La voz de cristal fino de Manuel Escacena
Manuel Escacena (Sevilla, 1885 - Madrid, 1928) es un clásico del cante sevillano muy olvidado. Demasiado, si tenemos en cuenta su calidad como cantaor. En Sevilla no hay nada que lo recuerde. Destacó como tarantero y buen intérprete de los estilos de ida y vuelta, pero fue un cantaor general. Grabó muchos discos de pizarra y en distintas épocas.
Hasta que no publiqué Manuel Escacena, viaje a la memoria de un cantaor sevillano (Caja de Ahorros San Fernando, 1997), de este primitivo y gran cantaor sevillano se desconocía prácticamente todo. Ni siquiera se sabía con seguridad si era nacido en Sevilla capital o en el bonito pueblo sevillano de Escacena del Campo, por aquello de llamarse artísticamente Niño de Escacena. Había escasa memoria de él en su tierra porque emigró pronto a la capital de España e hizo allí su vida, donde murió joven, en 1928, dejando una interesante discografía muy desconocida y un buen recuerdo en aquellos aficionados y artistas que llegaron a conocerlo personalmente. Llegué a tratar a artistas flamencos que llegaron a escucharlo en los teatros y coincidían todos en que era un gran artista.
Un día de mayo de 1995 me presentaron a un hijo de un primo hermano del cantaor, el pintor sevillano Pedro Escacena, especializado en la tauromaquia y muy famoso en España, y me dijo que si escribía un libro sobre su pariente me podía dar buena información. Por otra parte, Romualdo Molina, flamencólogo sevillano y productor de Televisión Española, se empeñó en que estudiara bien su discografía, aunque no era fácil conseguir sus discos de pizarra y apenas había nada pasado a otros formatos modernos. Y un día decidí que tenía que escribir una biografía del gran cantaor, dar a conocer su obra y rescatarlo de la isla del olvido en la que tantos y tantos buenos cantaores se quedaron en ella para los restos.
«Escacena tuvo la suerte de nacer en la década más importante del flamenco en Sevilla, la octava del XIX. Estaban en su máximo esplendor cafés como los de Silverio y El Burrero, o el Filarmónico, y el noventa por ciento de los artistas andaluces estaban afincados en esta ciudad»
Nacimiento de nuestro cantaor
El primer paso fue averiguar de dónde era en realidad y no fue difícil buscar su partida de nacimiento en Sevilla, puesto que el citado pintor me aseguró que era sevillano y no de Escacena del Campo. Y que le decían el Niño de Escacena por su padre, el pintor rotulista Antonio Escacena Soria, bastante popular en Sevilla por su trabajo y buen aficionado al cante, además de amigo de artistas de este género. Parece ser que había decorado algunos cafés cantantes, así que incluso pudo llegar a tratar a Silverio, el Burrero, López Olea o Juan de Dios Domínguez.
Manuel Escacena era hijo, pues, de Antonio Escacena Soria y Dolores García Romero, y nació en una calle muy flamenca del sevillano Barrio de la Feria, Pedro Miguel, donde estuvo el famoso Corral del Cristo, en el que nació, como ya nos dijo Fernando el de Triana, la célebre canzonetista y bailaora sevillana Amalia Molina. El futuro cantaor nació el 9 de diciembre de 1885, y fue bautizado en una de las parroquias más flamencas de Sevilla, la de Omnium Sanctorum.
«Un día decidí que tenía que escribir una biografía del gran cantaor, dar a conocer su obra y rescatarlo de la isla del olvido en la que tantos y tantos buenos cantaores se quedaron en ella para los restos»
Tuvo la suerte de nacer no solo en ese barrio tan castizo y flamenco de la capital andaluza, sino en la década más importante del flamenco en Sevilla, la octava del XIX. Estaban en su máximo esplendor cafés como los de Silverio y El Burrero, o el Filarmónico, y el noventa por ciento de los artistas andaluces estaban afincados en esta ciudad. Un año después llegó Chacón, cantaor que sería vital en su carrera, y vivía aún Silverio. La Alameda era un hervidero de artistas del cante, el baile y la guitarra, así que el niño de Antonio Escacena creció en un ambiente próspero, de cafés, academias y tabernas donde lo único que se escuchaba era cante.
