El Cabrero: calurosa y reivindicativa despedida
Érase una brisa estival fría. Un presente con aires nostálgicos. Una dulzura amarga. Una alegría con matices tristes. Una soleá guasona. Unos fandangos irónicos a la par que directos. La revelación pacífica y en calma. Era ÉL.
‘Ni rienda ni jierro encima’ | Gira de despedida de El Cabrero | Guitarra: Manuel Herrera | III Estival Flamenco | Castillo de Santa Catalina, Cádiz | 23 agosto 2019 | Fundación Cajasol
Tenía que hacer un artículo en el que se avistara una diferencia, aunque fuera escasa, con respecto a los demás. Después de ver el espectáculo que ofrecía El Cabrero el viernes 23 de agosto, intenté recoger las sensaciones que percibí desde que cruzaba el umbral del castillo en el que discurriría la velada.
Érase una brisa estival fría. Un presente con aires nostálgicos. Una dulzura amarga. Una alegría con matices tristes. Una soleá guasona. Unos fandangos irónicos a la par que directos (al corazón y al cerebro). La revelación pacífica y en calma. Era ÉL. Sin más presentación ni más explicación.
Con su aire sombrío e introspectivo, salía al escenario abriéndose paso entre el refulgir de las estelas azules-oscuras-casi-negras de la nocturnidad veraniega. La gente al instante se puso en pie y este, por soleá, comenzaba dejando vestigios de su esencia con tercios como no creo en Dios, creo en la tierra y el sol o cuando hay algo que decir, no se puede uno callar. A pesar de que el ala de su sombrero, signo inequívoco de su identidad, atizaba un nimbo misterioso, la voz abrupta, añeja y nostálgica trazaba bulerías socarronas con anhelo de recreo.
A continuación, entonaba una serrana con un tono desganado que a su vez albergaba una energía fruto del duende que se respiraba cada vez que alzaba la voz. Duende y agradecimiento eran los componentes que envolvían cada fragmento de la gala, convirtiéndolos así en absortos hechizos flamencos. Seguía con el compás de cinco tiempos, en el modo flamenco, pero en esta ocasión la guitarra cambiaba a la tonalidad de la por medio para acompañar al maestro por seguiriyas. Para aquella noche, El Cabrero había elegido la versión de Juan Talega de la seguiriya del Loco Mateo. Entonces, yo me permití volver a respirar profundo por la tranquilidad y familiaridad que me producía aquel lugar, y también por el sosiego que me provoca saber que aún hay amantes que luchan por hacernos llegar estilos de cantes que están en desuso y que, gracias a ellos, resucitan aunque sea por un instante.
«El ala de su sombrero atizaba un nimbo misterioso. La voz abrupta, añeja y nostálgica trazaba bulerías socarronas con anhelo de recreo»
Y, mientras él cantaba, la noche pasaba tímida a través de las vigas que sostenían aquel rincón de la Tacita de Plata bajo nuestra atenta mirada y nuestra delicada escucha. La brisa se tornaba aún más gaditana cuando se decantaba por la copla del presidiario. Copla con hechura de tanguillos y porte de despreocupación y alegría de vivir, para desembocar, finalmente, en el papel que realmente le concierne dentro de este mundillo tan complejo como es el arte. Así, llegaban los famosos fandangos en los que el cantaor adquiría un tono y una expresión despreocupada, desenfadada, divertida e irónica, a través de la exégesis de las letras a las que tiene acostumbrados a sus fieles partidarios.
Así José, haciendo uso de su experiencia, se relacionaba con el público de manera totalmente familiar y este, a su vez, lo recibía con un aura que amparaba orgullo, añoranza y ganas de que esas letras a las que él pone voz, no pierdan nunca recorrido. Calurosa y reivindicativa despedida, como no podía ser menos.