Juanjo Díaz: «Los bailaores han convertido sus cuerpos en máquinas creadoras de movimientos»
Juanjo Díaz o el arte de bailar con sentido común. «Los flamencos de Marchena me enseñaron a amar el arte flamenco, a mimarlo y respetarlo, así que ahora no soy más que una evolución de aquel niño que soñaba con bailar», dice.
Juanjo Díaz es un bailaor con las ideas muy claras sobre lo que es o no es ser artista. No le gustan las etiquetas y se considera un bailaor con alma. Nació en Marchena (Sevilla), cuna de genios del arte flamenco, en 1979. Con solo cinco años comenzó sus estudios y de adolescente ya recibía lecciones de Manuel Corrales El Mimbre, sin quien no entendería su carrera. Habla de él con la veneración de un buen discípulo ante su maestro. Culminó su formación en el Conservatorio Profesional de Danza Española de Sevilla. Desde entonces hasta hoy ha pasado por las compañías de Antonio Márquez y Salvador Távora. En la actualidad prepara una obra para estrenarla en la Fiesta de la Guitarra de Marchena y espera que cuando pase la pandemia pueda seguir soñando sobre un escenario.
– ¿Usted es bailaor, bailarín o, como diría Joaquín Cortés, bailarón?
– Nunca me gustó ponerle etiquetas a nada. Las etiquetas encasillan y coartan la libertad de expresión. Igual si las eliminásemos evitaríamos muchos conflictos internos y externos. Me formé en todas las especialidades de la danza para tener el máximo de recursos posibles para expresar aquello que sintiese en cada momento. Si el Mimbre era un bailaor, tengo su alma. Y si Gades era un bailarín, siempre perseguí su estética. Ahora que me pongan las etiquetas que quieran.
– De no haber sido bailaor, ¿qué le hubiese gustado ser? Hubiera sido un torero con buena planta.
– Torero seguro que no. El sufrimiento no está justificado con nada. Es un sentimiento que ningún ser vivo debería experimentar jamás. Podría haber sido decorador, diseñador, estilista o cualquier cosa relacionada con la estética y la belleza. Me gusta rodearme de cosas bonitas.
«Soñé una vez que dirigía a Eva la Yerbabuena en un espectáculo y que bailaba sobre el mar con una bata de cola blanca»
– ¿Qué le aportó haber nacido en Marchena, cuna de genios flamencos?
– Allí aprendí mis primeros pasos de baile. Escuchaba a Melchor Chico tocar la guitarra en su casa mientras su madre nos ponía de comer a su hermano Carlos y a mí. Antonio Colombo y Manuel, dos grandes aficionados, me enseñaban a cantar por tientos y por alegrías cuando empezamos a crear la peña flamenca. Recuerdo el primer cuadro flamenco que monté, con Tate Cortés a la guitarra, Carlos Melchor y Juan de los Reyes a la percusión. Cantaban Pastori, sobrina de Juan Carmona, Trini y Macarena, y me acompañaba al baile Lola Maya. Teníamos entre 14 y 16 años cuando debutamos en el estival de la Fiesta de la Guitarra. En la Escuela de Saetas Señor de la Humildad aprendí todos los estilos antiguos y mi tía Carmen Moraza me enseñó a cantar las saetas por seguiriyas y martinetes. Melchor Chico nos llevaba a su hermano Carlos y a mí a los bolos que hacía junto a su tío Enrique de Melchor acompañando a Rocío Jurado. Tuvimos la suerte de estar con ellos y ver a Rocío entre bambalinas. Los flamencos de Marchena me enseñaron a amar este arte, a mimarlo y respetarlo, así que ahora no soy más que una evolución de aquel niño que soñaba con bailar.
– Defínase como bailaor.