Un niño prodigio del cante
Fue un niño prodigio del cante. En una fotografía con su padre, que pueden ver aquí, tendría unos ocho años y aparece ya vestido de artista, con chaquetilla corta y sombrero de ala ancha. Esa fotografía, por cierto, aparece publicada en el Diccionario Enciclopédico del Flamenco como si fuera Chaconcito con su padre, pero era Escacena. Aquí pueden ver esa fotografía y otra, algo mayor, y verán que es el mismo niño. Que le llamaran el Niño de Escacena no deja lugar a dudas de que comenzó a cantar siendo un crío, y dicen que tenía una voz preciosa que enamoró a Don Antonio Chacón, Fosforito el de Cádiz o Antonio el Portugués, quien al parecer contribuyó a su formación como cantaor.
En 1897, con 12 años, ganó un concurso de cante en la Alameda de Hércules y fue cuando su padre tomó conciencia de que el niño podría ganarse la vida con el cante utilizando sus influencias en el mundillo. Sin dejar de ayudar a su padre en la pintura, eso sí, por si fallaba el cante. En 1903, con 18 años, aparece cantando en el Café Filarmónico, que estuvo en el número 23 de la calle Amor de Dios y cuyo director era Juan de Dios Domínguez Jiménez, el hijo de Juan de Dios El Isleño, el torero y cantaor de San Fernando. Compartió cartel con Juan Ganduya –el guitarrista gaditano Habichuela-, el Niño Elena y Enriqueta la Macaca, en el cante; y en el baile, con Matilde Arce, Manuela Palma, Luisa Picón, Rita Cruz, Magdalena Mesa y Amparo Muñoz.
Dos años más tarde, en 1905, cantó en la Laguna de los Patos, en concreto en una famosa venta taurina. Vivió muy de cerca el mundo de los toros porque era sobrino del torero sevillano José Escacena Soria, uno de los hermanos de su padre, que llegó a torear hasta en La Habana, aunque no fue una figura y acabó quitándose la vida por no soportar el sufrimiento de un amor complicado.
Una hija de este Escacena torero, Luisa la Gitana, sería fundamental en la carrera de su primo hermano Manolo Escacena, convenciéndolo de que se fuera a Madrid. Ella, una mujer de una belleza que mareaba, llegó a ser compañera sentimiental del torero madrileño Marcial Lalanda del Pino, por tanto, una mujer con influencias tanto en el mundo del toro como del flamenco. Quizá fuera aquella primita a la que le cantó esta preciosa copla de garrotín:
Tengo una primita hermana
que la quiero de verdad.
Si Sevilla fuera mía
yo le diera la mitad.
Su marcha a la capital de España
Nunca abandonó Sevilla del todo, pero aunque era reconocido en su tierra y ganaba dinero, por consejos de su prima Luisa, y dicen que de Chacón, amigo de su padre, decidió probar fortuna en la capital de España, con la suerte de que fue muy bien recibido por la afición madrileña. Parece ser que se afincó en esta ciudad a partir de 1905, o sea, con poco más de 20 años, huyendo también de la gran crisis que había en el campo andaluz, y si en los pueblos había hambre, que la había en esa época, el flamenco se resentía en la ciudad porque se venían abajo los locales donde se programaba flamenco.
