Comentar los espectáculos de la Bienal en prensa resulta a menudo un ejercicio temerario: la agenda sobrecargada, el cansancio acumulado, suelen hacer mella y amenazan distorsionar el juicio. Aunque escribir en caliente forma parte del juego, nos expone a juicios apresurados y a veces hasta arbitrarios, por lo que conviene alertar la prudencia y, siempre que sea posible, reposar lo visto y lo oído.

 

Cuento todo esto porque no salí especialmente entusiasmado del estreno mundial de Origen, la nueva propuesta de Marco Vargas & Chloé Brûlé. Su tempo demasiado moroso, sus abundantes inflexiones, se aliaron con la fatiga del cronista para atenuar el efecto favorable. Si hubiera escrito mi opinión nada más salir del Teatro Central, habría sido una valoración tibia. Sin embargo, la obra me fue trabajando por dentro camino de casa, y puede que incluso durante el sueño, y se me fueron revelando aspectos que habían pasado desapercibidos a la primera.

 

Origen es una obra basada en el folklore extremeño, en concreto en su riquísimo romancero. No sé si el tren llegará algún día a Extremadura, pero lo seguro es que las comunicaciones entre las músicas populares de esa comunidad y el flamenco han sido fluidas y alimenticias desde tiempos inmemoriales. Marco y Chloé toman ese acervo para dar forma a un mensaje que tiene mucho de pospandémico: toca parar, reflexionar sobre quiénes somos, de dónde venimos y adónde vamos. Ralentizar la vida acelerada que llevamos y reencontrarnos con lo esencial. Todo eso que pensamos durante el confinamiento y que hemos tardado tan poco en olvidar.

 

Los artistas se resisten a olvidarlo. Y lo hacen, de entrada, recordando el valor del rito. Oír a la Naturaleza, vivir conforme a sus ciclos prescindiendo de esa absurdez que es disponer de frutos de temporada todo el año. Comprender el valor de la mesa como espacio de reunión familiar –la del espectáculo es una mesa de “última cena”, pensé al verla–, el perno alrededor del cual se desarrolla la vida. Apreciar la suerte de tener un corpulento pan sobre la mesa y compartirlo. Y cómo no, contar con la música como maravillosa correa de transmisión, como memoria cantada que viaja en el tiempo y nos conecta con lo mejor de nuestro ayer.

 

 

«Todo un viaje a la semilla, a lo que es verdaderamente importante, y que quien suscribe vio solo a toro pasado, precisamente por haber presenciado el espectáculo con las gafas borrosas de la vida moderna, como quien mira a la calle desde la ventanilla de un auto en marcha»

 

 

Todo ello va a ser narrado por cuatro bailarines y dos guitarristas, así como por la presencia estelar del pacense Antonio El Peregrino, bailaor octogenario que sorprendió rematando los jaleos con un zapateado de notable vigor y gracia. Con su estampa clásica, pañuelo de lunares al cuello, camisa almidonada y chaqueta al hombro, El Peregrino también nos sirvió para reflexionar sobre una sociedad adanista que no duda en arrumbar a los veteranos, despreciándolos como fuente de sabiduría y, en el caso que nos ocupa, de vigor.  

 

El Peregrino también se encargó de interpretar algunos romances, como el de la Catalina o el célebre y terrible de la Delgadina, que abrió la segunda parte para dar paso a un poema pastoril bailado con palillos por Carmen Muñoz, a quien conocemos por su trabajo en la compañía Estévez/Paños. Lo mejor del baile llegó de la mano de la Soleá botánica con unos Marco y Chloé explosivos, imaginativos y en óptima forma física, evolucionando al son del obsesivo arpegio de Raúl Cantizano, que estuvo colosal durante toda la noche, sentado o con la guitarra en bandolera.

 

El sosiego regresó de la mano de Miguel Vargas, cuya sonanta emeritense tocó unos genuinos tangos para La Moneta, granadina como Muñoz y más pura que el aire que corre por el Sacromonte. Todo un viaje a la semilla, a lo que es verdaderamente importante, y que quien suscribe vio solo a toro pasado, precisamente por haber presenciado el espectáculo con las gafas borrosas de la vida moderna, como quien mira a la calle desde la ventanilla de un auto en marcha.

 

El final –ahora lo entiendo– es nuestra ceremonia más cotidiana, tanto que la hemos convertido en un gesto mecánico y olvidado su sentido. El brindis como culminación de un proceso y como expresión de lo mejor que podemos desearnos: ¡Salud!       

 

 

Ficha artística

Origen – Marco Vargas & Chloé Brûlé
XXII Bienal de Flamenco de Sevilla
Teatro Central, 27 de septiembre 2022
Un espectáculo de Marco Vargas & Chloé Brûlé
Guitarras: Miguel Vargas y Raúl Cantizano
Baile: Antonio El Peregrino, Fuensanta la Moneta, Carmen Muñoz, Marco Vargas y Chloé Brûlé