado del mundo flamenco. He vuelto casi por casualidad, tal vez por haber entrado en la edad del júbilo, momento en que suelen apetecer cosas del pasado que significaron algo en tu vida. No tengo aún una visión detallada de la realidad actual del flamenco, solo una visión de conjunto proporcionada por los nuevos amigos que he hecho en las redes sociales y, sobre todo, por los viejos, con los que me he reencontrado. Y lo que estoy percibiendo es un mundo flamenco en algunos aspectos muy diferente, para bien o para mal, del que me dejé y en otros un inmovilismo del que ya tenía noticias en aquellos tiempos y que sorprendentemente persiste.
Me ha llamado la atención, por ejemplo, la recuperación de Pepe Marchena como el gran artista flamenco que fue, como uno de esos eslabones de la cadena de mando en la historia del cante flamenco. No me lo esperaba, la verdad. Pensaba que ese injusto olvido iba a ser para siempre a la vista de cómo estaban las cosas cuando me fui. Se ha recuperado su figura, más que su cante específico, y también se ha recuperado, por decirlo de alguna manera, la línea paya del cante flamenco, la representada por Silverio-Chacón-Marchena-Morente en contraposición a la línea gitano andaluza que impuso Antonio Mairena. Hoy ambas conviven, si bien todo indica que sigue prevaleciendo, ideológicamente, esta última.
Me he encontrado también un auge del baile y la guitarra flamenca, que claramente se han puesto a la cabeza en el ámbito de la creatividad. El baile ha seguido su secular estela internacional si bien ya no es esa danza tradicional flamenca que se enseñaba en las academias de baile, sino todo un movimiento de vanguardia creadora presente en todas las grandes citas mundiales. Lo mismo se puede decir de la sonanta. La guitarra flamenca está recorriendo el mundo de manos de una generación de nuevos tocaores que han terminado por darle una gran proyección internacional.
Queda el cante. Y ahí es donde duele. Mi percepción, puedo equivocarme, es que en el cante se ha producido un estancamiento creativo sin precedentes. Las últimas aportaciones importantes que se siguen citando son Omega de Morente, de hace ya más de 20 años, y La Leyenda del Tiempo de Camarón de hace casi 40, además de las aportaciones de El Lebrijano y Manuel Molina de parecida longevidad. En el cante no está habiendo renovación en la medida que se esperaba de los precedentes citados. Y lo que es peor, ni se demanda por la afición. Me refiero a la vieja afición, la que está llena de flamencólicos cargados de ortodoxa autoridad y melancolía cada vez con más años. La que sigue inmersa en ese “Canon Mairena” según el cual el cante está ya inventado y todo lo que hay que hacer es mirar hacia atrás, cuidarlo y respetarlo, negando cualquier atisbo de imaginación a las nuevas generaciones. La que ha caído en un conformismo que ha proletarizado el cante. El resultado es un alejamiento de la gente joven del cante flamenco, sobre todo donde nació, Andalucía, y un mantenimiento artificial de los eventos a base de dinero público para que estos puedan sobrevivir a pesar de su estado agónico. Nada más contrario a una música popular que siempre se caracterizó por su vitalidad y autonomía financiera.
Antonio Villarejo Perujo