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Entrevista histórica a Encarnación Marín La Sallago

Recuperamos una antigua entrevista a la cantaora Encarnación Marín La Sallago (Sanlúcar de Barrameda, Cádiz, 1919 - 2015). «Me gustan la soleá, los tientos, los fandangos, la malagueña, el taranto. Canto por to, todos los cantes me gustan», decía.


Una mujer nacida hace más de ocho décadas ha recorrido el largo camino desde su pueblo natal de Sanlúcar de Barrameda (Cádiz) hasta Almería para ofrecer su cante intemporal a un reducido grupo de aficionados. Muchos ignoraban que La Sallago, nacida en 1919, aún seguía en activo, y ha sido un auténtico lujo conocer a esta cantaora, dueña de una voz que encierra la sencillez de otros tiempos, y la sabiduría de toda una vida con el cante.

 

El encuentro con Encarnación Marín no era la típica entrevista de preguntas y respuestas escuetas. La Sallago entreteje anécdotas, coplas, recetas, recuerdos… A veces, parece hablar en verso con ese ritmo y gracia que poseen los andaluces en cantidades tan generosas. En la tradición gaditana de Espeleta o Pericón, contaba historias descabelladas con picardía y entusiasmo, sus ojos brillando y sus manos gesticulando. Fernando Moreno, el guitarrista que la llevó desde Sanlúcar a Almería, y que la acompañó a la guitarra en la peña, afirmaba sonriente: «No ha parado en todo el camino, lo hemos pasado bomba con ella». Tiene fama de saetera, pero es cantaora larga con sello personal e inconfundible. Era una joven de armas tomar, una rebelde cuando las jóvenes no se rebelaban. En entrevistas anteriores ha hablado de su difícil matrimonio, pero ahora parece haber perdonado todo y sólo quiere reírse y «cantar mucho para que la gente conozca el cante de los Sallago y de Sanlúcar». Dos temas dominan en la conversación de la sanluqueña, dos caras de una misma moneda: la niñez y la vejez. La niñez de los hijos que nunca tuvo… y su propia vejez.

                                                    

Estamos en casa de Norberto Torres, escritor, tocaor, fundador y socio número uno de la peña El Ciego de la Playa de Huércal de Almería. La tía Encarna pide un café «caliente caliente, que esté ardiendo». Su primera frase ya delata la clase de personaje que tengo delante: «Me llamo Encarnación Marín ‘Sallago’ y tengo ochenta y tres años y cincuenta días». Se inclina hacia mí y susurra: «Con el resfriado tan grande que he tenido, hija, me tienes que pedir un poquito de whisky pa no acordarme…».

 

 

– Encarna, enviuda en 1969, ¿no?   

– ¿Y cómo lo sabe usted?

 

– Porque he estado estudiando, en Internet…

– ¿Y eso cómo es, hija? Mire usted, estaba yo cantando en El Puerto cuando enviudé…

 

– Lo digo porque grabó su primer disco en solitario en 1972, con 53 años. ¿El matrimonio la limitaba profesionalmente?

– Era muy difícil, muy difícil… para salir, para ir sola por ahí. En Sanlúcar siempre ha habido muchas mujeres que cantaban, jóvenes y mayores… Íbamos a tomar nuestro café y te invitaban. Y las fiestas pagadas, claro, pero mis principios siempre han sido con mis amistades. Mi marido nunca se metía en eso… Sabía que mi madre cantaba, mis dos hermanos mayores cantaban muy bien, que ya han muerto, y el otro que está vivo que también canta, pero ninguno se ha hecho profesional. La única profesional de la familia soy yo. ¿Por qué? Pues nada, porque me gustó mucho, porque respeto mucho la Semana Santa y así empezó.

