De genios e imitadores
Desconfío del artista que se propone innovar como objetivo principal. Más honesto es el descubrimiento inesperado o fortuito. Para mí solo existe la obligación de ser auténtico, y fiel a la intención flamenca, si es que queremos que siga existiendo este espléndido patrimonio cultural.
Hace unos días participé en una conversación entre aficionados acerca de cierto cantaor, que si era un genio o si caía en aquel imperdonable delito flamenco de ser un mero imitador. Y me quedé pensando: no es posible aprender cante sin un modelo a seguir y que te inspira. El gitano más rancio e instintivo, de la familia más arraigada en el arte jondo, o el jovencito de fuera, ansioso de arrimarse al calor del flamenco, cada uno debe torear el desafío de buscar personalidad propia dentro de la estructura existente. Los entendidos repiten hasta la saciedad la importancia de conocer la base, las formas clásicas, el código, antes de iniciar propuestas atrevidas o experimentales.
Desconfío del artista que se propone innovar como objetivo principal. Más honesto es el descubrimiento inesperado o fortuito. El estar cantando una soleá clásica de toda la vida, tocando una falseta de guitarra o bailando, y de pronto sientes el aleteo del ave de la inspiración, te sale una nota, un giro, un pellizco que te sorprende a ti mismo, y no sabes si serás capaz de volver a encontrarlo. Es la creatividad espontánea y natural. Lo que no es auténtico, por muy bonito que resulte, se delata y se cae por su propio peso.
Hace muchísimos años la cantaora Elena Marbella, discípula de Antonio el Chaqueta, me dijo que una manera de evitar caer en la imitación ciega era cambiar los versos, lo que da otro color sin perder la esencia. El flamenco nos ofrece la opción de sustituir las letras, incluso por las de autoría propia, y ese cambio no sólo refresca el oído del oyente, sino que obliga al intérprete a frasear y sentir el cante de manera más personal, desviándolo de la imitación.
«No creo en el absurdo hay que renovar, hay que cambiar, hay que modernizar, etc. Si acaso, refrescar lo que ya existe e investigar dentro de nosotros mismos con respeto y conocimientos para no alejarnos del camino de lo jondo»
Hay imitadores, por supuesto. Cantaores que siguen la línea de otros, propensos de ser imitados, y que suelen ser figuras de culto. ¿Quién no ha conocido a un caracolero, un camaronero o mairenero? Esos tres grandes son posiblemente los más “imitados” de la historia moderna del cante, y el que se agarra a cualquiera de ellos debe luchar por construir una personalidad sin alejarse del modelo que tanto le inspira. De Córdoba, El Pele, flamante Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes que recibirá en junio el homenaje del Potaje Gitano de Utrera, es conocido por su decir caracolero, pero es todo un personaje con formas originales e inconfundibles. Ha habido un sinfín de imitadores de Camarón, dos generaciones han sido salpicadas de su decir canastero, pero el catalán Duquende, uno de los más solventes, tiene línea propia dentro de aquella escuela. El gran maestro jerezano recientemente desaparecido Manuel Moneo se inspiraba con pasión en la obra de Antonio Mairena, pero tenía su propio sello plazuelero.
Todo esto es relevante al tema de la conservación del repertorio clásico. Está de moda entre los más nuevos denunciar lo que ven como la intransigencia de los veteranos que, según muchos, desean mantener el flamenco mimético como pieza de museo. Consideran sus sensibilidades y gustos como auténticos, y los de los demás, artificiales. Sin embargo, nosotros los de “antes del cajón”, como define la época un amigo, amamos y sentimos el flamenco tanto como cualquier joven.
No creo en el inevitable fin del repertorio clásico, ni en el absurdo “hay que”: hay que renovar, hay que cambiar, hay que modernizar, etc. Si acaso, refrescar lo que ya existe e investigar dentro de nosotros mismos con respeto y conocimientos para no alejarnos del camino de lo jondo.
Para mí, existe un solo “hay que”, y es la obligación de ser auténtico, y fiel a la intención flamenca, si es que queremos que siga existiendo este espléndido patrimonio cultural.