Antonio Carrión, el triunfo de la perseverancia
El Ayuntamiento de La Rinconada (Sevilla) inaugura el martes 23 de noviembre su Casa del Flamenco, que lleva el nombre del guitarrista sevillano Antonio Carrión. Un homenaje al tesón de un hombre que desde la modestia ha sabido conquistar los corazones de todo el mundo.
El Ayuntamiento de La Rinconada cultiva flamenco apoyando al tejido asociativo, y recoge sus frutos con la inauguración de la Casa del Flamenco, edificio que será rotulado el martes, día 23, con el nombre de Antonio Carrión, pionero en introducir la didáctica de la guitarra flamenca en el aula de la Factoría Creativa allá por 1994; pregonero de la Semana Santa de 2011, después de años de costalero del Cristo del Perdón; Hijo Adoptivo de La Rinconada en 2019, y, como todos saben, presidente de la Peña Flamenca El Búcaro, entidad que reforzará su actividad con la dotación de nuevos recursos y que, a no dudarlo, provocará una envidia sana desde el corazón del barrio de San José.
Tengo para mí que el reconocimiento público que La Rinconada ha consumado no es en exclusiva por haber alcanzado Antonio Carrión la maestría en un instrumento tan complejo como la guitarra o por evidenciar su destreza cantaora, de todos conocida, sino además porque aparte de ser el mentor de la amistad o de tener el doctorado de la generosidad al haber sabido invertir en el futuro dándolo todo en el presente, está en posesión de una virtud a la que no se llega por los sentidos, sino por el tesón, por la voluntad de ser no mejor que los demás, sino mejor que sí mismo.
Este valor de la perseverancia es muy difícil de entender por los que no tienen la cultura del esfuerzo, y más difícil aún de practicar por quienes menosprecian este valor como permanencia de vida, atributos que identifican a nuestro protagonista, Antonio Carrión Jiménez, que aunque todos lo hacen de Mairena del Alcor, vio la luz en el Hospital de las Cinco Llagas, en el sevillano barrio de la Macarena el 6 de mayo de 1964.
Hijo de Antonio y Luisa, naturales ellos sí de Mairena del Alcor, a los nueve años llega a La Rinconada, concretamente a la calle Menéndez Pidal, después de que la familia se trasladara desde San Jerónimo. Armoniza sus estudios con la formación de la tradición familiar, esto es, su amor por el cante. No en vano es sobrino-nieto por línea paterna de Cancuna (1908-1977), popular cantaor mairenero que destacó por tangos y bulerías; sobrino de Domingo Ortega Carrión, alias Confite, e hijo del respetado e ilustre aficionado –y primo hermano por cierto del trianero Niño Segundo– Carrión de Mairena, que no sólo le enseñó los primeros sones y compases, sino que a veces uno piensa que no fue profesional porque dedicó más empeño a cantar para que escucharan al hijo, que para hacer del flamenco una profesión.
Fue así que se inició en la guitarra a los diez años de edad bajo las enseñanzas del padre, que le inculcó el apego al flamenco pero también la dignidad del arte. A los 12 años subió por vez primera a un escenario y en tanto compartía los estudios con el trabajo de mecánico en el taller paterno, participó en abril de 1977 en una grabación con su padre a instancias del representante Curro Guillena. Y así hasta 1983 en que marchó a prestar el servicio militar al cuartel de Soria 9, a cuya vuelta deja el trabajo de mecánico.
La guitarra de acompañamiento, a qué negarlo, tenía por aquel entonces un nivel de difícil cotejo. No había huecos para noveles ante Paco Cepero, Juan Habichuela, Enrique de Melchor, Manolo Domínguez, Pedro Peña, etc., etc. Pero la constancia le hizo no desistir. Se apretó las clavijas, escuchó muchos ecos sobre el diapasón de los cantes y fue pisando sobre las huellas que en los trastes dejaron Melchor de Marchena, Niño Ricardo y Manolo de Huelva, para después buscar las referencias tanto de Ramón Montoya y Sabicas como de Paco de Lucía y Enrique de Melchor, concluyendo que su santísima trinidad serían Melchor, Ricardo y Enrique para el cante amén de las evocaciones a Diego del Gastor por bulerías, y sus modelos para el concierto Sabicas y Montoya.
