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El Niño Miguel y Rafael Riqueni: historia de un desencuentro - Archivo Expoflamenco
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El Niño Miguel y Rafael Riqueni: historia de un desencuentro

Escribo estos recuerdos de El Niño Miguel y Rafael Riqueni que tengo adheridos a mi corazón. A ambos la vida les había vuelto la espalda.


Por encargo de mi amigo Manolo Bohórquez escribo estos recuerdos que tengo adheridos a mi corazón como lo están sus entretelas: un día fui a ver a Miguel Vega El Niño Miguel a la residencia sociosanitaria donde estaba internado, cuando el médico de la institución me dijo: “Pues ahora tenemos entre nosotros un guitarrista nuevo, solo nos falta el cantaor”. Por supuesto yo no imaginé en ese momento que se trataba del genial Rafael Riqueni de Canto. Cuando oí su nombre y apellidos me quedé perplejo. Rafael había sido un guitarrista muy largo, como se suele decir en el argot flamenco. Se inició a una edad muy temprana. Tenía una formación musical excelente y había grabado varios trabajos, algunos de mucho éxito como Juego de Niños o Grandes maestros, entre otros de su bagaje discográfico. Su carrera artística había sido mucho más productiva que la de Miguel, pero la genialidad, la esencia telúrica de la música de Miguel Vega, envolvente como tornado que arrasa dunas desiertas, vivificada en cada partícula de aire, y penetrante por cada poro de la piel hasta erizar el vello o crear un nudo en la garganta que se exteriorizada con la humedad en los ojos, porque Miguel hacía llorar, al instrumento y al oyente, por supuesto, esa cualidad no la tenía el sevillano.

 

Rafael era un guitarrista estudioso, trabajador, y consiguió un alto nivel en el mundo de la guitarra gracias a prolongados ensayos y sobre todo a su formación musical. En el extremo opuesto estaba Miguel, enfermo de esquizofrenia, adicto a las sustancias, y como consecuencia de ello los años previos a su internado en la institución de Tharsis se revistió de un aspecto deplorable, vagabundeaba por las calles de Huelva, caquéxico, con el rostro enjuto y los cabellos largos y sucios, la ropa hecha jirones y sin la higiene mínima que se puede exigir a una persona de la sociedad actual. Al llegar a este punto tengo que decir que existen muchos vídeos en Youtube correspondiente a esa aciaga vida, que deberían ser retirados, porque trasmiten al que no entienda el arte de las seis cuerdas una imagen distorsionada de uno de los mayores representantes de este difícil y sofocante instrumento. Sin embargo, para muestra un botón: el primer disco que grabó Miguel debe ocupar un puesto sin parangón en los anales de la guitarra flamenca, muy por encima de muchos maestros, pues si el todopoderoso Paco de Lucía grabó un fandango de Huelva que tituló Aires Choqueros, Miguel grabó otro que sólo tenía en común con el primero el título, Brisas de Huelva, porque el contenido musical, la dificultad de ejecución y el sabor a muelle, Conquero y Ría hacía por diez veces el del algecireño. Por supuesto, la vida los trató de distinta forma y Paco triunfó. Miguel, por desgracia, no.

 

Sin embargo, tanto a Riqueni como al Niño Miguel la vida les había vuelto la espalda, ambos internos de aquel enorme edificio. Rafael, que tuvo la oportunidad de exhibir su bagaje artístico y musical como pocos, también se vio en la indigencia, y de forma paralela onubense, se paseó por los más bajos estratos sociales de un Madrid galdosiano ya en pleno siglo XXI, habiendo tenido problemas con la justicia, hasta el punto de estar encarcelado tras un juicio formal por una supuesta violencia de género, pero antes de esa ocasión durmió muchas noches en los cuartelillos de la policía, porque era detenido con frecuencia y acusado únicamente del delito de la miseria y la escasez, de dinero y de recursos musicales, sencillamente porque la guitarra es un instrumento muy desagradecido. La peor novia que se puede tener, decía Benito de Mérida. Todos los que hemos tenido sobre nuestros muslos ese instrumento sabemos que mientras le dedicas horas, todo sale bien, pero si la abandonas tan solo un día, es ella quien te abandona, y te puede jugar una mala pasada, cual fue el caso de Paco de Lucía en Sevilla, que algún crítico sacó en los periódicos con el titular La Caída de los dioses. Pero no, nada tenía que ver con el filme de Visconti, sino que fue una falta de entrenamiento y la traición de los nervios.