– Para mí es realmente complicado definirme, al pasar por tantos altibajos a lo largo de estos más de 25 años bailando. He llegado en muchas ocasiones a dudar de mí y si verdaderamente estaba aportando algo. Con su permiso voy a decirle cómo veo el baile en general en estos momentos. Pienso que los bailaores han convertido sus cuerpos en máquinas creadoras de movimientos, dejando almas vacías ante las mentes saturadas de coreografías, dando paso al frío acero de extremidades robotizadas, ante la pérdida del amor al arte y al sentimiento, dejando sin dramaturgia al espectador. Espero e intento no parecerme en nada a eso.
– ¿Qué guardó de El Mimbre para su manera de bailar?
– Siempre he intentado guardar el alma que él le ponía a las cosas, su colocación de brazos y ese modo de pararse con la rodilla derecha elevada. Él lo hacía porque era zambo y de ese modo lo disimulaba. Yo lo hago porque me gusta la posición y me recuerda a él. Además guardo sus botas y su traje morado. Él quiso que fuesen para mí y sus hermanas me lo entregaron cuando falleció. Guardo sus potajes de garbanzos con bacalao, que me comía en su casa al salir de la escuela. Guardo mi primera salida con la carreta del Rocío de Triana y el Domingo de Ramos que me cogió mi mano y la puso sobre el manto de la virgen de la Estrella para que le pidiese un deseo. Guardo cuando me presento al Giraldillo vestido con su traje burdeos que estrenó con Lola flores y su traje beige que estrenó en una Bienal. Guardo sus tardes de historias y sus confidencias. Guardo todo lo que me enseñó siendo solo un adolescente. Para mí es eterno, cuando quiero estar un rato con él me voy a ver al Cachorro y parece que lo estoy viendo cuando elevaba sus brazos bailando.
«Dejan almas vacías ante las mentes saturadas de coreografías, dando paso al frío acero de extremidades robotizadas, ante la pérdida del amor al arte y al sentimiento, dejando sin dramaturgia al espectador. Espero e intento no parecerme en nada a eso»
– ¿Cuáles son sus referencias?
– Mis referencias siempre han sido Manuel Corrales El Mimbre, Pepa Coral –que fue mi maestra muchos años en el conservatorio–, Matilde Coral, Gades, Antonio Ruiz Soler y el maestro Granero. Para mí son la esencia del Flamenco y la Danza Española.
– Dígame una bailaora con la que haya soñado al menos una vez.
– Eva la Yerbabuena. Soñé una vez que la dirigía en un espectáculo y que bailaba sobre el mar con una bata de cola blanca.
– Ahora, un bailaor.
– He soñado muchas veces con el Mimbre. Lo tengo muy presente siempre.
– ¿En qué proyecto anda trabajando?
– Estoy inmerso en un nuevo montaje que si Dios quiere estrenaré para la Fiesta de la Guitarra de Marchena. Me hace mucha ilusión volver después de 15 años. Abrí mi canal de Youtube, Flamenco desnudo, por la necesidad de comunicarme en estos tiempos tan complicados que estamos viviendo. Hay algún proyecto más, pero mejor esperar a que salga.
«Para mí El Mimbre es eterno, cuando quiero estar un rato con él me voy a ver al Cachorro y parece que lo estoy viendo cuando elevaba sus brazos bailando»
– ¿La pandemia le va a cambiar en algo como artista y persona?
– Como artista está claro que sí. Como decía Salvador Távora, el arte y el compromiso siempre tienen que andar de la mano, porque si no andan de la mano alguna de las dos cosas no anda bien. Está claro que en este momento estoy comprometido con la causa más que nunca y así quiero manifestarlo en mi próximo trabajo. Y como persona, a valorar más si cabe lo privilegiado que soy en la vida desde mi cuna. Mis padres se encargaron de sembrar en mí los valores necesarios para ser un hombre de bien.
– Pida un deseo.
– Que los flamencos se unan para poder dignificar los derechos laborales de la profesión y las próximas generaciones no se encuentren desamparados, como nos está ocurriendo en estos momentos. Amor y libertad.