Yo estaba siempre trabajando, era la mayor, y he pasado muchos malos ratos. Mis hermanos se iban a la mar y yo vendía mi pescao muy niña, desde un plato, ¿sabes? Y fue en Semana Santa cuando me conoció la gente, cantando saetas. Allí estaba la virgencita, en la calle Barrameda. En el Bar del Rocío estaba yo y, cuando vi a la Esperanza, una prima mía me echó así p’alante: «Ahora es cuando tienes tú que cantar, ¡no cuando estás en tu casa!». Y canté. Y así empezó. Con catorce años estaba ganando mi dinerito ya con el cante, en el mismo Sanlúcar, pero no porque yo lo pedía ni lo exigía, sino porque la gente sabía que yo estaba mu malamente y había mucha hambre. Mi madre ignoraba que yo cantaba: «¡Matilde, que está su hija cantando por allí en todos los barrios, la que se ha formao!». Y mi madre decía: «¿Cómo va a ser mi hija? Si no tiene tiempo pa cantar». Pero cada vecino me daba una pesetita, los que podían y los que no podían.

 

 

«Ahora hay mucha gente buenecita… Pero flamenco flamenco, no. Van cantando estas cositas, ya sabes, con un eco de cantaor. Chiquilla, los niños no comen con la siguiriya ni la soleá, ni yo he comido»

 

 

– Su abuela era de Lebrija, ¿no?

– ¿Pero usted cómo sabe estas cosas? ¿Qué es eso del interné?

 

– Que hay muchas cosas escritas y te llegan por la misma línea del teléfono…

– ¡Ojú, qué ange! Pues sí, mi abuela era de Lebrija. Se vino a Sanlúcar de Barrameda porque hizo falta para buscar dinero e iba por el puerto y entonces salió el flechazo con mi abuelo Sallago, que iba y venía de las Américas en los barcos. Mi otro abuelo era gallego y todo el mundo quiere que yo sea gitana. Dice la gente que si yo soy de Lebrija, que si soy de Utrera, que si de Jerez. En Jerez es donde me conocieron los Domecq. Fuimos por allí diariamente a trapellar. Comprábamos trigo para molerlo en el molino y cuando me vieron cantar los Domecq me quitaron los canastos, me quitaron todas las cosas que tenía para vender y dijeron: «Tú no vendas más porque vienes a Jerez con nosotros». Y, a partir de allí, me he perdío yo en fiestas y juergas… Jerez me lo dio todo, se lo juro por Dios. Me tenían pintá, cuando era joven, a mí y a mi hermana, como dos sardinas asá en los platos, con nuestros tirabuzones. ¿Y qué más sabe usté de mí, hija? [se ríe]

 

 

La Sallago, con Fernando Moreno. Foto: Estela Zatania

 

 

– ¿Conoció a Manuel Torre?

– Manuel Torre no era Manuel Torre, sino el Niño de Jerez. Y mi madre siempre me decía: «Encarna, si supieras cómo canta el Niño de Jerez…». Eso de Manuel Torre era después porque no quiso que le dijeran Niño de Jerez, porque además era muy, muy grande.

 

– ¿Tenía acceso a grabaciones para escuchar cante?

– Grabaciones había, pero en mi casa nunca había un tocadiscos de esos. Y ahora hay muchos cantaores grabados que no me gustan. Todo en este mundo se aprende, pero lo que vale es lo que sale. Mira, yo no sé escribir. ¿Para qué escribo? Si Dios me ha dado este mérito, que conozco el arte y conozco las personas, las reuniones…

 

 

«Yo pienso que el cante clásico no se pierde, porque siempre hay un público escogido, lo bueno no se pierde nunca. Hay públicos más entendidos y públicos menos entendidos. Cuando sale uno cantando así como yo, la gente, como no lo entiende…»

 

 

– En su juventud de usted, Pepe Marchena era muy admirado, ¿qué me dice de él?

– Marchena era un cantaor con mucha música distinta y muy preciosa, su cante no tenía fin. Era envidiable en el mundo entero. Y cuando se murió, saqué un cante, Se murió Pepe Marchena.

 

– ¿Cuáles son sus cantes preferidos?

