Hacía una noche un tanto desabrida después de las últimas lluvias. La estatua de Fernando Quiñones, el más flamenco de nuestros poetas, se erguía solitaria en el paseo que ostenta su nombre y se asoma a una playa de tres mil años. Apenas algún paseante con su perro en la arena, algún coche barriendo con el limpiaparabrisas las pocas gotas que caían. Pero en la Peña Juanito Villar, ubicada en ese enclave único, se vivía un ambiente festivo y muy familiar. Lleno absoluto –si bien el local no posee unas dimensiones demasiado grandes– para una nueva jornada del ciclo dedicado A la Mujer gaditana en el Flamenco, que lleva celebrándose ya diez años con solo una falta, la de la epidemia de Covid en 2020.

 

Con todo el tufillo paternalista que se pueda objetar a este tipo de ciclos, nadie puede negar que a lo largo de una década se han venido reconociendo las trayectorias de figuras destacadas en este arte en una ciudad que no está demasiado sobrada de ellas actualmente, y mira al pasado con cierta nostalgia. Después de haber honrado a figuras capitales como Mariana Cornejo, Luisa Gutiérrez o Pepi la de Ignacio, desde 2014 el ciclo ha puesto el foco sobre nombres como los de Carmen de la Jara, Encarnita Anillo, May Fernández, Anabel Rivera o Reyes Martín. Y este año le tocaba a una bailaora veterana ya, gaditanísima, como es Rosario Toledo.

 

Cinco citas comprendía el programa de este año, de las cuales elegimos para comentar en Expoflamenco la del viernes 20, protagonizada por Rocío Corso (también conocida como Rocío del Corzo) y Miguel Salado, que casualmente iba a ser también aquella en la que se entregaran distintos trofeos a la homenajeada. Gran ausente de la noche fue el propio Juan Villar, al que vemos pasar muchas mañanas en su peña acompañado de su compadre José Rebujina y otros afines, pero que debía de tener otros compromisos inaplazables en esta ocasión.

 

 

«Rocío Corso asume su discurso con momentos de ímpetu bien dosificados, que por momentos recuerdan a las escuelas de Remedios Amaya y de Aurora Vargas, y Miguel Salado el control sobre el compás, haciendo que el repertorio discurra con un tempo moroso, permitiendo saborear los cantes»

 

 

 

 

Puntual sobre la hora prevista saltaron al escenario la artista portuense y su compañero jerezano, que sin muchos preámbulos entraron de lleno en unas alegrías de Cádiz, para pasar a la soleá y a los tientos-tangos. Interesante simbiosis la de la pareja, en la que Rocío asume su discurso con momentos de ímpetu bien dosificados, que por momentos recuerdan a las escuelas de Remedios Amaya y de Aurora Vargas, y Miguel el control sobre el compás, haciendo que el repertorio discurra con un tempo moroso, permitiendo saborear los cantes.

 

También es curioso que, siendo Rocío Corso una cantaora que se siente más cómoda en los palos festeros –lo cual no le impidió lucirse por soleá y seguiriya–, deje precisamente que la sonanta de Salado brille en los más solemnes con imaginativos fraseos, alcanzando un óptimo equilibrio. Por bulerías y de pie, a pelo, concluyó un recital en el que, como sucede en estos casos, tiene doble mérito defender el cante con fuerza y dramatismo cuando el respetable está cenando y la bóveda de la peña se llena de aromas de pescado frito y otras tentadoras viandas.

 

La noche acabó con ese aplauso para Rosario Toledo, inconfundible con su estampa menuda y su frondoso cabello ensortijado, que a lo largo de su carrera ha trabajado con figuras como Mario Maya, Javier Latorre, Miguel Poveda, Joaquín Grilo, Javier Barón, Arcángel o Dorantes. Ahí la vimos pegarse una pataíta con Pepín Muñoz, padrino de la Peña, y llevarse sus trofeos y el aplauso de los presentes, al lado de esa playa de tres mil años que habita también en su baile.               

 

 

Ficha artística

Ciclo A la Mujer gaditana en el Flamenco

Peña Juanito Villar de Cádiz

20 de octubre de 2023

Rocío Corso, cante

Miguel Salado, guitarra