 

 

«El duende, el fantasma, el pellizco, o ese ente inmaterial que solo los genios sacan a flote cuando les toca a ellos demostrarlo, ese cariz, no lo tenía Rafael Riqueni. Miguel Vega sí. Y de eso era sabedor de sobra el guitarrista sevillano»

 

 

Fue lo único que tuvieron en común, la indigencia y la pobreza, la escasez de medios y la indiferencia de un público que lo mismo te ensalza que te humilla hasta destrozarte. Pero era lo único. Y Riqueni era consciente de ello.

 

Sin embargo, el duende, el fantasma, el pellizco, o ese ente inmaterial que solo los genios sacan a flote cuando les toca a ellos demostrarlo, ese cariz, no lo tenía Rafael Riqueni. Miguel Vega sí. Y de eso era sabedor de sobra el guitarrista sevillano.

 

Y esa era sencillamente, y fue hasta el final, la gran diferencia de los dos internos. Rafael Riqueni no practicó durante un largo periodo, y la torpeza lo invadía y las notas chocaban unas con otras del tal forma que todo quedaba en un bienintencionado intento de tocar algo que resultase agradable al oído. Siempre con más pena que gloria, su mano izquierda temblaba buscando en el diapasón la nota que no acababa de encontrar e imponía un silencio traicionero que lo delataba en baja forma. Se entreveía que aquel tocaor había sabido mucho, pero en esos momentos sus prioridades eran otras más importantes que la guitarra, cual era curarse su adicción al alcohol y poner en orden su vida.

 

Miguel era el extremo opuesto. Hemos de suponer que cuando en los 70 cogía la guitarra doce o más horas al día, en la época en que grabó sus geniales e incomparables discos, de la boca del instrumento debió salir algo sobrenatural, una fusión de esoterismo y duende, de transmisión misteriosa, envolvente, hecha con una fuerza que detenía las agujas del reloj, para obsequiar al oído de una música irrepetible, lo mismo que su persona.

 

Con los años, y a causa de su enfermedad mental, que no la droga, la guitarra del Niño Miguel llegó a caer muy bajo, pero este es otro tema. Lo que vengo a contar es que allá por el 2012, cuando Rafael Riqueni fue en su busca al geriátrico de Tharsis, Miguel, a pesar de no coger la guitarra más de una hora al día, cuando estaba de buena, podía perder calidad técnica y limpieza, pero la fuerza sobrenatural de su música persistía, porque aunque sucia, era pura magia, y a los aficionados nos erizaba el vello. Tocaba con enredo, pero sabía salir, y no importaba, porque denotaba su misteriosa virtud ya repetida.

 

 

«A pesar de no coger la guitarra más de una hora al día, cuando estaba de buena, podía perder calidad técnica y limpieza, pero la fuerza sobrenatural de su música persistía, porque aunque sucia, era pura magia, y a los aficionados nos erizaba el vello, tocaba con enredo, pero sabía salir, y no importaba»

 

 

Rafael recordaba improperios por parte del Niño Miguel, pero, a pesar de eso, relataba esas anécdotas con mucho cariño. Voy a contar solo una para no extenderme demasiado. Cuando un día Miguel estuvo por el barrio de Triana, el crisol del arte flamenco y de donde nació y se crió Riqueni, éste, orgulloso de una de sus composiciones, tomó la guitarra y le mostró al de Huelva un toque. Pues bien, cuando iba casi terminando la pieza, observó que El Niño Miguel hacía un gesto esperpéntico, que por supuesto Rafael no esperaba y lo sumió en la absoluta tristeza, aunque con el tiempo lo recordara con cariño: Miguel vega alzó sus manos, y con sendos dedos índice se taponó las orejas, delante del perplejo y apenado chaval trianero.

 

Algo similar ocurrió en el año en año 2012, cuando la enfermedad cancerígena estaba haciendo ya estragos en el cuerpo de Miguel, y por ende en sus sentimientos, incluida la amistad. Rafael tocaba en aquel inmenso patio de la residencia de ancianos, y Miguel, con los ojos hundidos, rodeado de la sombra que las ojeras impregnan al que va a recibir pronto la llamada final, ya no estaba para nada, sino para descansar de la guitarra y del mundo.

