Así que quieres cantar flamenco…
Siempre se nota cuando un cantaor o cantaora no ha tenido vivencias en un ambiente vivo y palpitante. No necesariamente en familia, pero algún tipo de inmersión intensa y regular.
Imagen superior: Fernando Terremoto en Grenoble. Foto de Estela Zatania.
Recuerdo una rueda de prensa del Festival de Jerez hace unos años. Los artistas que actuarían al día siguiente hablaban de sus respectivas presentaciones, y después había tiempo para el diálogo. Cuando no había preguntas ni comentarios, alcé la mano y me dirigí al Capullo de Jerez: “¿Se puede aprender a cantar flamenco?”, pregunté, con fingida inocencia. Miguel Flores Quirós no tardó ni un nanosegundo en espetar su respuesta de una sola palabra: “¡NO!”.
Fue un momento bochornoso apenas disimulado con murmullos entre el público y los de la mesa. Aquel año la organización del festival presumía de haber programado un taller de cante con el míster Capullo. Yo hacía de abogada del diablo porque realmente no creo que sea posible enseñar cante. Obviamente, muchísimas personas han aprendido cante, de lo contrario no habría cantaores. Pero enseñar cante es otra cosa. Supone un aula, un profesor, uno o más alumnos apuntando versos e intentando duplicar la melodía y el compás demostrados por el profe. Algunos cantaores han ofrecido clases mediante Skype o YouTube.
Ahora mismo muchos de vosotros estáis haciendo listas mentales de todos los cantaores que dan o han dado clases de cante. Talegón de Córdoba en Madrid fue uno de los primeros, y sus clases estaban muy solicitadas durante años. Esperanza Fernández, Rafael de Utrera, Miguel Ortega e Inés Bacán, entre otros, también han ofrecido enseñanza de cante. En algunos festivales como los de Mont-de-Marsan o Grenoble se ha incluido la opción de recibir instrucción al respecto. El Conservatorio de Córdoba incluye clases de cante, Calixto Sánchez ha hecho cosas notables en este campo, y por supuesto, hace años que la Fundación Cristina Heeren en Sevilla ofrece la oportunidad de recibir instrucción en cante con profesores ejemplares como fuera en su día Naranjito de Triana o actualmente José de la Tomasa, Juan José Amador y otros. De la Fundación han salido grandes profesionales como Laura Vital o Argentina, además de tres ganadores de la Lámpara Minera del Festival de las Minas de La Unión: Gema Jiménez, Rocío Márquez y Jeromo Segura. Un historial impresionante.
Pero, por lo general, estos alumnos aventajados ya estaban plenamente metidos en el estudio del cante antes de acudir a los experimentados veteranos para pulir su técnica y conocimientos. Habían pasado largas horas en solitario para aprender las formas, el compás y las posibilidades de sus propias voces, además de actuaciones profesionales. Las clases eran una manera de perfeccionar su arte y adquirir autoconfianza.
Fascinada con lo que me parece la inviabilidad de enseñar cante, he procurado durante años asistir de observadora a clases de cante, siempre que haya sido posible. En Grenoble por ejemplo pude presenciar una clase típica impartida por nuestro muy añorado Fernando Terremoto. En un círculo de alumnos, Fernando preguntó a cada uno qué palo flamenco sabía cantar. Una tímida joven dijo que conocía las alegrías, y a continuación cantó unas alegrías (cantiñas) de Córdoba. Fernando destacó que aquello no fue precisamente alegrías, y apuntó algunos versos de alegrías en la pizarra. Entonces, cantó los versos a guitarra, e indicó a la alumna: “Ahora, tú”. Naturalmente, esa breve demostración, incluso con repeticiones, no fue suficiente para poder reproducir nada similar a las clásicas alegrías.
Por trillado que suene a los investigadores y académicos contemporáneos, y aunque sea totalmente posible aprender versos, melodía y compás mediante la repetición y las grabaciones, siempre se nota cuando un cantaor o cantaora no ha tenido vivencias en un ambiente vivo y palpitante. No necesariamente en familia, pero algún tipo de inmersión intensa y regular.
He aquí una anécdota en torno a la guitarra que ayuda a ilustrar este punto. Un amigo mío guitarrista, gran admirador de Paco de Lucía, se topó un día con otro guitarrista que tocaba las alegrías de Paco, La Barrosa, en un restaurante español en Nueva York. Después de la actuación mi amigo felicitó al otro por las “alegrías”. Pero el guitarrista informó de forma cortante a mi amigo que el tema no era “alegrías”, sino La Barrosa. Le faltaba lo más fundamental para apoyar la estructura.
Mis mejores consejos para cualquiera deseoso de aprender cante flamenco:
- Aprende lo que puedes de los estilos básicos de grabaciones de cantaores consagrados.
- Localiza a un guitarrista con nociones de las formas para ensayar juntos de manera regular.
- Busca cualquier lugar, público o privado, frecuentado por aficionados para escucharse mutuamente.
- Lo más pronto posible, ofrece cantar para clases de baile, y pasa el resto de tu vida intentando juntar todas las piezas.