Fuente y caudal… inagotables
La fama le llega a Paco de Lucía en 1973 con 'Fuente y caudal', una década después del lanzamiento de su ópera prima, cuando el guitarrista tenía 26 años y exhibía un nivel de perfección técnica y de capacidad creativa jamás vistos.
Cuando en alguna entrevista Paco de Lucía relata sus inicios como guitarrista profesional, la palabra «dinero» aparece pronto y en repetidas ocasiones ligada a sus primeros contratos y actuaciones. Pudiera parecer poco poético, pero no podemos olvidar que los flamencos sí comen y que hablamos de uno de los vástagos de una familia humilde, cuyo deseo de ayudar en la economía doméstica es, lógicamente, acuciante prioridad. Con la grabación de la obra que hoy desglosamos, aparece también otra palabra que de aquí en adelante no abandonará jamás al genio de Algeciras. Esa palabra es «fama», la misma que le llega a Paco en 1973, una década y trece discos después del lanzamiento de su ópera prima, cuando el guitarrista contaba con 26 años de edad y exhibía un nivel de perfección técnica y de capacidad creativa jamás vistos. Porque es este disco y la rumba Entre dos aguas, en él incluida, los que hacen famoso al hijo de Luzía; además de suponer si no la primera, sí una de las más importantes piedras que coloca Mambrú en el enorme edificio de su leyenda.
Relata su gran amigo, el también guitarrista Carlos Rebato, que es él quien convence a Paco para que incluya en el álbum –al que le falta un tema para completar– el celebérrimo corte. Pero Paco no lo ve claro, comprensible postura si atendemos al concepto tradicional que impregna una obra prácticamente ultimada, con siete temas firmados en comandita con José Torregrosa, aunque parece ser que éste último poco tuvo que ver realmente en la gestación de los toques registrados. A pesar de todo, Paco finalmente accede a incluir la «rumbita», formando una auténtica revolución en el hasta el momento minoritario mundo de la guitarra flamenca. Con esta obra, De Lucía abandona para siempre su minúsculo círculo –donde no obstante ya goza de un respeto reverencial– para convertirse en el icono musical español que en adelante fue para el resto del mundo.
«Con ‘Fuente y caudal’, Paco De Lucía abandona para siempre su minúsculo círculo –donde no obstante ya goza de un respeto reverencial– para convertirse en el icono musical español que en adelante fue para el resto del mundo»
Pero no adelantemos acontecimientos y disfrutemos ahora del magnífico álbum que nos ocupa, y en el que los aficionados al cante camaronero reconocerán mil detalles y falsetas que el de Algeciras hace también en los discos de José. Abre con la citada rumba Entre dos aguas, una evocación a la tierra de Paco, ese mágico lugar situado entre el Mediterráneo y el Atlántico. Está inspirada en el estribillo del hit Te estoy amando locamente del dúo Las Grecas. El discreto bajo de Eduardo García, la segunda guitarra de su hermano Ramón de Algeciras y la percusión a base de bongos (el cajón peruano aún no ha sido traído al flamenco por el propio Paco) de Pepe Ébano acompañan lo que en principio parece un tema sencillo, pero que el virtuosismo de Paco –con sus endiabladas escalas, picados y alzapúas– convierte en una obra maestra, demostrando que la comercialidad y la calidad no tienen por qué estar reñidas. El disco continúa con Aires choqueros, por fandangos de Huelva, palo desde siempre muy del gusto de Paco, quien sobre una base rítmica construida al más puro estilo onubense (marcando el compás ternario con los nudillos sobre una mesa) ejecuta dos imponentes fandangos enmarcados entre sendas y coloridas variaciones. Reflejo de luna es el siguiente número, una monumental granaína que nos lleva de sopetón de Occidente a Oriente y en la que Paco explora nuevas armonías en lo que parece un paseo nocturno por los jardines de la Alhambra. Destacables son aquí sus magistrales trémolos y ligados.
Con la bulería por soleá al cuatro por medio Solera, de innegable sabor jerezano, llegamos al ecuador del álbum y también al que quizás sea el más flamenco de sus cortes. Fuente y caudal, la taranta que da título a la obra, es un monumento al toque por Levante. Plagada de trémolos, picados, ligados y arpegios, marcó un antes y un después en la forma de interpretar estos toques que Paco nunca dejaría ya ni de grabar en sus discos ni de interpretar en sus directos. Y de un toque ad libitum a otro de frenético y sincopado compás, Cepa andaluza, que es la bulería del disco y otro de sus temas más destacados. Sobre un trepidante repiqueteo de palmas y los clásicos jaleos de los Pelaos, Paco realiza un fastuoso despliegue técnico, donde queda patente su maestría –además de en otras muchas facetas– en la cuestión rítmica. Seguimos con los toques festeros, aunque ahora en binario, con los tangos Los pinares, fiesta a la que se vuelve a unir el hermano Ramón para tejer la red sobre la que Paco piruetea una serie de cuatro magníficamente hiladas falsetas, a cada cual más flamenca, con la última de ellas insinuando el ya comentado estribillo de las Grecas y que pudo desembocar en Entre dos aguas.
La guinda al pastel lo ponen las alegrías Plaza de San Juan, donde el genio hace otro monumento al toque gaditano por excelencia, pleno se sal y de ángel: tres descomunales falsetas rematadas por una coda rasgueada y un endiablado picado de remate que nos deja sin aliento. Como dice José Manuel Gamboa, «final de lujo para un disco ya histórico, muestra del mejor flamenco y la mejor música española contemporánea».
Texto: Javier Moyano