– Canto por to, todos los cantes me gustan. Mi madre cantaba mucho las cantiñas antiguas, siempre en mi familia. Me gustan la soleá, los tientos, los fandangos, la malagueña, el taranto…

 

– ¿En su juventud se cantaba mucho por soleá y por siguiriya?

– Los cuplés flamencos, las cosas de la Imperio Argentina, se cantaban muchísimo. Ella era de oro y yo soy de barro porque soy flamenca. El cante por derecho se escuchaba menos. La siguiriya, la antigua, la cantaba mi abuelo Sallago y mi madre. Mi padre cantaba muy bien también, pero no llegué a conocerlo jamás. Y la bulería se cantaba preciosa en mi pueblo, mu pará [se pone a marcar con los nudillos en la mesa y canta]: “Yo tendí mi camisón, ay con lunares coloraos…”. De chiquilla, me gustaban mucho los vestíos de lunares, con volantes y yo era una chiquilla muy revoltosa… “…Lunares, lunares, lunares, mi batita de lunares, el domingo me la puse y salieron los novios a pares”. Venía mucha gente de Lebrija a escuchar a los Sallago, pero no en el teatro, a mi casa. Porque a mis hermanos les gustaba una copita, su trabajo y ya está… Cantaban muy bien, pero no querían salir de casa. Y siempre teníamos esa desesperación de no poder arreglar la casa, porque siempre venía gente. Y mi madre ya viuda, cuando vendía camarones cantaba: “Sacando yo el copo lloré, porque quería un camaroncito y el viento rompió la red”. Son cantes antiguos de Sanlúcar.

 

 

Encarnación Marín La Sallago. Foto: archivo de la artista

 

 

– ¿Coincidió con La Periñaca?

– ¡Qué buena La Periñaca cantando! Ella decía que tenía cuatro veces veinte y ahora yo tengo que decir «cuatro veces veinte y tres euros» [se ríe]. Y ni ella ni yo gitanas… Mucha gente piensa que sí, pero no. Luego salió uno diciendo que había encontrado antecedentes en mi familia, de que yo era gitana, ¿sabes? Pero todo mentira. Un día que estaba en el Price, esto se lo juro yo por Dios, porque ha quedado en la historia. Había una copa y todos los cantaores querían dársela a Antonio Molina, ¿sabes? Pero aquella noche yo había formado un taco y el público decía que no, que «¡pa la gitana!», porque pensaron que yo era gitana. Y Antonio Molina se enfadó, porque dijo que la copa tenía que ser pa él. Así que tuvieron que darle otra copa a Antonio Molina.

 

 

«Estuvimos en La Campana en Sevilla y le digo: «Pastora, ¿cómo hago pa quitarme estas bolsas debajo de los ojos?». Y coge y dice: «¡Con un camión!». Ojú qué ange…»

 

 

– Estuvo de turné con Pastora Pavón, La Niña de los Peines, ¿verdad?

– Sí señora, con Pastora y el Pinto. Y con Pastora Imperio, Pericón de Cádiz, Manolo Vargas… Cuando estaba mi marido muy malillo, yo he cantado con esa gente tan grande. Y yo bailaba mucho entonces, era bailaora también, ¿sabes? Lo que pasa es que ahora con esta cara y este cuerpo… Porque yo no tengo arrugas, ¡tengo grietas! Si salgo bailando, la gente me mata. Pero hay personas que me quieren, ese de Rota con todos los dientes de oro, ¿cómo se llama? ¡Agujetas! Me quiere mucho y me lleva a su casa de Rota y me dice: «Tú te quedas aquí conmigo». Igual que Terremoto, que me adoraba… Y el Porrinas, que me quería con delirio, y La Niña de los Peines. Estuvimos en La Campana en Sevilla y le digo: «Pastora, ¿cómo hago pa quitarme estas bolsas debajo de los ojos?». Y coge y dice: «¡Con un camión!». Ojú qué ange

 

– También conoció a Caracol, ¿no?