«En Madrid se pusieron de moda locales como Fornos, Los Burgaleses y Los Gabrieles, a los que iban aficionados a almorzar o cenar y, de paso, se metían en reservados a disfrutar del flamenco. Escacena se hizo un hueco en esos locales»
No solo emigró Escacena, sino Bernardo el de los Lobitos, Pepe el de la Matrona, Fernando el Herrero, Antonio el Macareno, Manuel Pavón, el Niño Ríos y muchos más cantaores. Entre otras razones de las ya expuestas, porque una vez cerrados los cafés cantantes de Sevilla, o la mayoría de ellos, el pan estaba en Madrid. Y el arte, claro, porque, aunque también allí cerraron los cafés, se pusieron de moda locales como Fornos, Los Burgaleses y Los Gabrieles, a los que iban aficionados a almorzar o cenar y, de paso, se metían en reservados a disfrutar del flamenco. Escacena se hizo un hueco en esos locales y, además, se metió en los teatros de una manera admirable, como se puede ver en la prensa madrileña de la época, sobre todo en la segunda década del siglo XX.
Nostalgia de Sevilla
Aunque en Madrid estaba bien y, tras grabar discos, se hizo muy famoso, le tiraba la tierra de sus padres y Andalucía en general. Bajaba mucho a cantar en los nuevos locales de Sevilla, como el Ideal Concert, que estuvo en la calle Calatrava, esquina a Fresas, casi al lado de donde en 1969 murieron Pepe Pinto y Pastora. Cantó en este salón en 1915, precisamente con Pastora, la que años más tarde sería su compañera sentimental. Y con Chacón, que aunque también estaba afincado en Madrid, bajaba con frecuencia a cantar o a ver a los amigos.
También cantó Escacena con alguna frecuencia en el Kursal Internacional de Sevilla, que fue inaugurado el 9 de abril de 1914. Estaba en lo que luego fue el célebre cine Palacio Central. Aprovechaba sus viajes a Sevilla para cantar en Málaga, Huelva, Jaén, Córdoba o Granada, y regresar a Madrid siempre que era requerido, que era mucho. En uno de esos regresos conoció a una mujer de Badajoz y se casó con ella, Encarnación González Romero. Según publicó el estudioso Manuel Yerga Lancharro, era hija de Demetrio, el caricaturista de La Guindilla, revista satírica republicana, pero el matrimonio fue un fiasco y Escacena acabó enamorándose de la Niña de los Peines, abandonando, al parecer, a su esposa, una mujer obesa y con problemas de salud, con la que no llegó a tener descendencia.
«No hay dudas de que comenzó a cantar siendo un crío, y dicen que tenía una voz preciosa que enamoró a Don Antonio Chacón, Fosforito el de Cádiz o Antonio el Portugués, quien al parecer contribuyó a su formación como cantaor»
Su relación con la Niña de los Peines
La relación de Pastora Pavón con Escacena debió de empezar en el inicio de los años veinte. Pastora tenía 30 años y estaba en lo mejor de su carrera artística, pero fracasaba siempre en el amor. El gran amor de su vida fue el malagueño Juan Santamaría, dueño del Café de la Marina, quien se encaprichó de ella cuando era muy jovencita. Solía decir la artista que amaba a un señorito andaluz, pero también sufrió mucho con la relación. Lo cierto es que probó suerte con Escacena y muy bien iría el romance cuando en 1924 los dos adoptaron a una niña a la que registraron con el nombre de Pastora Escacena Pavón. Vivieron algún tiempo en Sevilla, en la calle Potro, donde también vivió Silverio Franconetti.
Cantaron juntos muchas veces, pero, al parecer, la relación se acabó pronto y Escacena regresó junto a su mujer. Es con quien vivía cuando enfermó, dejando incluso de cantar. Tuvieron que organizarle un homenaje en Madrid para ayudarlo económicamente, que tuvo lugar en el Teatro Pavón el jueves 31 de mayo de 1928 y en el que tomaron parte destacadas figuras de aquel tiempo como Ramón Montoya o el cantaor jerezano José Cepero. Chacón no pudo ir por encontrarse enfermo, pero aportó una buena cantidad de dinero, ni tampoco el propio Escacena, que estaba ya incapacitado. Tanto que dos semanas después moriría, a la edad de 42 años, en el número 23 de la calle de la Morería, del distrito de la Latina. Falleció, según reza en acta de defunción, como consecuencia de una complicación intestinal de la grave enfermedad que padecía.
