Farruquito: análisis de un genio
Farruquito, niño prodigio, condición que levanta pocas cejas en esta familia prodigiosa, debutó en Nueva York con cinco años, y el baile flamenco, tanto de hombre como de mujer, no ha sido lo mismo desde entonces.
A estas alturas no vamos a descubrir que Juan Manuel Fernández Montoya ‘Farruquito’ es un gran bailaor. Lleva más de dos décadas revolviendo al personal, y tenemos tan asimilado su poderoso talento que ya ni le damos importancia apenas. Está años luz por encima de la mayoría, y mira que el nivel actual del baile es altísimo.
Igual que a vosotros, a veces me cansan las repetidas patadas a lo kárate, y además, ¿no hacen exactamente lo mismo el Farru, el Carpeta y otros familiares, incluso los más pequeños? La respuesta corta es que “no”.
La respuesta larga es que hace poco me tocó ver bailar a Juan tres veces en poco más de una quincena, en el Potaje de Utrera, el Gazpacho de Morón y en la Caracolá de Lebrija, una gran oportunidad para tomar el pulso de la dimensión de su creatividad y dominio. Es la escuela del abuelo Farruco, por supuesto, a quien le tenemos que estar eternamente agradecidos. Desde un mundo expansivo de saltos y piruetas, Antonio Montoya Flores aflamencó la elegante visión de Pilar López, abrió el tarro del minimalismo con movimientos elocuentes, una mirada penetrante y brazos con guion propio.
«El príncipe se ha convertido en emperador. Su baile está lleno de silencios, oscuridades, matices, miradas que hieren y movimientos exquisitamente sutiles de manos y cabeza a la vez que todo está insertado en un compás cristalino con la precisión de un cirujano»
Farruquito, niño prodigio, condición que levanta pocas cejas en esta familia prodigiosa, debutó en Nueva York con cinco años, y el baile flamenco, tanto de hombre como de mujer, no ha sido lo mismo desde entonces. Hace veinte años, en la Sala Joaquín Turina de Sevilla, Farruquito, con Juana Amaya y Pepe Torres, dejó claro su compromiso con el futuro del baile. Por supuesto que en el año 2023 queremos y admiramos a Israel Galván, Andrés Marín, Alfonso Losa, Estévez/Paños y otros visionarios valientes, pero Farruquito despacha su flamenco fresco sin que el tiesto se agriete siquiera. En la Bienal de Flamenco de Sevilla del 2018, se despidió después de una larga ovación lanzando su grito de guerra antifusión: “¡Que viva el flamenco para siempre… Sólo flamenco!”.
Juan siempre llega con pellizcos nuevos. Si sigues sus actuaciones, te das cuenta de la cantidad de improvisación, ves cómo empieza a jugar con ciertos movimientos, los desarrolla, los exprime y los descarta para encontrar otros en un proceso permanente de búsqueda y descubrimiento. El flamenco no le limita nunca. Al contrario. Le da alas sin más atrezo que su propia creatividad. Donde habitan los Farrucos es un mundo paralelo de compás en el que la vida no se entiende si no es al pulso de intervalos rítmicos. A lo largo de los años algunos intentos de representar a los Farrucos en el contexto de un guion con hilo narrativo terminaron de disminuir el baile al servicio del conceptualismo gratuito.
Ahora, en el año 2023, aquel niño ha madurado espectacularmente, el príncipe se ha convertido en emperador. Su baile está lleno de silencios, oscuridades, matices, miradas que hieren y movimientos exquisitamente sutiles de manos y cabeza a la vez que todo está insertado en un compás cristalino con la precisión de un cirujano.
Farruquito ha sabido destilar esencias del baile de patio de vecinos, cruzado con el brillo y disciplina del baile de escenario, dando lugar a un producto irresistiblemente flamenco que le sale de dentro y seduce a los públicos del mundo entero.