– ¡Digo, y tanto! Yo siempre he estado con Caracol. Para mí era el cantaor más grande del mundo. También El Perrate. Ojú, qué bien cantaba. Mairena sabía mucho acerca de cante también. La Paquera me vuelve loca. ¡Y esa Perla! Cada uno con lo suyo, qué bonito es eso, ¿verdad? El cante gitano, el cante andaluz y esos cantes aragoneses y esos cantes de Jalisco… Pero a mí me gusta más el cante gitano, porque se canta con el corazón.

 

– En una entrevista con Manuel Herrera en 1989 declaró: «El cante se está perdiendo y tiene que volver a donde estaba». ¿Ha vuelto?

– ¿Quién decía eso? ¿Yo? ¡Ojú, qué ange! El cante sigue y hay una parte buena, como ese José Mercé o Camarón, que es cante de verdad. Yo no soy tan buena, pero es cante de verdad también. Ahora hay mucha gente buenecita… Pero flamenco flamenco, no. Van cantando estas cositas, ya sabes, con un eco de cantaor. Chiquilla, los niños no comen con la siguiriya ni la soleá, ni yo he comido. Yo soy también de las personas que han sacado esas cosas, como los grupos de los niños de ahora. Y canto sevillanas, cortitas y diferentes a todo el mundo. Y a mí no me dan las letras ni na, las saco yo, inventadas. De la gente joven hay algunos muy buenos muy buenos. ¿Y cómo es este muchacho que baila? ¡Canales! Ojú, qué arte… Me gusta mucho.

 

– ¿El cante clásico se está perdiendo?

[Hay una larga pausa…] Yo pienso que no se pierde, porque siempre hay un público escogido, lo bueno no se pierde nunca. Hay públicos más entendidos y públicos menos entendidos. La juventud quiere la movida y estas mujeres tan bonitas y estos niños tan monos. Cuando sale uno cantando así como yo, la gente, como no lo entiende… Hace dos años canté en Rota y me da pena recordarlo pero, verás, al salir yo al escenario todo el mundo: «¡Oooh!». Como de pena, ¿sabes? Y yo he comprendido lo que es la vida en ese sentido. Que yo no tengo presencia, hija… [hace compás en la mesa y canta]: «Qué feíta es la vejez, desaparece la ilusión, y ya no hay naíta que hacer».

 

 

Por la noche, en la peña, a nadie le parece importar la falta de belleza física de la cantaora. Entre el público hay mucha gente joven y también mayores, gitanos y no gitanos. Y La Sallago se los gana a todos sin esfuerzo, con una voz ricamente gastada y unas facultades todavía admirables. La adoran, la jalean y la animan en cada instante. La cantaora intercala cantes con bailecitos y observaciones acerca de la vida y de las verdades. Y sus frases vuelven a transformarse en cante. Es obvio que canta a gusto con Fernando Moreno, que la acompaña con gran cariño… Malagueña, tientos, soleá, tangos, bulerías, siguiriyas, fandangos… Ella corresponde la admiración cantándole una y otra vez: «¡Qué bien toca mi Fernando!, con ese ritmo y ese compás». Cuando un niño irrumpe corriendo por el pequeño escenario todos le regañan, pero la cantaora nos calla a los mayores inventando una letra acerca de la hermosa inocencia de la niñez… y de los hijos que «no he parío».

 

 

→ Entrevista original de Estela Zatania – Almería, febrero de 2002

 

* Encarnación Marín “Sallago” falleció en el año 2015 a la edad de 96 años

 

 

La Sallago, con Estela Zatania, autora de la entrevista. Foto: Estela Zatania

 


Jerezana de adopción. Cantaora, guitarrista, bailaora y escritora. Flamenca por los cuatro costados. Sus artículos han sido publicados en numerosas revistas especializadas y es conferenciante bilingüe en Europa, Estados Unidos y Canadá.

1 COMMENT
  • Rafael Chulian 11 septiembre, 2022

    Fabulosa entrevista a mi tía Encarnación Marín la Sallago

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