Uno tiene su corazoncito morentiano
El 13 de diciembre se cumplirá el décimo aniversario de la muerte de Enrique Morente. Nadie imagina las cosas que podría contar sobre el gran maestro. Lo haré cuando escriba mis memorias de crítico y aficionado.
Se van a cumplir diez años de la muerte de Enrique Morente y nunca nadie, nadie, me ha pedido que hable sobre él en ninguna parte. Su misma familia no se ha preocupado nunca de eso, con lo que saben que llegué a hacer por el maestro cuando no estaba tan reconocido, por ejemplo en Sevilla, que era una espinita que siempre se quiso sacar y le ayudé a lograrlo. Nadie imagina la de cosas que podría contar sobre el gran maestro, algunas un poco delicadas, pero perfectamente válidas para ser contadas.
Por ejemplo, una noche me llamó por teléfono para ponerme un cante de un cantaor que lo traía loco, el sevillano Juan José Amador. “¿Cómo es posible que este cantaor no tenga un sitio?”, me preguntó algo indignado. Hablamos de hacerle un disco en Ediciones Senador pero Juan José quería algo inalcanzable para este sello en el que colaboré un tiempo y produje trabajos interesantes, como el disco conmemorativo del centenario de Juan Talega, en 1991, entre otros muchos. Intentamos el de Amador, pero quería varias guitarras y una producción estratosférica. Nunca le conté que Enrique estaba detrás de esa aventura.
«Un día quedamos en la Alfalfa porque quería recorrer conmigo el barrio de Silverio. Sentados en un velador, me hizo por lo bajini una seguiriya de él»
Otro día quedamos en la Alfalfa porque quería recorrer conmigo el barrio de Silverio, que siempre fue su figura histórica preferida. Estando en la misma Plaza de la Alfalfa, sentados en un velador tomando café, me hizo por lo bajini una seguiriya de Silverio que no había oído jamás:
Ay, ¿qué voces son esas,
que tanto conozco?
Son de mi pare,
porecito mi pare
metío en el hoyo.
¿Qué voces son esas,
Que tanto conozco?
Me dijo que esa letra se la dio un señor mayor cuando vino a Sevilla, en 1989, a estrenar su Misa Flamenca, que era un réquiem a Silverio. Aquel señor mayor se presentó a él como el nieto del secretario del gran cantaor sevillano, de cuyo nombre no se acordaba. Enrique quería cantar esa seguiriya en un cilindro de cera para acercarse todo lo posible al sonido silveriano, o lo que él imaginaba que pudo ser. No solo ese cante, sino todo el repertorio conocido del gran artista, algo que solo se le podía ocurrir a alguien tan inquieto como él.
Podría contar cientos de historias y vivencias, y lo haré cuando escriba mis memorias de crítico y aficionado, que lo haré.