 

Y todo esto tiene una explicación. Miguel ya no estaba ni para tocar la guitarra, su enfermedad cancerígena estaba muy avanzada, y cuando el organismo claudica, ni lo que más te gusta te sirve de lenitivo. Qué mala suerte tuvo Rafael Riqueni en los últimos momentos de la vida del maestro. Rafael vino buscando el agasajo, con connivencia y la convivencia, y se encontró otra puerta cerrada más en su vida, pero no fue culpa de Miguel, sino sencillamente del estadio final de una enfermedad de la médula ósea sin remedio.

 

Con posterioridad, comenzó a trabajar en su disco Parque de María Luisa y bueno, entre los castaños y los montes del paisaje de la sierra de Aracena tocó y tocó hasta recobrar su habilidad perdida y adquirida a base de trabajo y ensayo. La de Miguel era innata. Y eso fue lo que pasó sencillamente. Y esa es la diferencia entre ambos guitarristas. Para terminar, un gesto que honra a Rafael y que constituye una de sus piezas más bellas, pertenece al trabajo Juego de niños y se llama precisamente Al Niño Miguel, donde la guitarra parece que llora por el desaparecido para desgracia del flamenco, pero eso a él le daba igual. Nunca le verán ustedes un gesto que se puso de moda hace décadas: cerrar los ojos, girar el cuello, ni otros aspavientos similares. Él abría sus ojos, perdía su mirada, con cara de Ángel, y de sus manos salía gloria bendita.

 

 

Francisco Cuaresma

 

 


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4 COMMENTS
  • Francisco Cuaresma Borrero 26 julio, 2022

    Nota del autor
    Al ser compartido este artículo en Facebook, algunas personas me han criticado por endiosar al Niño Miguel en detrimento de Rafael Riqueni. Nada más lejos de la realidad. En la guitarra, como en todo en la vida, existe una escala de valores. Rafael Riqueni es un gran guitarrista, gracias a sus cualidades innatas, y sobre todo, a un prolongado perfeccionamiento musical a lo largo de muchos años. Miguel, nació y fue criado en un ambiente totalmente opuesto y hostil hacia su propia persona, pero era un superdotado, la guitarra en sus manos se convertía en una especie de lámpara de Aladino y emitía sonidos irrepetibles, que te trasportaban a un cosmos indescriptible, el Niño Miguel no necesitó formarse para estar entre los primeros de su época, porque nació con esa gracia. Era otra filosofía de la guitarra, otra forma de entender la música, de practicarla y transmitirla. Lo que doy a entender en este artículo es que Rafael Riqueni, fue testigo del último tramo de vida de aquel genio que vagabundeó injustamente por las calles de Huelva, tocando maravillas con dos o tres cuerdas. No vienen a colación comparaciones.

  • Jose Luis Vargas Quirós 27 julio, 2022

    No puedo entender la comparación, que sí la hay en el artículo, de Niño Miguel con Riqueni y con Paco de Lucía. Para ensalzar a Miguel, no se puede decir que esto o aquello lo hacía mejor que Rafael o Paco. Porque en ese caso habría que decir muchas virtudes que tenían estos últimos que no tuvo Miguel nunca. Independientemente de todo esto, los guitarristas aparte de su talento natural, necesitan muchas horas de ejercicio, si no todo se pierde.

  • Jose 27 julio, 2022

    Qué artículo más esclarecedor, biern documentado y redactado. Yo, que he escuchado miles de veces todo lo que ha caído en mis manos de Rafael y Miguel, agradezco enormemente escritos como este.
    Gracias.

  • Francisco en Paris 28 julio, 2022

    Si, es verdad los que le dicen que «endiosa» al niño Miguel, le cito:

    …. : «la genialidad, la esencia telúrica de la música de Miguel Vega, envolvente como tornado que arrasa dunas desiertas, vivificada en cada partícula de aire, y penetrante por cada poro de la piel hasta erizar el vello o crear un nudo en la garganta que se exteriorizada con la humedad en los ojos»

    En cambio Riqueni pasa por su artículo con bastante más pena que gloria…

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