«El reconocimiento público que La Rinconada ha consumado no es en exclusiva por haber alcanzado Antonio Carrión la maestría en un instrumento tan complejo como la guitarra o por evidenciar su destreza cantaora, sino además por ser el mentor de la amistad o tener el doctorado de la generosidad»
El plan trazado era hacer de escolta de los profesionales no consagrados, hasta que el 8 de agosto de 1987 le cambió la vida. Se celebraba el IV Festival de El Búcaro, de San José de la Rinconada, y al no comparecer Pedro Peña por un problema familiar, tuvo Niño Carrión que acompañar a todos los del cartel: Curro Malena, Carrión de Mairena, Tina Pavón, El Quincalla, Emilio Cabello, José Mercé y José Menese, que no lo conocía, pero que le dio un abrazo y lo felicitó, evidenciando así que la formación tiene un precio que sólo el trabajo diario está dispuesto a pagar.
Con esas credenciales, Carrión es reclamado por nuevos valores, hacer de escolta en la grabación de disco y hasta impresionar en 1989 un disco en solitario cantando sevillanas. Su gran mérito no era un producto de la casualidad, sino virtud de no haber engañado nunca a lo que ama, el flamenco, de ahí que le llegaron los reconocimientos y se convirtiera en reclamo de nombres como los de José Mercé, Manuel Mairena, José Menese o Curro Malena, aunque su mejor composición haya sido contraer matrimonio en 1990 con Inmaculada, admirable madre y esposa junto a la que formó su hogar en la calle Isaac Peral, donde por espacio de nueve años vieron crecer a sus dos encantadoras hijas, Inmaculada y María, que además están apadrinadas por José Menese y Manuel Mairena.
Las grabaciones con los cantaores sin artificios no cesan, así como ejercer de escolta de Diego Clavel, José de la Tomasa, Nano de Jerez, Canela de San Roque, o los maestros El Lebrijano y El Chocolate, con quien logró un Grammy Latino en 2001. Pero si el flamenco no es sentir la lluvia de lo jondo, sino mojarse, Antonio Carrión siente la inquietud de la duda y presenta en su tierra un grupo de cante, percusión, baile y guitarra (2006), así como en Jódar, Jaén o Almería el espectáculo Guitarras cantaoras o Guitarras que cantan, donde bien con Fernando Rodríguez o con el Niño de las Cuevas, muestra a dos guitarristas que conocen su oficio de sobra pero que además incluso cantan mejor que algunos que hasta cobran por ello.
Obvio es apuntar, en tal sentido, que a nadie extrañó que la Cátedra de Flamencología de Jerez lo galardonara con el Premio Nacional al Mejor Guitarrista (2008), o que concibiera Un sueño con mi gente (2008), una obra cantada que, como escribí en su interior, no apuesta por lo más rentable, sino que nos invita a conectar con las raíces a fin de contemplar la sobriedad, el realismo y la convicción que dejaron sus mayores. En definitiva, reivindicar la durabilidad de lo eterno.
Ese es el secreto existencial de Antonio Carrión. Comenzó su viaje por el cante con inquietud, y llega a este punto con melancolía hacia sus predecesores. Pero si el camino está empedrado de recuerdos, el futuro está plagado de preguntas e indagaciones. Y ahí sigue nuestro protagonista, que si bien ganó en 2010 el Giraldillo al Acompañamiento de la XVI Bienal de Flamenco, ex aequo con Ramón Amador, recibió los homenajes de la Peña El Chozas, la de Carmona, Almería, Marchena, Aguilar de la Frontera y hasta la Musa Flamenca de la Federación de Peñas de Sevilla en 2019.
Y mañana martes, gracias a reconocimientos como el de La Rinconada, Antonio Carrión afronta el camino futuro con coraje, sin miedo a las críticas de los demás porque este honor que le tributa su gente rotulando con su nombre la Casa del Flamenco, es un homenaje al triunfo de la perseverancia, al tesón de un hombre humilde que, desde la modestia, ha sabido conquistar los corazones de todo el mundo. No se dejó llevar por lo fácil y lo cómodo, sino que se preparó para brindar estabilidad a su familia, confianza a sus compañeros de profesión y, ya sea cantando, tocando la guitarra o contribuyendo al beneficio del necesitado, presentarse ante la juventud como un símbolo de madurez, preparado para enfrentarse a los retos del mundo presente y con el compromiso firme y decidido de entregarse con vocación al trabajo diario y con espíritu de servicio a los demás. Porque como todos saben en esta bendita tierra, el que no sirve para servir, no sirve para vivir.