Macanita y Juana la del Pipa en Casa Patas: voces con nobleza y raza
Crónica de la actuación de La Macanita y Juana la del Pipa en la Sala García Lorca de la Fundación Casa Patas (Madrid). Viva Madrid que es la Corte –como declaró La Macanita– y viva Jerez de la Frontera, que encandiló a la Corte con una ingente dosis de duende, mesura y dedicación.
Veintitrés de noviembre. Fecha perfecta para buscar un plan calentito que ayudara a hacer frente al frío. Madrid, 22 horas, paseando cerca de la calle Atocha. Lo mejor era adentrarse en uno de esos callejones que invitan a empaparse de arte. Así, entré en la calle Cañizares, donde aguardaba una multitud de gente que había contemplado la misma bendita opción. El cartel que nos brindaba Casa Patas aquella noche no era para rechazarlo. El recital estaba conformado por las voces de La Macanita y Juana del Pipa. Ya no había duda, habría sido un borrón en mi currículum de aficionada al flamenco si me hubiera quedado fuera.
Por la puerta que daba al tablaíto de la Sala García Lorca de Casa Patas entraba una Tomasa Guerrero señorial y engalanada con los colores de la noche, acompañada de Manuel Valencia al toque y Chícharo de Jerez y Macano a las palmas. Llegado el momento en que al arte le tocaba dar un paso al frente, los asistentes se comenzaban a templar con la presencia de la Macanita y una copa de buen vino. Y ella, a su vez, con unas letras por tientos. El compás binario que envolvía el momento estaba marcado por la voz rasgada y noble de la cantaora, que tuvo la deferencia de no perdernos de vista ni un segundo, a lo que nosotros respondíamos con sentidos jaleos cada vez que conseguía pellizcarnos, que no fueron pocas veces.
«El compás binario que envolvía el momento estaba marcado por la voz rasgada y noble de Tomasa»
Después, Tomasa nos traía un ramillete de letras por soleá aderezados con quejíos con solera y una contención en la garganta que, a medida que avanzaba el cante, dejó salir a raudales, provocando un simulado estallido contra el cristal de las copas que no dejaba impasible a ninguno de los presentes. Para volver a suavizar un poquito el ambiente, la malagueña de Manuel Torre y la del Mellizo, interpretadas ambas con gusto y sensibilidad, haciéndonos volver a un estado de serenidad, mezclado con la ternura y la atención de quien escucha para entender y así poder agitarse de conmoción. Finalmente, acompañada del soniquete del Macano y Chícharo y el toque de Manuel Valencia, nos dejaba el sello de su tierra jerezana, para dar paso a su paisana, Juana la del Pipa.
Toda la sala se ponía en pie para recibir a la artista. Y ella, emocionada, nos dedicaba un elegante y garboso saludo que definía su idiosincrasia. La afamada sala madrileña García Lorca brinda la oportunidad de compartir un rato con los artistas, incorporando una disposición a lo hogareño que hace cómodo y familiar el momento. Y es por eso por lo que algo dentro de mí se sobrecogió al verla tan de cerca, pues era la primera vez en muchos años que se me presentaba aquella oportunidad. Y solo entonces lo entendí todo.
«Juana la del Pipa iba arropada con una mirada especial llena de raza que no dejaba espacio para la quietud. Capaz de combinar la maestría y la garra con un carácter sutilmente socarrón e irónico»
Juana hizo un recorrido por la soleá por bulerías, dando paso minutos después a unos versos por seguiriyas que calaron hondo, tal y como pude descifrar entre los murmullos de los aficionados al salir del acto. Sin duda, más que reseñable en este momento, el acompañamiento de Manuel Valencia, que siempre adorna este palo de una manera distinguida y especial, envolviendo el cante y ensalzando la interpretación del artista. Ella, a su vez, se abría paso entre algunos de los estilos más sonados y conocidos por los que acuden asiduamente a absorber todo el arte que se desprende en cada escenario flamenco. Así pudimos escuchar, entre otras, la seguiriya de Paco la Luz y la de Marrurro, poniendo la guinda a estas con el cambio de Manuel Molina.
La cantaora iba arropada con una mirada especial llena de raza que no dejaba espacio para la quietud, pues si por algo es intachable su pureza es por el constante feedback que mantiene con su espectador hasta el punto de retenerlo en un imperecedero hechizo. Su naturaleza de líder tampoco pasa desapercibida, pues es capaz de combinar la maestría y la garra con un carácter sutilmente socarrón e irónico, como así nos dejó ver, no solo en su cante por tangos sino durante todo el acto.
El final de la velada no pudo ser más honesto e inmaculado. La Macanita y Juana la del Pipa subían cómplices al escenario para dedicarnos unos últimos versos por bulerías de su tierra, transportándonos por un momento, y sin apenas darnos cuenta, al ambiente de la Calle Nueva y el Barrio de Santiago, pues son dos de las voces flamencas más representativas de este rincón gaditano.
Viva Madrid que es la Corte –como declaró La Macanita– y viva Jerez de la Frontera, que encandiló a la Corte con una ingente dosis de duende, mesura y dedicación.