Una obra desconocida pero fundamental
Manuel Escacena ha sido destacado siempre como tarantero y buen intérprete de los estilos de ida y vuelta, pero lo cierto es que fue un cantaor general. Grabó muchos discos de pizarra y en distintas épocas, lo que demuestra cómo se fue adaptando a las etapas de su carrera. En sus primeras grabaciones, las de Zonophne (1908-10), era un cantaor de 25 años, con poderío y de un corte muy clásico.
Llegó a grabar discos monafaciales, de una sola cara, en julio de 1908, con el guitarrista Román García. En concreto guajiras (Pregunté por una indiana), soleares (Flores dejadme), marianas (Madre mía de mi alma), malagueñas (Baje del cielo el castigo) y, entre otros, cartageneras (Acabaría de una vez). También en monofacial, en 1909 grabó tangos-tientos (Tengo el gusto tan colmao), saetas (Qué bien viene en ese día) y el garrotín (Si fuera gitana pura), entre otros, como las tarantas, las seguidillas gitanas y las cartageneras, por no hacer esto interminable.
En 1920 grabó diez discos para Odeón, de dos caras, con la guitarra de Pepito Cilera. Aquí aportó su famosa taranta Que yo me divierto, además de fandangos de Lucena (Que to se tenía que acabá), sus tangos de las Carmelitas y muchos más cantes que demuestran lo largo que era en todos los palos que interpretó. Tenía 35 años y una voz ya hecha que le permitía coronar bien los tercios y dejar piezas musicales bien acabadas.
En 1927, con 41 años, grabó unos discos maravillosos para Gramófono (La Voz de su Amo), en los estudios que esta casa tenía en el número 1 de la madrileña calle Pi y Margal, en la actualidad San Felipe. Eran cinco placas de dos caras, etiqueta verde y con Miguel Borrull Hijo a la guitarra, que se pusieron a la venta entre febrero y abril de 1928, estando ya delicado de salud. El maestro sevillano había evolucionado hacia un estilo más acorde con los tiempos, la ópera flamenca, adelantando lo que vendría después. Grabó, por ejemplo, la célebre vidalita de Juan Simón, las tarantas Las muchachas de Níjar, fandangos naturales, guajiras y otros palos, dejando un legado maravilloso poco antes de su muerte.
Fue uno de los mejores taranteros de su tiempo y de los mejores de la historia, así como un gran intérprete de las cartageneras. El universo de los cantes mineros no se puede entender sin él. Gran amigo de Antonio Grau, el hijo del Rojo el Alpargatero, conoció muchos cantes a través de él y llegó a tener trato con el mítico rey del cante levantino, el Rojo. El cantaor sevillano nos legó un verdadero tesoro, a la altura de lo que dejaron el Cojo de Málaga o el propio Chacón.
Conclusiones
Cuando se sitúa a Manuel Escacena en la etapa de la Ópera flamenca, es un error porque murió dos años antes de que empezara la revolución de Vedrines, que por cierto fue en Linares, localidad de Jaén, como él mismo se encargó de decir en una entrevista. Escacena participó en esos primeros festivales y actuó en muchas ciudades andaluzas y del resto del país, a veces con importantes éxitos, como en Almería o Sevilla. En 1927, cantó en la capital andaluza, su tierra, en los teatros San Fernando y Cervantes, con artistas como la Malena y la Macarrona, la Niña de los Peines o José Cepero, entre otros.
En definitiva, un clásico del cante sevillano muy olvidado. Demasiado, si tenemos en cuenta su calidad como cantaor. En Sevilla no hay nada que lo recuerde, lo que indica que esta ciudad es mala madre para sus artistas flamencos, salvo en casos muy concretos. Decir, por último, que El Sacri, el saetero sevillano, es de su familia.