¿Qué historia cuentan las manos?
Aparte de las obras con hilo argumental que se han prodigado a lo largo de los años, el baile flamenco tradicional es abstracto y carece de narrativa. Desconfía de los espectáculos que requieren la lectura de un libreto largo y complejo para que se entiendan.
Acabas de terminar una actuación. Te dejas caer en una silla en el camerino que compartes con los demás artistas, te miras en el espejo y ves que el maquillaje se te ha borrado. En el pasillo, admiradores y curiosos hacen cola para retratarse contigo, quizás piden que firmes el programa o te cuentan que tienen una nieta que da clases de flamenco. Ojalá hubieran esperado sólo cinco minutitos hasta que cogieras aire y te hidrataras, pero no quieres ofender a las personas que hacen posible que tengas ingresos.
Es entonces cuando ocurre. Suponiendo que estás trabajando fuera de España, es muy posible que alguien te pregunte: “Me ha encantado el espectáculo… ¿pero qué historia cuentan las manos?”
Si has hecho clic en este artículo esperando conocer la respuesta, aquí va: las manos de las bailaoras o bailaores no cuentan nada, es arte puro. De hecho, aparte de las obras con hilo argumental que se han prodigado a lo largo de los años, el baile flamenco tradicional es abstracto y carece de narrativa. Desconfía de los espectáculos que requieren la lectura de un libreto largo y complejo para que se entiendan. En la lucha entre lo teatral y lo flamenco suele triunfar el primero.
Lo que a veces ocurre a continuación es curioso. La persona que hizo la pregunta rápidamente te corrige: “¡todo el mundo sabe que las manos cuentan una historia!”.
Hay una escena icónica en la película musical del año 1958 de Rodgers y Hammerstein, South Pacific, en la que la actriz France Nuyen relata una historia cantada, Happy Talk, a través de los movimientos de sus manos. Es posible que la idea salga de allí, Hollywood fue notoria y culturalmente ignorante en aquella época temprana, y los directores no se cortaban a la hora de emplear referencias incoherentes que llegarían a instalarse en una nueva y fantasiosa realidad.
«Las manos de las bailaoras o bailaores no cuentan nada. Es arte puro»
La admirada bailaora veterana Luisa Triana, que había trabajado y viajado con la compañía de Carmen Amaya cuando su padre hacía de coreógrafo y pareja artística de la legendaria catalana, me explicó en conversaciones privadas que cuando bailaba en películas realizadas en Estados Unidos siempre fue presionada para mostrar más intensidad, más fuego y zapatazos, aunque una escena tuviera lugar en un campamento mexicano. Tampoco la actriz Rita Hayworth se quedó corta con su flamenco seductor cuando coqueteaba descaradamente con vaqueros. ¿O eran gauchos?
Cualquiera que haya estado en mi casa sabe que tengo un gran póster de Fernanda de Utrera en la pared. Cuando una amiga británica me visitó hace poco, y me preguntó quién era, contesté que se trataba de una famosa flamenco singer, cantaora. La amiga amablemente me corrigió: “flamenco dancer querrás decir… ¡no hay tal cosa como flamenco singer!”.
Otro viejo cuento es la bailaora descalza. Existe alguna que otra imagen auténtica de niñas descalzas mostrando sus talentos de bailaora, más notablemente La Chunga (Micaela Flores Amaya, Marsella, 1938), que empezó bailando descalza, para después alcanzar la fama convirtiendo la práctica en su sello de identidad. Sin embargo, cuando personas de clase alta que asisten a una función de teatro te preguntan si es “auténtico” bailar con los zapatos puestos, es un recordatorio que da que pensar acerca del nivel de desconocimiento y las nociones románticas del flamenco entre el gran público. ¿Y qué hay de la rosa en la boca?
Pero los extranjeros no tienen el monopolio de los datos sesgados. Más perniciosa es la creencia, todavía en circulación entre las personas mayores o de nivel bajo, de que ejercer de bailaora es, en el fondo, una manera de disimular la profesión más antigua del mundo. Pero eso corresponde a otro artículo…
Foto superior: manos de la bailaora Saray García, por Estela Zatania