Solo se muere lo que se olvida
El 4 de agosto de 2015 moría otro gran cantaor, El Canela de San Roque. Lloremos a los cantaores y a las cantaoras que se van, pero no al cante, porque el cante nunca muere. Solo se muere lo que se olvida.
Morirse es natural, como dice una conocida letra por fandangos, pero cada muerte de un ser querido, o de un artista admirado, es un mazazo. El 4 de agosto de 2015 moría otro gran cantaor, El Canela de San Roque, agrandando una lista de pérdidas para el cante que pone la carne de gallina. No era un cantaor mediático, pero ardieron las redes sociales, seguramente porque murió aún joven y de una grave enfermedad, un terrible cáncer. Y también porque parece haber últimamente un gran interés por los cantaores puros, genuinos, como El Canela, como respuesta a tanto flamenco comercial. Ocurrió también cuando murió otro fenómeno, El Torta, el genial cantaor de Jerez.
Se están yendo los mejores, los que emocionaban a los verdaderos cabales, los cantaores puros, sinceros, que no anteponen el dinero a la verdad de sus estilos. ¿Resistirá el cante este chorreo de pérdidas irreparables? Sin duda alguna, sí. Siempre ha sobrevivido el cante, porque está por encima de los propios cantaores. Sobrevivió cuando murieron Silverio Franconetti, Tomás el Nitri, Chacón, Manuel Torres, la Niña de los Peines, Tomás Pavón, Manolo Caracol, Antonio Mairena, Enrique Morente y Camarón. Los genios se van y nos dejan sus obras, que son las que hacen inmortales a los genios. Y se quedan ahí como escuela para otros intérpretes, como referencias para otros genios, y para el estudio y el análisis de críticos y flamencólogos. Siempre ha sido así y así va a seguir siendo por los siglos de los siglos, amén.
Por fortuna, en el cante jondo hay una nueva generación de artistas, de buenos intérpretes, que está cogiendo el testigo. Se me olvidarán algunos, pero no pierdan de vista a Jesús Méndez, Rancapino Chico, David Palomar, Samuel Serrano, Antonio Reyes, Pedro el Granaíno, La Yiya, Toñi Fernández, Anabel Valencia o Marina Heredia. Ellos y ellas, entre otros y otras, están obligados a llevar hacia adelante este arte, el del cante jondo, que jamás va a morir porque se mueran sus intérpretes, sean o no geniales, como no muere el cine porque mueran los actores o no desaparece el toreo porque mueran los toreros. Cada genio pone un ladrillo en ese interminable edificio que es el cante flamenco, que tiene unos cimientos profundos y bien agarrados a la tierra. Lloremos a los cantaores y a las cantaoras que se van, pero no al cante, porque el cante nunca muere. Solo se muere lo que se olvida.