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¿Qué le pasa a este mundo con lo moderno?

La frase de Capullo de Jerez viene a cuento de que no terminamos de enterarnos de que ser clásico es cuestión de estética, de buen gusto y de respeto. No queremos enterarnos de que ser progre y/o moderno es cosa de no saber un papa y de ser un cateto.


Con los fastos celebrados alrededor de la muerte de la reina Isabel II de Inglaterra hemos podido comprobar que el Reino Unido es una nación de tradiciones, mientras que nosotros somos un país de modas. Sí, sí. Nación unos, país otros. Y tradición ellos y modas nosotros. Tomen nota de la pareja de dualidades.

 

Y como país que va a la moda, que se deja llevar por lo que toca o lo que nos meten, nuestra Sevilla no puede ser menos, no puede quedarse atrás. Y con ella, las cosas de nuestra ciudad, que a pesar de su grandeza nos hemos empeñado en cambiarla para convertirla en otra. Hay sevillanos que lo que más les gusta de Sevilla es lo que menos se parece a Sevilla.

 

Con la Bienal de Flamenco nos está pasando cuarto y mitad de lo mismo. Somos modernos, modernos, modernos. Novísimos a más no poder, a todo lo que dé el motor de la progresía. Que vamos a la última, vaya. Que nos miramos en el espejo del último grito. Y por eso su programación está cargaíta de “introspecciones”, “discursos”, “re-fracciones”, “silencios”, “neones” y modernuras varias.

 

 

«Que no. Que para respetar las tradiciones no hay que ser más viejo que un baúl, ni un carca, ni un rancio. Igual que para ser moderno no hay que llevar gafas de pasta y camisa y corbata negras. Que no es eso. (…) Que para ser moderno no hay que asesinar lo antiguo, lo de siempre. Que no»

 

 

Con esto de los ingleses con sus tradiciones y los españoles con sus innovaciones, las cosas de Pepe Luis —mirando a José y a Juan desde el barrio de San Bernardo— parecen más de la pérfida Albión que de la ciudad que mandaba emperadores a la Roma Imperial. El aire que envuelve la procesión de Los Servitas —con un cuerpo de nazarenos medido— es más de Gales que de los naranjos de Doña María Coronel. O el eco de Paco Palacios El Pali es más para los británicos que para los gitanos de la Cava.

 

Nosotros —noveleros y fantasiosos, que no novelescos y fantásticos— somos la mar de modernos, y nos gustan más las cosas del mensaje retorcido y lo que se parece al original una mijita, un poquito solo, que el fetén, el cabal, el detodalavida. Y nunca he sido yo el que más se ha resistido a los cambios y al “renovarse o morir”. Pero una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa.

 

No terminamos de enterarnos de que ser clásico es cuestión de estética, de buen gusto y de respeto. Ya lo dijo Rafael El Gallo, que “clásico es lo que no se pué hacé mejón”. No queremos enterarnos que ser progre y/o moderno —en las cosas que ya tienen su canon, su rito y su regla— es cosa de no saber un papa y de ser un cateto.

 

Y que no. Que para respetar las tradiciones no hay que ser más viejo que un baúl, ni un carca, ni un rancio. Igual que para ser moderno no hay que llevar gafas de pasta (¿cómo era eso, Chemi?) y camisa y corbata negras. Que no es eso. Que El Pali creó una forma de cantar sevillanas desde los viejos corrales de vecinos de geranios y jazmines. Que el Rubio de San Bernardo parió lo que hoy entendemos como Escuela Sevillana del toreo arrimándole gracia y arte al cartucho de pescao que inventó El Espartero. Y que Los Servitas son clásicos y solo —¿solo?— llevan desde el 1981 con su palio de cajón y sus tambores destemplados.

 

Que para ser moderno no hay que asesinar lo antiguo, lo de siempre. Que no. Que ya lo dijo Ortega y Gasset: “No es esto, no es esto”.

 

Seguro que ustedes me entienden… 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Eduardo J. Pastor

 

 


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