Enrique Morente: compañerico del alma, compañero
Decimocuarto capítulo de EL LOCO DEL FLAMENCO: serie audiovisual de Manuel Bohórquez. Una carta personal al cantaor Enrique Morente (Granada, 24 enero 1942 - Madrid, 13 diciembre 2010) en el aniversario de su muerte. Desde el cementerio de Granada.
Admirado Enrique:
Qué bonito es el Cementerio de Granada, maestro. Tenía ganas de venir a verte y de charlar un rato contigo sentado en el frío mármol de tu tumba, porque estuve en tu entierro pero no fui capaz de ver cómo te metían en un agujero. Antonio Badía, Paco Vega, José Enrique Medrano y yo decidimos emborracharnos en tu honor no para celebrar nada, sino para poder soportar el tremendo dolor de tu marcha.
Estoy en tu tumba, ante ti, con este sol que alumbra los rincones más oscuros de los recuerdos, y aún no me creo que te fueras tan pronto, con lo que te quedaba aún por enseñarme. O mejor dicho, lo que me quedaba por aprender de ti, porque recuerdo que no creías nada en los maestros, sino en los alumnos avispados. No sé qué hacer, Enrique, si levantar el mármol y abrazarte o gritar al cielo que te necesito más que nunca, por si andas por aquí.
¿Sabes lo que pienso a veces, Enrique, cuando voy al Cementerio de Sevilla, algo que hago con frecuencia? Que de noche, cuando apagan las luces y se van los gatos a dormir, los muertos se levantan de sus tumbas y se reúnen para divertirse. Me imagino a Pastora y el Pinto yendo a visitar a El Carbonerillo, o a Tomás y Ricardo quedando con El Chocolate y a Gabriela Ortega peinando a su hijo Joselito para que estuviera guapo en su debut con picadores.
Si supiera que algo parecido ocurre aquí contigo y los flamencos que te acompañan, que algunos hay, vendría algunas noches para volver a verte vivo, andando, que andabas como nadie. ¿Sabes que cambié mi manera de andar cuando te conocí? No solo eso, maestro. Todo fue conocerte y comencé a ser otra persona. El cante lo veía en color y hasta se me pegó tu ironía. Sí, Enrique, hasta ese punto fue importante conocerte y hacernos amigos.
«Vendré a verte otro día, cuando el alma me lo pida, como Miguel Hernández sigue yendo a la tumba de Ramón Sijé. Yo quiero ser llorando el hortelano, de la tierra que ocupas y estercolas…»
¿Recuerdas cómo y dónde fue, maestro? Finalizaban los ochenta y fui invitado a participar en un programa de Televisión Española, La buena música de los flamencos, de Romualdo Molina y Miguel Espín. María Ávila me preguntó por ti y dije que eras un genio del cante. Nunca se había dicho eso en ninguna parte, y menos en la tele. Cuando nos vimos, después de la entrevista, me dijiste: “Como sigas diciendo esas cosas, Manolico, te van a matar tus paisanos”.
Intentaron matarme de hambre, pero sobreviví y durante años fui el mejor embajador del morentismo en Sevilla. Creí en ti como cantaor desde que tengo memoria de aficionado, desde que te vi una noche en el Lope de Vega de Sevilla. Es el último árabe del cante, me dije. Creo que descubrí que el cante era música, aquella noche. Los sevillanos más rancios siempre pensamos que el cante era eso, cante. Que música era lo de Los Beatles y Tom Jones.
Me tengo que ir, maestro, que es tarde. No me has preguntado por cómo va el cante. Mejor, porque no sabría qué decirte. Va, solo eso. Ahora todos dicen que eras un genio, maestro. Lo celebro. Lo eras, amigo. Nada fue igual tras tu llegada al cante en los sesenta, cuando España apuntaba cambios sociales y culturales, y aires de libertad. Sigues siendo el más grande, Enrique. Y te quiero más que nunca.
Vendré a verte otro día, cuando el alma me lo pida, como Miguel Hernández sigue yendo a la tumba de Ramón Sijé.
Yo quiero ser llorando el hortelano,
de la tierra que ocupas y estercolas…
→ Ver aquí las otras entregas de la serie El Loco del Flamenco, de Manuel Bohórquez.
Grego 11 enero, 2024
Un bonito homenaje de un excelente mentor, a un gran maestro.