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¡Camarón, no te vayas!

Veo San Fernando como esa multitud llamada todos los hombres de la tierra que se acercan al cadáver del hombre muerto y lo rodean y se entristece tanto el cadáver que se incorpora, abraza al primer hombre, y se echa a andar.


Algunos días muy fríos de enero pensaba en julio. Algunos años –recuerdo– julio era el mes caluroso del verano, ya agosto todo se iba dulcificando. O sea, al revés de la idea que tenemos del mes final del verano. Es como noviembre, noviembre es mitad verano, con gentes en el agua de las playas, y de pronto llega el frío y la lluvia. Como a la mitad si no exactamente a la mitad. Uno está bien y de pronto no está bien, o está francamente mal. ¿Pero uno qué es, un pueblo, una familia, una sociedad? ¿Cómo nos encaminamos al final del verano, cómo veremos llegar el otoño?

 

Hoy es un día de pensar mucho, hace 30 años que murió en Badalona José Monje Cruz. Fue un estupor general. En la Isla, en toda la geografía sentimental de España. No tenía 42 años. Días después, bajo un sol tórrido, le dieron sepultura en un hueco hecho la noche antes para que descansara entre nosotros toda la eternidad. Dijo César Vallejo: “Al fin de la batalla, / y muerto el combatiente, vino hacia él un hombre / y le dijo: «No mueras, te amo tanto!»/ Pero el cadáver, ¡ay!, siguió muriendo”. Eso ocurrió en aquel julio. Un hombre se acercó a la fosa abierta en donde acaban de poner el ataúd con el cuerpo exánime de Camarón y le gritó «¡Camarón, no te vayas!». Era un gitano con una camisa negra hecha jirones. Yo estaba allí, lo vi en medio de un temblor y una emoción indescriptibles.

 

 

«Hace treinta años que José Monje Cruz murió en Badalona. Fue un estupor general. En la Isla, en toda la geografía sentimental de España. No tenía 42 años»

 

 

El poema de César Vallejo se llama Masa y tiene que ver mucho con la eterna verdad de lo que somos. Por lo que fue un hombre gritando a un muerto que no muriera, pero que seguía muriendo, se convirtió en otros dos, en veinte, en cien, mil, quinientos mil clamando «¡Tanto amor y no poder nada contra la muerte!». Incluso lo rodearon millones de individuos con el ruego común de quédate, hermano, pero el cadáver siguió muriendo. Mas entonces, todos los hombres de la tierra lo rodearon, fue cuando los vio el cadáver triste, emocionado… «Incorporose lentamente / abrazó al primer hombre; echose a andar…”.

 

Veo San Fernando como esa multitud llamada todos los hombres de la tierra que se acercan al cadáver del hombre muerto y lo rodean y se entristece tanto el cadáver que se incorpora, abraza al primer hombre, y se echa a andar. Y no sólo por el cadáver de Camarón, que nunca se juntó una multitud para un Museo o para el nombre de un parque, hasta estos días, sino la propia ciudad ayuna de ser rodeada por todos para avanzar, ponerse en pie y afrontar los problemas cotidianos. No pierdo nunca la esperanza.

 

Imagen superior: entierro de Camarón – Foto de Manolo Domínguez Veloso

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Enrique Montiel

 

 

 


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