«Todo el mundo me quiere por mi cante… pero nadie me quiere» – Fernanda de Utrera
Fernanda de Utrera se ganó un sitio de honor en el altar del flamenco, y nos partía el alma con la miel oscura de su voz insuficiente, su paladar jondo y su aplastante forma de vocalizar, navegando siempre entre una dulzura doliente y su necesidad de ser amada. Qué privilegio tan grande haberte conocido.
La cita que aquí sirve de titular, y que no terminé de comprender en su día, son palabras textuales de una de las cantaoras más admiradas de la historia del flamenco. Cincuenta años después de que las pronunciara, cuando estamos recordando a la señora de Utrera en el centenario de su nacimiento, pienso que quizás haya sido la autodefinición más certera de Fernanda Jiménez Peña. Una mañana temprano de feria, habiendo estado la noche entera de fiesta, las dos como trapos gastados, y Fernanda me reveló lo que ahora parece ser la clave de su angustia apenas disimulada, y la resignación permanente que se filtraba por su cante, tocándonos donde más duela.
Ay, Fernanda… Mujer bondadosa y alegre, con sonrisa enorme, adorada por toda la afición, pero no se sentía querida a nivel personal. Es lo que escucho en su voz y decir que en mi cabeza suena siempre por soleá, una ristra de oraciones a compás: Me tienes tan sujeta… Por el hablar de la gente… Cualquier diíta menos pensao… Mi mal no tiene cura… Eso que la gente habla… Fernanda posee la escritura permanente de estos versos, y muchos otros, con su voz hiriente, sin tremendismo ni gestos falsos. Es el polo opuesto del cante “atacao” de otros que quizás no conozcan la famosa frase de Manolo Caracol: “El cante no es para sordos”.
Es posible que su vida familiar y profesional impidiera una relación seria. O incluso pudo ser que su devoción, siempre recíproca, por su inseparable hermana Bernarda, no dejara espacio para una relación en el sentido convencional. No era guapa, no… pero tampoco fea, más bien de facciones exóticas.
«Cuando cantaba Fernanda por soleá, su cara era un nudo de dolor, cada sílaba una batalla apenas ganada. Un sabroso guiso espiritual tan personal que no hay atribuciones de estilos que valgan, sino que es soleá de Fernanda»
El cante de Utrera está teñido de una clase de misterioso dolor dulce amargo. Está ausente la rabia e intensidad que mueven el cante de otras comarcas, pero una pátina trágica ambienta hasta las “alegrías” del Pinini, el famoso abuelo de Fernanda. El cante por soleá está empadronado en Utrera, casi dejando la siguiriya a las competencias jerezanas y gaditanas. Las bulerías están geográficamente repartidas: bulliciosas en Cádiz/Jerez, ralentizadas y expresivas en Utrera a pesar de ser cante festero. Cuando cantaba Fernanda por soleá, su cara era un nudo de dolor, cada sílaba una batalla apenas ganada. Un sabroso guiso espiritual tan personal que no hay atribuciones de estilos que valgan, sino que es soleá “de Fernanda”.
Ella no fue descubierta en Duende y misterio del flamenco, la mítica película de 1952, como piensan algunos. Se le escucha su voz en off en la película, pero sólo vemos a Bernarda, y no sería hasta unos años más tarde cuando se pone de moda grabar discos de baile, que las dos hermanas lo hacen con la compañía de Manuela Vargas, y sus voces inconfundibles se empiezan a valorar en los grandes festivales y tablaos madrileños.
Sea como fuere, con seis o siete estilos de soleá, Fernanda de Utrera se ganó un sitio de honor en el altar del flamenco, y nos partía el alma con la miel oscura de su voz insuficiente, su paladar jondo y su aplastante forma de vocalizar, navegando siempre entre una dulzura doliente y su necesidad de ser amada como cualquier ser humano.
Qué privilegio tan grande haberte conocido, doña Fernanda.
Imagen superior: Fernanda de Utrera en 1966 – Foto: Maria Silver Chris Carnes